
Columna de Paula Escobar: Balas invisibles

Estudiaba Obstetricia. Tenía 22 años y una vida por delante. Hace 10 días salió de su casa en La Florida y nunca volvió. Se dijo que fue a una cita que había hecho a través de Tinder.
Al día siguiente su madre recibió un mensaje extraño. Por WhatsApp, la joven le dijo que estaba donde su expololo, que había perdido el celular y que le depositara. Que no podía recibir ni mandar audios ni llamadas.
Y no supo más. Desesperada, la madre se volcó a buscarla, reportándola desaparecida. Una joven perdida en la noche santiaguina. ¿Cómo encontrarla entre miles de transeúntes, con mascarilla y prisa, previo a la (primera) Navidad en pandemia? El día antes de Nochebuena, María Isabel fue encontrada al interior de un departamento de Santiago Centro, de su expareja. (La fiscalía solicitó la orden de detención contra él). María Isabel estaba muerta. Y como Ámbar, Fernanda, Antonia y tantas otras, fue asesinada.
Un drama que se sigue repitiendo, horrorosamente, a pesar de todas las denuncias públicas sobre el aumento de los femicidios y de la horrenda plaga de violencia íntima contra la mujer en pandemia. Nada ha servido. Y las palabras -estas mismas que escribo- van pareciendo gastadas y vaciadas de contenido de tanta repetición. Porque la historia se sigue replicando, y solo parecen quedar el estupor y la rabia.
¿Cómo provocar el cambio? Un buen punto de partida puede ser reconocer que como dice la feminista italiana Silvia Federici, “en esta sociedad la violencia contra la mujer es sistémica”. El combate también debe ser sistémico, entonces. Primero, a nivel social, hay que deconstruir los estereotipos de género que están en la base de las conductas machistas y misóginas sobre las que se erigen los maltratadores de mujeres. De hecho, algunos de los factores que influyen en la violencia de género, según la Organización Mundial de la Salud, justamente son la existencia de actitudes que toleran la violencia, y la existencia de normas sociales que privilegian a los hombres, o les atribuyen un estatus superior y otorgan un estatus inferior a las mujeres.
Esa creencia es lo que lleva a querer “ponerlas en su lugar” a estos sicópatas, empleando el miedo, la amenaza, el insulto, el golpe o la muerte.
Desplazar estos modos de pensar, arraigados por milenios y reproducidos a veces sin cuestionarlos, es la primera piedra. Y eso se logra a través de una educación igualitaria desde la infancia. Muchos adultos requieren ser reeducados también. Especialmente quienes, frente al caso de María Isabel y tantos otros, vuelcan la responsabilidad de lo sucedido en la víctima, invirtiendo la situación. En las mismas redes o en conversaciones, hay quienes con total desparpajo han planteado que, en parte, sería su responsabilidad por ir a “meterse a una cita de Tinder”. No es aceptable que esos discursos se repitan en total impunidad, al menos debieran tener una fuerte reacción social de rechazo y repudio. Una joven asesinada nunca va a ser la responsable de lo que le sucedió y nada lo justifica o matiza.
En segundo lugar, es deber del Estado proveer seguridad para la mitad de la población que sufre esta amenaza de violencia, para que cuando salga de su casa no enfrente la posibilidad de ser agredida, sea por palabras, actos, gestos o por violencia física y sexual. Y para ello urge una política pública que claramente explicite la igualdad entre hombres y mujeres, y que aborde la violencia contra las mujeres de manera integral. La ley está al debe con las chilenas: muchas conductas violentas y abusivas no son hoy penalizadas.
Y el proyecto de ley que permitiría empezar a hacer justicia duerme en el Congreso. En efecto, la Ley de Violencia Integral contra la Mujer, presentada en el gobierno de la Presidenta Bachelet y que ha seguido siendo tramitada por el Presidente Piñera, lleva años sin poder ser promulgada. Tiene el apoyo de un grupo bastante transversal de parlamentarias, líderes políticas y de organizaciones de la sociedad civil que han pedido con urgencia aprobarla. Pero nada.
¿Qué le pasa al Parlamento? Ha postergado la tramitación de leyes que justamente son urgentes para mejorar la situación de las mujeres, como es esta de violencia, pero también ha mandado al cajón la de sala cuna universal, o legislaciones contra los “papito corazón”, esos irresponsables que no pagan los alimentos de sus hijos en total impunidad.
Los parlamentarios y parlamentarias que rasgan vestiduras cada vez que una chilena aumenta la lista de femicidios deben responder por qué no han sacado adelante este proyecto, que sin duda contribuiría a la conformación de un Estado más protector y justo para las mujeres.
Mientras termino de escribir, el 25 de diciembre, se informa de un nuevo femicidio, esta vez en Viña del Mar. Elsa Muñoz fue asesinada y quemada por su pareja.
Hoy fue Elsa; ayer, María Isabel.
¿Podremos proteger a la siguiente?
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