Los mundos de Norton Maza
Crítico del poder, la obra del chileno Norton Maza está saturada de elementos políticos, religiosos y económicos que buscan poner en jaque la capacidad interpretativa del espectador. Aquí, a pocos días de haber presentado en Zona MACO la obra ?Del paisaje y sus reinos?, habla del carácter lúdico y provocativo de su obra y adelanta el trabajo que presentará en 2016 en el Museo Nacional de Bellas Artes.


Tres años tardó Norton Maza (43) en realizar su última obra: un diorama tamaño real que mostraba la escena congelada de un Cristo con corona de espinas, en calzoncillos y con la virgen tatuada en la espalda, que -con una pistola en una mano y un lujoso reloj en la otra- reptaba por el suelo, mientras un misil de guerra cruzaba uno de los muros. Repleta de detalles -al interior sonaban, incluso, cantos gregorianos-, la instalación titulada “Del paisaje y sus reinos” es probablemente uno de sus trabajos más ambiciosos, y fue presentado en 2013 en el MAC de Quinta Normal y hace pocos días en Zona Maco, la feria de arte contemporáneo de México, una de las más importantes de la región. “Es difícil llevar a cabo un proyecto de esta envergadura en la actualidad. Yo traté de darme un tiempo y realizar un proyecto con más pasividad, pero cuyo resultado fuera excepcional. Fue un trabajo que involucró a muchas personas, desde el boceto hasta el registro final. La obra está llena de símbolos, de pequeños lenguajes y códigos que se pueden descubrir si es que se toma el tiempo necesario para percibirlos”, explica.
De estética algo barroca y contraste lúdico y violento, la obra corrobora bien lo que ha venido haciendo hace años: una exploración crítica e irónica de la realidad a través de escenificaciones construidas a escala con materiales precarios -como cartones y juguetes de plástico-, que luego suele fotografiar. Antes de esa obra, por ejemplo, en 2010, presentó “Luces del caos” en la Galería Gabriela Mistral, una instalación que recreaba un altar barroco latinoamericano de excesivo dorado, del que se desprendían múltiples objetos que quedaban suspendidos en el aire, como un enjambre de elementos alejados de la arquitectura sagrada. “Luego de ese trabajo, donde abordaba el tema del poder eclesiástico, sentí que había que redondear ese proyecto, y fue ahí cuando hice esta obra. A mí me interesa hablar de una realidad, no ser agresivo en el sentido de generar escándalos. Si de repente es necesario usar imágenes un poco más llevadas al extremo, creo que está bien, siempre y cuando la estética lo apacigüe. No me interesa que sea algo tan crudo, tan desvelado, porque si no se genera polémica por polémica, y a mí lo que me interesa es generar reflexión”, dice.

La pomposidad del Vaticano, el celibato religioso, la guerra, los íconos capitalistas, son algunos de los temas que tocas en tus obras, pero siempre desde una estética que de alguna forma inquieta al público, ¿crees que el espectador es muy pasivo? Creo que está adormecido, como en un estado de inconsciencia despierta o en una zona de tránsito, y me parece que en gran parte eso es porque los medios hacen creer que tú no tienes poder. El sistema te hace pensar que estás solo, que eres un ser individual, no hay un trato colectivo de comunidad y eso, entre muchas otras cosas, genera el egoísmo. Entonces el espectador cuando va a la exposición es un ser generalmente pasivo. Creo que la contingencia es algo que nos cuestiona a diario a nivel sociológico y antropológico, y es importantísimo alimentarse de eso para poder intentar utilizar la galería como un escenario donde la obra se convierte en algo así como un micrófono que te da la posibilidad de poder hablar determinados temas.
¿Cuál rol dirías, entonces, tiene el espectador en tus obras? A medida que fui desarrollando proyectos artísticos, lo fui incorporando. Antes hice la obra “Territory”, donde construí varios espacios de casa en tamaño real con elementos reciclados y de desecho. Ahí, cuando alguien estaba fuera de la obra era solamente un espectador, pero al estar dentro, observando con más cercanía, ya era parte de ella. En cambio, en “Del paisaje y sus reinos”, fue un trabajo mucho mayor, porque me interesaba que el público sintiera otras sensaciones: la música, la iluminación y la dramatización de una escena congelada, donde la única persona que se mueve es el espectador. Es en esa detención donde él se puede plantear la pregunta ¿qué hago yo en este espacio? No sabemos cuál es el desenlace de la escena, pero cada uno puede hacerla seguir mentalmente su curso. El espectador, entonces, puede cuestionarse en torno a los valores de la sociedad o la economía, o a cómo la simbología espiritual humana se ha ido cambiando por la simbología de logotipos corporativos.

