¿Cómo te guardo conmigo?
Nos asomamos en la historia de armarios y contenedores para husmear cómo atesoramos las telas que nos envuelven, los objetos que amamos, esos utensilios con los que tejemos la vida de cada día.


El acto de guardar parece algo inherente al sentido de supervivencia, arcaico, atávico, tanto como las cajas que contienen nuestros bienes. De hecho, con los siglos varían los estilos, se innovan técnicas y materiales de los muebles contenedores, más austeros en el Románico, exuberantes en el Barroco, estilizados con Mackintosh o el Art Nouveau, racionales con el Modernismo. Pero básicamente hemos protegido desde siempre nuestras pertenencias preferentemente del mismo modo: en cajas. Arcones o armarios, con tapas, con puertas, con cajones, colgadores, divisiones, pero cajas rectangulares al fin y al cabo.
Si bien las arcas, cajas, cofres o baúles aparecen como el primer contenedor más común, popular y básico en nuestra historia occidental, ya desde la antigua Grecia también se utilizaban los estantes en vez de colgar directamente en la pared los objetos y -contrario a lo que pueda creerse- hay antecedentes de la existencia de armarios y aparadores probablemente para libros y vajilla en tiempos helénicos, como atestiguan las pinturas de Pompeya basadas en originales griegos (“Breve historia del mueble”, E. Lucie-Smith).
Roma, que sigue de cerca los modelos griegos, también ya contaba con el armarium (de ‘ars’, artes u oficios, para guardar objetos), y como los griegos, con patas que lo separan del suelo, para preservar el contenido de la humedad.
ARMARIOS

Asimismo, el clóset empotrado, que se suele asociar a la arquitectura modernista a inicios del siglo XX, con la búsqueda de espacios más racionales y, por tanto, eficientes, tiene antecedentes en tiempos tan dispares como el medioevo. Las peregrinaciones y los constantes viajes de los señores para controlar sus dominios generaron muebles muy ligeros, fáciles de transportar -de ahí vienen las cajas o baúles con cubierta curva para dejar correr el agua de la lluvia-, o bien mobiliario fijo, muy grande y pesado, a veces empotrado, de modo de dificultar su movilidad una vez que el señor y su séquito dejaban el castillo hasta una nueva visita (“Historia del mueble”, L. Feduchi).
Como grafica Óscar Ríos, director del área de Historia y Teoría de la Escuela de Diseño de la Universidad Diego Portales, “en la época del Renacimiento en Francia los reyes para poder mantener un dominio, por razones geopolíticas, instalaron una serie de castillos en el Loira, toda una ruta, para hacerse presentes como gobernantes, alojándose con toda su comitiva de un castillo a otro y así mantenían una especie de presencia y soberanía. Lo tenían todo, eran como unos hoteles”.
ENTRAR AL CLÓSET
Los walk-in closet, que solemos creerlos tan modernos, de fines del siglo XX, en realidad son bastante más antiguos. Se masifican y nacen en EE.UU. en los 50 (Design the closet.com), dadas las plantas más amplias de los nuevos edificios de departamentos, al igual que los armarios empotrados más grandes y profundos de las casas de posguerra de los suburbios norteamericanos, que tendrán que hacer espacio a tanto objeto novedoso en la era del consumo. Para Ríos, sin embargo, este tipo de mobiliario ya se vislumbra al menos tres décadas antes. "El walk-in closet tiene mucho que ver con la cultura norteamericana de California, Hollywood y ciudades como Beverly Hills, que es muy consumista y venía mostrando formas de vida exitosas y glamorosas desde las primeras películas en el cine donde aparecían las divas, la época de Valentino. Una especie de modelo de vida que la gente quería seguir, como una actriz con un verdadero estudio, con luces para cambiarse ropa, una inmensa pieza que era ya un walk-in closet. Eso va a tener una gran influencia en los modos de vida de la gente que logró un cierto éxito económico y necesitaba tener un reconocimiento social".
Pero si buscamos más atrás en el tiempo, esa habitación, a veces ni tan pequeña ni modesta, donde nobles y más tarde burgueses acomodados se vestían y pasaban ratos de ocio con sus más cercanos, ya existía en el s. XV. Un ejemplo típico más tardío son los petit appartements de Versalles en tiempos de Luis XV. No era nada descabellado recibir en los aposentos, ya que, como sucedía desde la Edad Media, “el dormitorio seguía siendo el centro de la vida social donde se recibía a los invitados” (“Breve historia del mueble”, E. Lucie-Smith).
LABORATORIO EN CASA

