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Crítica de cine: Nunca me abandones

La premisa de la novela de Kazuo Ishiguro es fantástica: un grupo de niños convive en un selecto internado porque han sido creados en laboratorios para ser potenciales donantes de órganos. Su figuración en el mundo debe ser secundaria: son seres humanos de repuesto, personas de segunda entregadas a un destino servil y trágico. No son pocos los paralelos que pueden encontrarse entre estos tres jóvenes protagonistas y los sirvientes de Lo que queda del día, también basada en una novela de Ishiguro: si bien son personajes sometidos a mundos pueriles, viven en una especie de aura santoral, una entrega única que primero parece sometimiento pero que finalmente es redención. Mark Romanek conduce el relato con conciencia clara de lo que está filmando: no es un drama ni una película de ciencia ficción, aunque tiene elementos de ambos géneros. Caminar por esa delgada línea mantiene a la película en una constante contención que funciona muy bien para el misterio, pero no demasiado para la dimensión más emotiva del relato, donde Romanek (principal defecto de su primera película, Retratos de una obsesión) parece más entregado a la compasión que a la empatía. Eso sí, el guión adaptado de Alex Garland (autor de La playa y habitual colaborador de Danny Boyle) es delicioso y entiende mejor el secreto derrotero de estos personajes.

Nunca me abandones

Director: Mark Romanek.

Con Carey Mulligan, Keira Knightley y Andrew Garfield. Drama, 103 minutos. Reino Unido, 2010. Mayores de 14 años.

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