35 años de influencia política y social

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En medio de un clima político que es tan cambiante como rizomático, que incluye identidades híbridas, ciudadanos cada vez menos ideologizados y la irrupción de diferentes movimientos sociales, la Unión Demócrata Independiente cumple treinta y cinco años. Su derrotero da cuenta de un partido protagonista de los cambios que ha experimentado nuestro país, cuya identidad -probablemente de las más homogéneas doctrinariamente que aún quedan- se confronta con un paisaje político donde abundan adversarios que la interpelan o incluso abruman. Por eso, tan importante como su historia, son los desafíos que enfrenta el partido fundado por Jaime Guzmán.

Durante estas décadas, la identidad sobre la cual se ha constituido la UDI -de inspiración cristiana, cercana al mundo popular e impulsora de una economía libre- ha operado como un activo que ha facilitado empujar su cosmovisión desde una cohesión que pocos partidos pueden exhibir. En efecto, más allá de la distancia ideológica con que se la observe, se debe reconocer que dicha identidad ha sido determinante para convertirse en uno de los conglomerados más importantes de nuestra historia política reciente -dislocando la forma en que se distribuía la representación en la sociedad-, cuestión que incluso le ha significado ganarse el odio de algunos sectores. Sus dos mártires son la expresión más evidente de esto.

Pero hoy todos los partidos han venido perdiendo la hegemonía de la representación en la canalización de las demandas ciudadanas. En este contexto, la UDI no es la excepción en este nuevo paradigma y, como tal, tiene desafíos. En primer lugar, para hacer frente a la irrupción de los movimientos sociales como articuladores del malestar ciudadano, debería indagar y aportar nuevas estrategias que permitan la convivencia entre movimientos y partidos, sin dejar de ser un canal fundamental en la derecha.

Pero, además, los debates del Chile actual dan cuenta de una sociedad distinta al contexto en que fue fundada. En Occidente en general asistimos a un momento que acusa cada vez con más frecuencia la atomización social y devaluación de las categorías éticas sobre las cuales se hacía posible un sentido unitario de la sociedad. Todo esto obstaculiza los necesarios acuerdos políticos. Este imaginario que se expande y se reconoce desde distintas sensibilidades políticas y culturales, se confronta con la identidad de la UDI, de modo que ahí tiene otro desafío que afrontar. La imagen que simboliza puede ser un activo que contribuya a regenerar los tejidos sociales.

Debería entonces armonizar pragmatismo con la necesidad de fijar horizontes políticos capaces de impulsar nuevamente el urgente sentido integrador de la vida social, sin ignorar la legítima proliferación de las libertades y la asentada diversidad en nuestro país. La UDI tiene un espacio amplio para distinguirse e influir sin renunciar a su identidad. Casualmente aquél fue el principal propósito de Jaime Guzmán cuando pensó fundarla.

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