Columna de Daniela Sepúlveda y José Antonio Sanahuja: El factor interno en política exterior



En los últimos años, ya sea en el contexto latinoamericano o europeo, la política exterior ha estado bajo una fuerte evaluación pública de las audiencias internas de cada país. España y Chile son un ejemplo claro de estas tensiones. Bajo sus actuales gobiernos, ambos países han empujado agendas progresistas como la política exterior feminista, el énfasis en la defensa irrestricta de los derechos humanos o el liderazgo en sus respectivas regiones para condenar la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania. Sin embargo, el debate local ha tendido a enfocarse en los errores o discrepancias y, a menudo, la discusión sobre política internacional es en realidad el pretexto para la disputa política y electoral interna. Es decir, la atención se ha concentrado en la forma y no el fondo.

¿Cómo evitar que las tensiones y la polarización interna impida la discusión sobre la agenda externa y los acuerdos necesarios para una política exterior de Estado? A continuación, ofrecemos algunas reflexiones y contribuciones para responder a esta pregunta.

Primero, es importante destacar positivamente que el intenso escrutinio público de la política exterior obedece a una democratización en el acceso a información y al necesario esfuerzo por hacer de estos temas un asunto de interés público, no monopolizado en una élite epistémico-endogámica. La política exterior requiere de algunos acuerdos básicos entre las fuerzas sociales y políticas para gozar de continuidad y eficacia. Tales acuerdos, a su vez, demandan amplios procesos de participación y deliberación, una esfera pública y unos medios de comunicación de calidad, y el aporte del conocimiento experto de la academia y los centros de pensamiento. Ello es necesario, también, como muro de contención para el uso de la política exterior como argumento electoralista o como narrativa de polarización, de forma que terminen siendo una suerte de espejos deformantes que nos devuelven una imagen grotesca y esperpéntica de la política local.

Segundo, la mayor apertura de los asuntos internacionales y la política exterior al debate público, así como los incentivos políticos para la polarización y las “guerras culturales” han aumentado el costo y el riesgo de proponer iniciativas basadas en la cooperación, el multilateralismo, y la acción humanitaria. Frente a ello, es importante encontrar el balance y evitar falsos dilemas entre lecturas chauvinistas del interés nacional frente a políticas más cosmopolitas y altruistas. La válida preocupación por la seguridad interna o la prosperidad económica no deben contraponerse, por ejemplo, con las iniciativas de protección de migrantes regulares y víctimas de crisis políticas o humanitarias; la promoción del desarrollo sustentable; o la defensa de un orden internacional basado en reglas acordadas. El elevado grado de interdependencia que hoy vincula a Estados, economías y territorios, y la mayor exposición a riesgos transnacionales comporta, como señalaba Ulrich Beck, que la única forma de responder a muchos intereses en apariencia “nacionales” sea a través de la acción colectiva, la cooperación internacional, y el cuidado común de los bienes públicos globales de los que depende nuestra existencia, como el clima y los océanos.

Finalmente, este es un mundo que se enfrenta a viejas amenazas, como la reaparición de la guerra de conquista, y a otras propias de nuestro tiempo, como la emergencia climática, la exigencia de nuevos patrones de desarrollo, y el aseguramiento de unos estándares aceptables de dignidad humana. Una política exterior moderna, democrática, de Estado, consensuada, y digna de tal nombre supone, a la postre conciliar el interés nacional con una visión compartida de progreso humano.

Por José Antonio Sanahuja, director de la Fundación Carolina (España), y Daniela Sepúlveda, directora de la Fundación Nueva Política Exterior (Chile)

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