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Mendoza en 25 horas

Semana del 23 de febrero

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Por asuntos de trabajo fui a Mendoza, Argentina, hace unas semanas. Debía estar sólo por unas horas para explicar ciertas estrategias para reducir el gasto energético de un edificio. El viaje debería haber sido por el día, pero el pasaje era carísimo, a menos que se estuviese una noche ahí, así lo hice.

El vuelo, de unos 30 minutos, en realidad fue como de 4 horas: 1 hora en el aeropuerto mismo y 2,5 horas sentado en el avión sin volar; entre autorizaciones para despegar, moverse en la pista, esperar que retiren mangas o escaleras, chequeos internos, instrucciones para uso de salvavidas (¿en la cordillera?) más otros varios, como datos del clima, agradecimientos y bienvenidas varias. El vuelo en sí perfecto, pero los accesorios de tierra, terribles. Obviamente por lo corto del vuelo nada de comida, pues no hay tiempo, pero algo se podía haber dado mientras todo esto pasaba antes de despegar.

Durante el vuelo la vista hacia abajo es increíble. Todo un espectáculo mirar la cordillera y apreciar la gran cantidad de tierras cultivadas y ganadas al terreno agreste y seco, en especial en el lado de Argentina: no tengo claro si estos cientos de miles de hectáreas verdes las cuentan cuando se habla de la deforestación, aunque sea de otros lados. Cada vez que vuelo en avión, observo más nuevas tierras verdes. El gran problema ahora es cómo se consigue el agua para regar todas esas nuevas áreas verdes.

Algo que impresiona de Mendoza es su excelente sistema de canales de regadíos, cubren cientos de hectáreas rurales y urbanas. De hecho, el trazado urbano inicial se ideó en base a este sistema. El asegurar el riego, antes que las calles, fue una brillante estrategia para esta zona árida. Así, la parte tradicional de la ciudad goza de la sombra de unos enormes árboles con todas sus ramas (al parecer no tienen la famosa y sensible poda a la chilena:  donde se deja solamente el tronco, que además se pinta blanco). Estos gigantes verdes dan justamente lo que aquí se aprecia muchísimo: la sombra con sus aromas, colores y cierta humedad, con lo que esta seca zona se hace muy grata. Justamente, en el proyecto que me llevó hasta allá la estrategia clave es darle sombra ventilada con una piel de celosías, ya que está en una zona más nueva que no cuenta aún con estos grandes árboles.

Otra cosa planeada desde los inicios de esta ciudad es un sistema de cuatro plazas grandes equidistantes (una se llama Plaza Chile), con lo que se deja a toda la trama inicial con espacios verdes accesibles a la ciudadanía, al centro está la enorme plaza Independencia, un parque prácticamente, llena de actividades y gente. Además de todo lo anterior, diseñaron un gran parque llamado San Martín, al oeste, de tal manera que los vientos secos del poniente pasan por ahí antes de llegar a la ciudad fundacional, tomando humedad y bajando su temperatura. Nada obviamente es casual, todo muy bien pensado. Envidiables son sus resultados, esta estrategia ambiental es la que le da el carácter y calidad a esta urbe. Aquí la arquitectura egocéntrica, aquella en que el edificio es una escultura formal, no sobresale: la sombra verde es la ley, la unidad y la riqueza (jamás la de edificios tipo ‘aquí estoy yo’).

Lo último destacable y muy notable, es que a pesar de tener complejos problemas económicos, sus habitantes no dejan de ser atentos, quizás porque viven en una grata ciudad, gustan de ir a pasear y asistir a uno de sus cientos de excelentes restaurantes. Para la próxima pediré un vuelo de más días.

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