Columna de Gonzalo Cordero: Instituciones



Habitualmente solemos pensar en las instituciones como estructuras. Es decir, burocracias con edificios, presupuesto y autoridades que las comandan, pero tendemos a ignorar que, antes que todo eso, las instituciones son un conjunto de reglas, una manera en que los seres humanos se relacionan de forma estable para satisfacer ciertas necesidades. Al someterse a organizaciones constituidas normativamente, el hombre moderno buscó desterrar el arbitrio, el ejercicio impredecible e inicuo del poder.

Recuerdo esto, que debiera ser obvio, a propósito de los hechos que le costaron la vida a un conscripto, así como la amputación de una mano a otro y lesiones a parte del contingente que realizaba un ejercicio militar. El caso quedó postergado en el interés público, pues ocurrió el mismo día que tres carabineros eran asesinados arteramente en el sur. Con el paso de los días, sin embargo, emergió atrayendo el justificado escrutinio público respecto de las actuaciones de los directamente involucrados y de las autoridades de que dependen.

Lo primero que se debiera reclamar en este caso es justicia. Que un juez independiente, con diligencia y bajo un debido proceso, establezca lo que ocurrió y sancione como corresponde a quienes tengan responsabilidad en lo sucedido. Las primeras actuaciones de la ministra que preside la Corte Marcial, viajando de inmediato a la zona y realizando las diligencias pertinentes son tranquilizadoras. Eso es lo que produce la justicia, tranquilidad y paz social.

Luego, se esperaría que se hagan efectivas las responsabilidades del mando, lo que en el caso de la autoridad civil llamamos responsabilidad política. Aquí las cosas empiezan a fallar, porque a los políticos, en general, les interesa más el rating que las reglas; el efectismo los mueve más que los efectos y un cierto narcisismo los lleva a preocuparse más de dar señales sobre su “autoridad”, que de dar certeza acerca de la racionalidad con la que ejercen su poder.

Esto se ve agravado, además, porque la izquierda latinoamericana que nos gobierna tiene el prurito del mesianismo, herencia evidente de la influencia de la teoría marxista que está en la raíz de su visión de la sociedad. Para el pensamiento mesiánico, las reglas, y por ende las instituciones, son inevitablemente secundarias, cuando no un obstáculo. Por eso, tienden incluso a validar la violencia cuando ella los ayuda a conseguir los fines “superiores” que persiguen.

El Presidente la República, no puede olvidarse, es una institución cuyo titular está encargado de velar porque, en este caso particular, se cumplan las reglas que ordenan a los miembros del Ejército y para ello debe actuar sin estridencias, sin parafernalias de comunicaciones, ni menos con la actitud pueril de intentar demostrar que manda al general Iturriaga. Otro Presidente, de otra izquierda, acuñó la frase: “Que las instituciones funcionen”. Es decir, que se apliquen las reglas; porque así, aunque ciertas personas pierdan sus cargos, las instituciones se fortalecen.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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