Alguien podría hacer un símil de tu obra con la de Maurizio Catellan, que también trabaja en torno al poder y la autoridad, ¿te sientes cómodo con esa comparación? Hay muchos artistas que trabajan el tema del poder, no solo él. Sin ir más lejos está León Ferrari en Argentina. Creo que uno tiene acceso a esos temas porque la sociedad en que estamos es una máquina de transmitir información y de tanta información uno empieza a descubrir los códigos internos de cómo funciona el poder. Eso, sumado a haber tenido una vida compleja desde chico, hace que uno llegue de algún modo a estos temas. Más allá de eso, hay muchos artistas que los están trabajando, a lo mejor unos son más llevados al extremo como el caso de Catellan, pero son similitudes o formas de proceder parecidas en la parte estética básicamente.

La necesidad de jugar
Gran parte de su carrera Maza la ha hecho en el extranjero. Su obra ha sido expuesta en países como Francia, Canadá, Estados Unidos, Argentina y Serbia, y forma parte de colecciones públicas y privadas. Su trabajo y trayectoria tienen, sin duda, relación con lo vivencial: hijo de exiliados, tenía solo cinco años cuando se fue a vivir a Francia junto a su familia, para luego radicarse en Cuba a los nueve, donde comenzó sus estudios en la Escuela de Arte de La Habana, que más tarde continuó en el Instituto de Bellas Artes de Bordeaux. Finalmente en 1994, regresó a Chile. “En Cuba me encantó descubrir que uno podía ser feliz con la lluvia, había tan pocos juguetes, que ya el clima, la variedad de nubes o el mar, eran un juego. En Francia, en cambio, uno no podía porque estaba más en un mundo de consumo. Todo eso fue fortaleciendo de algún modo mi trabajo”, explica. Marcado desde un inicio por su relación con los juguetes, con el paso de los años ese elemento se transformó en algo característico de su obra. Uno de sus primeros trabajos fue “La necesidad de jugar” (2002), que consistía en una serie de juguetes dañados, donados especialmente para esta obra por ser pequeños tesoros de infancia. Maza reconstruyó cada una de sus partes faltantes con madera y luego los exhibió en una vitrina. “Uno acude a la precariedad para seguir con la magia del juego. Hay muchos artistas que utilizan el elemento precario, pero como una cosa de textura visual o por tener cierta sintonía frente a un mundo. En mi caso y en el de miles de cubanos, no es así, entonces esos recursos en vez de ocultarlos, los utilizo a mi favor: sé que para llegar a un resultado donde el espectador realmente se deje llevar por la obra, no es necesario usar materiales sofisticados”, explica.
¿Qué importancia le das a lo lúdico en tu obra? Justamente a través del juguete me percaté de la desigualdad mundial. Uno se da cuenta de cómo el juguete puede hablar también de una realidad de vida. En Cuba se nos rompía una pelota de fútbol y era un drama, porque no podíamos ir a la esquina y comprar otra. Había que acudir a la pelota de trapo. Ahí me di cuenta de que era importante el tema de los juguetes para hablar de temas duros, pero con una cosa lúdica: el juego induce al juego, y al mismo tiempo a su poética y te habla de algo que es mucho más serio y que también ayuda a ironizar con temas de política, de conflictos bélicos y religiones.
En algunos de tus trabajos recurres a la imaginería barroca para camuflar temáticas actuales, provocando cierto engaño o trampa al ojo, ¿qué es lo que buscas con esos recursos visuales? Creo que llegué ahí por una cosa azarosa. Hay una sobresaturación de información, la televisión, si lo piensas, puede ser algo sumamente barroco. Uno tiene tanto que narrar, que va sobrecargando de alguna manera las cosas y llega a recursos que son cada vez más estrechos y a determinados tiempos de la historia, en donde el ser humano le daba, por ejemplo, más tiempo en el arte al quehacer. Antes estaba la talla en madera, ahora la mayoría de las obras contemporáneas evaden eso y tratan de resolver un recurso mucho más pragmático: la información pasa tan rápido, que la obra también debe tener ese vínculo de aceleración. A mí no, a mí me interesa rescatar la manualidad y, a través de eso, hablar de discursos contemporáneos. Y, para eso, qué mejor que ilustrarlo con Bosco, por ejemplo. No tengo un artista en particular como referente, pero hay pintores que evidentemente me gustan como Caravaggio, o Rembrandt por el trabajo de la luz, me alucina su intensidad y dramatismo.
Has tocado ya temáticas referentes a lo religioso y político, ¿qué otras te interesa trabajar? Tengo un proyecto para el Museo Nacional de Bellas Artes en 2016. Su título provisorio es “Nave celestial” y será una gran instalación, donde quiero trabajar un poco el tema de los frisos y la pintura clásica del museo, combinado con la realidad de hoy, especialmente en la figura del encapuchado. Quiero hacer una unión entre esa cosa clásica del caos, de la ilustración, la historia de la humanidad, con la historia del presente.
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