Por lo que respecta a la cocina, este espacio dedicado, moderno y superfuncional como lo conocemos hoy, donde hay un lugar para cada cosa y tarea, ya sienta sus bases a fines del XIX. Muebles empotrados dimensionados para almacenar, superficies continuas y niveladas y áreas separadas de trabajo son propuestas por Catherine E. Beecher ya en 1869 (“El espacio culinario”, Miguel Espinet).
El espacio cocina se revoluciona los primeros años del siglo pasado, cuando el pensamiento taylorista (organización científica del trabajo) se expande del ámbito de la fábrica y la oficina para racionalizar científica y eficazmente la cocina doméstica como un verdadero laboratorio, de la mano de otras mujeres, como Christine Frederick, que agrupa los aparatos por función y delinea la circulación eficiente (el mismo ‘triángulo’ vigente hoy), o de la arquitecta Margarete Schütte-Lihotzky, que se inspira en las pequeñas cocinas de trenes y barcos para los hogares con poco espacio, sobre todo después de la Primera Guerra, con módulos de almacenaje estandarizados (“Diseño y cultura”, Penny Sparke). Estás ideas influencian la arquitectura moderna en los años 20 y 30 en el modo práctico de diseñar las cocinas, con más espacios para guardar, como señala Óscar Ríos, que ya evidencian algunas arquitecturas Bauhaus y luego la Villa Savoye de Le Corbusier.
¿MAXI O MINI?

Si en los años 20 ya se proyectaba pensando en la falta de espacio, hoy el tema de cómo vivir mejor en espacios reducidos es un discurso obligado. De ahí nuevas soluciones que más que modificar la fisonomía externa del mobiliario de guardar en sí, cambian el modo en que se organizan las cosas en su interior.
Menos metros cuadrados por habitante en un mundo de más de seis mil millones de seres, con un 51% viviendo en las ciudades, obliga a tomar partido por una u otra tendencia. En una esquina, maximizar los espacios en extremo, creando una serie de accesorios y piezas pensando nuevamente los muebles por dentro, para dar cabida a la gran cantidad de bienes que ha desarrollado la cultura de consumo desde mediados del s. XX en Occidente. De ahí nacen barras que suben en el armario de la ropa para dejar más espacio abajo a pantaloneros, zapateros, organizadores de calcetines, de corbatas, de ropa interior, más compartimentos para tener todo a mano fácilmente. O en la cocina, cajones, bandejas, especieros, despensas, toalleros, todos extensibles o para poder ver mejor todo el contenido de los muebles de una vez y acceder a ellos cómodamente.
En el otro extremo y desde Oriente viene la opción opuesta: minimizar y quedarse solo con lo esencial. Al menos hay tres millones de personas en el mundo que lo consideran en serio, los compradores del libro “Life changing magic of tidying Up” (en español, “La magia del orden”, publicado por Aguilar), de Marie Kondo. Escogida este año por Times entre las 100 personas más influyentes del mundo, es popularmente conocida como la gurú del orden en la casa, una consultora en organización que aplica el modo de vida japonés a las atiborradas casas occidentales. Aquí no hay piedad. Kondo recomienda sacar de una vez todo fuera del clóset, hacer una montaña no según el sector de la casa (como solemos hacer, el dormitorio, el escritorio, etc.), sino por temas (la ropa, los libros, etc.). Sin condescendencia ir objeto por objeto evaluando: si no lo usaste en un año: fuera, porque las cosas son para usarlas, dice, no para almacenarlas. ¿Qué es lo que se queda? Solo aquello que te hace feliz. Un ‘menos es más’ magnífico, poético y hasta terapéutico. Dejar ir y agradecer a los objetos que nos sirvieron en algún momento, que podrán servir ahora a otras personas, y dejar espacio libre para que lleguen cosas nuevas a la vida, nuevos aires que atesorar en nuestros queridos armarios de siempre.
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