Columna de Paula Escobar: El cordón sanitario

El diputado Gonzalo de la Carrera se retira entre guardias de una sala de la Cámara de Diputados, tras ser acusado de una agresión en contra del diputado Alexis Sepúlveda. Foto: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO.


No tiene útero: no puede abortar, no puede menstruar. Con esos “argumentos” el diputado Gonzalo de la Carrera atacó a la diputada Emilia Schneider. Para él, su condición de mujer trans le impediría opinar y debatir respecto de temas relacionados al género. En una primera capa, se le podría contraargumentar que entonces él tampoco, pues hasta donde sabemos, tampoco tiene útero y tampoco menstrúa. Ni los demás varones del hemiciclo. Ni las mujeres después de la menopausia... Pero no tiene ningún sentido analizar los dichos en términos biológicos, lógicos o políticos. No es eso lo que él hace, ni los de su grupo, que al parecer ya salieron de su ostracismo para volver al tono de Johannes Kayser cuando habló de quitarles el derecho al voto a las mujeres. Esta semana fue De la Carrera, la pasada fue el diputado Urruticoechea, que habló de que un aborto no “desviolaba” y pidió 10 años de cárcel para una mujer que aborte por esa causal. No, no son ni exabruptos ni problemas de salud o tino: esta es una estrategia política que, pese a sus diferencias en las distintas zonas del mundo, sigue un mismo patrón. Es la ultraderecha, o derecha radical, que en Chile crece al alero de partidos que se definen como conservadores, pero que han instalado, alentado y habilitado a estos personajes para que sean autoridades de la República y participen del juego democrático sin realmente creer en él.

Tal como lo establece el experto Cas Mudde, lo que une a estas ultraderechas en alza en el mundo (Bolsonaro, Meloni, ultraderechistas suecos, Marine Le Pen, Vox) es el “monismo”: una idea de la sociedad como homogénea, como era “antes”. Es, en tal sentido, una ideología antipluralista. Crece como una reacción a los avances de quienes antes no estaban incluidos en la mesa -la comunidad trans, por ejemplo-, y su método habitual es la deshumanización de quienes ahora reclaman su lugar en igualdad de condiciones. Son parecidos, pero no iguales. Tal como dice Mudde, hay variantes y versiones. Vox en España, Giorgia Meloni en Italia o el mismo José Antonio Kast en Chile corresponden, a su juicio, a la versión radical, no a la versión extrema, pues esta última se caracteriza por no respetar la democracia liberal y el resultado del voto. Trump y Bolsonaro, por ejemplo, para él son híbridos, con características de ambos grupos, pues coquetean permanentemente con la posibilidad de no respetar la decisión de las urnas. De la Carrera parece ya estar instalándose en esa zona, la del extremismo. No son provocaciones políticas -o cuestionamientos a lo que denominan “ideología de género”-, sino intentos muy eficaces de control de agenda, de endurecimiento o reversión de avances en inclusión, de horadar y distraer el debate público, alejando la posibilidad de la colaboración y de exhibir logros en materia política. Ese es uno de los modos en que estas ultraderechas avanzan: imponiendo su agenda y especialmente haciendo que partidos de derecha tradicional o mayoritaria vayan endureciendo sus posturas para no perder electores por el lado derecho.

¿Cómo se enfrenta esta ola, entonces? Muy complejo. Pero una manera esencial es que la derecha tradicional mantenga, profundice y exprese su diferencia. Que estas arremetidas irracionales, groseras y crueles constituyan un parteaguas con aquello de lo que no quieren formar parte. Si no, aunque la forma sea menos insultante, el fondo de esas ideas de homogeneización de la sociedad comienza a avanzar.

Emmanuel Macron lo explicó con claridad: “La gran diferencia que tenemos con la candidata de ultraderecha es que la ultraderecha vive de sus miedos y de su rabia para crear resentimiento y explicar que un proyecto de exclusión de una parte de la sociedad es la respuesta”.

En Chile, las réplicas desde Chile Vamos fueron más contundentes que antes (mal que mal, votaron por José Antonio Kast). Y no solo para condenar los dichos de De la Carrera o de Urruticoechea, también para mostrar la diferencia. La alcaldesa Matthei, de hecho, reflejó un atisbo de un antídoto posible: su abrazo y reconocimiento del subsecretario comunista Nicolás Cataldo.

“Lo critiqué de cómo podían poner a un señor que había escrito las cosas que había escrito (…), pero lo he ido conociendo y es una persona encantadora, preocupado de que las cosas se hagan bien”, dijo.

“Eso es republicanismo”, dijo Cataldo, sonriendo y abrazándola de vuelta.

Y ese republicanismo, ese respeto a la legitimidad del otro, y esa búsqueda para encontrar alguna unidad de propósito que permita avanzar, es el camino frente a De la Carrera. Fortalecer la democracia, poner un cerco sanitario y, sobre todo, lograr que la democracia funcione para las personas, es el camino largo.

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