Columna de Carlos Meléndez: Miénteme como siempre



Para vivir en la era de la información, estamos demasiado expuestos a noticias falsas, medias verdades y verdades que no queremos aceptar. Para vivir en tiempos en los que “las ideologías han muerto” (sic), estamos muy influenciados por nuestros propios sesgos valóricos y políticos, y nos incomodan hechos o informaciones que se escapan a nuestra forma de ver el mundo. Este contexto de hiperinformación por verificar e hiperideologización que no aceptamos, las teorías conspirativas circulan sin pudor con la amenaza de profundizar nuestros prejuicios, pero también con el riesgo de apuntalar las tensiones polarizantes que ponen a prueba nuestra convivencia democrática. Quizás no hay polarización más destructiva que la basada en falsedades.

En Europa, la evidencia sostiene la utilización de teorías conspirativas de parte de regímenes autoritarios y populistas. Diversos estudios académicos han encontrado, a nivel de opinión pública, que tanto la demanda por atractivos populistas y la creencia en conspiraciones están imbricadas. Si el individuo populista considera que las élites son perversas y corruptas, y que se aprovechan de la honestidad del pueblo, lo más probable es que también crea que, sin importar quien gobierne formalmente los países, hay una secta de poderosos que controla el orden mundial. Ahora, imagínese ese perfil de ciudadano como seguidor de líderes de la derecha radical europea como Viktor Orbán en Hungría, quien no tiene reparos en patrocinar desde el Estado teorías conspirativas basadas en la capacidad de agencia de empresarios como promotores de la migración internacional y de la prolongación de la guerra entre Rusia y Ucrania (para no referirnos a los “perversos” [sic] esquemas de dominación detrás de la “ideología de género” y el “marxismo cultural”).

En América Latina, las teorías conspirativas no están monopolizadas por un bando político. Tanto la derecha populista (como la de Bolsonaro) e izquierda populista (postchavismo) se disputan la malévola creatividad para justificar sus crecientes autoritarismos. A nivel de opinión pública falta mayor evidencia, pero, por ejemplo en Perú, la proclividad a creer en este tipo de razonamientos aumenta entre quienes se autocalifican de izquierda. Las mentiras de siempre que ensayan las fuerzas políticas latinoamericanas parecerían tener distintos niveles de éxito: las de la izquierda, más populares (“Castillo fue obligado por poderes económicos a intentar un golpe que se sabía fallido desde el inicio”); las de la derecha, más elitistas y, por tanto, menos extendidas entre la población (“los estallidos sociales son promovidos por Cuba”).

Los postores a dictadorzuelos en América Latina que intenten articular teorías conspirativas a su favor, van a encontrar terreno fértil en una opinión pública anti-establishment, que es potencialmente capaz de comprarse mentiras conspirativas para catalizar su odio y desafección al sistema. Por ahora, en nuestra región, la izquierda tiene mayor margen para aprovechar esta debilidad de la cultura política regional, cuya fisura puede seguir socavando las bases de nuestras frágiles democracias.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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