Histórico

Lo que duele no es perder

<div>Para muchos, la derrota del domingo nos dolió porque la vemos como la culminación de un largo proceso en que en la centroderecha hemos ido desdibujando nuestro proyecto político.</div><div><br></div>

EN POLITICA, ganar y perder forman parte de las reglas del juego. Por eso, quienes tienen vocación por el servicio público comparten una cierta templanza para vivir los momentos de triunfo, así como entereza para sobrellevar las derrotas. Todo político fogueado ha estado más de una vez en ambas posiciones y, por ende, sabe que es verdad que en política nadie clava la rueda de la fortuna.

Con añoranza recuerdo cuando, en mi juventud, conocí a Jaime Guzmán en la Universidad Católica y lo escuchaba sostener en forma brillante ideas que en aquella época eran minoritarias y, a veces, derechamente impopulares. Pero Guzmán no sólo tenía capacidad argumentativa. Lo más importante es que tenía posiciones claras y definidas de las que no se movía. Como toda persona inteligente, no tenía complejos para cambiar de opinión si había buenas razones para ello, y por eso a menudo repetía que pocas cosas son de principios, pero esas pocas son intransables y en el resto reina la flexibilidad.

Esa es la razón por la que, para quienes compartíamos su ideario político basado en esos principios, perder provocaba una mezcla de sentimientos contradictorios. Por una parte, la frustración natural de ver derrotadas las ideas en que uno cree, pero al mismo tiempo una cierta sensación interior gratificante del deber cumplido. Cuando la batalla tiene un sentido superior a la conquista o pérdida de un cargo, la derrota no debilita las convicciones ni la voluntad de lucha. Por el contrario, en la mayoría de los casos, las fortalece.

Pero en muchas personas, entre las que me cuento, la derrota del domingo dolió porque la vemos como la culminación de un largo proceso -que excede con mucho a este gobierno- en que en la centroderecha hemos ido desdibujando nuestro proyecto político, hemos ido convirtiéndonos paulatinamente en esclavos de las encuestas, evitando promover mucho de lo que pensamos y contradecir también mucho de aquello de lo que discrepamos, si es que unas y otras posiciones parecen impopulares. Tengo la sospecha de que cientos de miles de chilenos, tal vez algunos millones, se quedaron el domingo en su casa porque ya no alcanzan a ver una diferencia relevante entre los que quieren subir los impuestos un poco más y los que quieren subirlos un poco menos; entre los que se oponen al lucro un poco más o un poco menos; entre los que sostienen que los mercados hay que regularlos un poco más o un poco menos; entre los que creen, en fin, que hay desigualdades y abusos inherentes al modelo o que sólo son una desviación pero que, en todo caso, hay que corregirlos con más regulaciones y más Estado. La derrota del domingo a muchos nos dolió porque, en el fondo, sentimos que lenta e imperceptiblemente hemos ido abandonando las batallas en defensa de las causas que nos definen.

Tengo la esperanza de que la próxima elección presidencial sea la oportunidad de volver a proponer una alternativa que haga que los chilenos se levanten, ya sea para apoyarnos o para rechazarnos; porque lo que duele no es perder, sino sentir que perdimos quedándonos en la irrelevancia de fotos, eslóganes y campañas publicitarias en las que no se vislumbra ni la sombra de un proyecto de sociedad.

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