20 años de la Carta Democrática de la OEA



Por Soledad Alvear, abogada y ex Canciller

No olvidaré nunca el 11 de septiembre de 2001 en una nublada mañana limeña que nos servía de telón de fondo en una Asamblea General de OEA en la cual trabajamos la Carta Democrática Interamericana. Al mismo tiempo un consternado Colin Powell, entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos y todos los cancilleres participantes recibíamos con incredulidad la noticia del atentado a las Torres Gemelas. El mundo nunca más sería el mismo, y la OEA tampoco.

La Carta Democrática nació para reforzar la defensa activa de la democracia representativa con medidas que apuntan a restablecer el orden democrático o acompañar procesos de inestabilidad por la vía de fortalecer las instituciones.

Las hipótesis de intervención por parte de la OEA, invocando este instrumento, podrían resumirse en una situación que pusiera en peligro la estabilidad democrática en un país, una crisis democrática en un Estado Miembro, la alteración del orden constitucional o el quiebre del régimen democrático. A la fecha se ha aplicado en varias ocasiones, de oficio por la Organización o a petición del propio Estado. Se ha cuestionado su eficacia, es cierto, pero en definitiva nunca ha sido indiferente su invocación ni menos su aplicación. Siempre ha puesto en el corazón del debate la cuestión democrática y ha permitido visibilizar el conflicto o quiebre.

Pero han pasado dos décadas y los desafíos evolucionan. No basta con tener elecciones para preservar la salud de los sistemas democráticos; cuando éstas se tienen, que sean libres, justas, transparentes y equitativas -lo que ha estado en el tapete en varios países de la región recientemente-, respondiendo a estándares institucionales permanentes y no a compromisos individuales.

Este aniversario de la Carta Democrática debe entonces llamarnos la atención para profundizar nuestro tejido institucional y acompañar los planes de recuperación de los estados no solo con una mirada fiscal y política, sino también social y democrática, en el marco de un macro ciclo electoral que se desarrolla, y continuará su curso en plena pandemia, considerando las elecciones que nos quedan, entre presidenciales e intermedias.

En este contexto, la apuesta de nuestra Cancillería debiera ser más que nunca el multilateralismo y la cooperación. Disciplinar voluntades nacionales para problemas regionales, sin parapetarnos, ni reducirnos a lo doméstico, sin definir las decisiones en política exterior con un barómetro de temperatura interna, sin condicionar los talentos permanentes del Estado de Chile al gobierno de turno. Apostar por esquemas colectivos que nos permitan mostrarnos como un país que piensa a largo plazo, que entiende que las crisis no se solucionan con un recetario doméstico (y el Covid sí que lo ha dejado en desnudo), sino que de cara al mundo. En ese desafío la Carta Democrática seguirá siendo un imprescindible.

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