
De la (a)normalidad

No hay luz al final del túnel salvo, quizá, la del fuego que no se apaga. Llegamos a creer que el 2021 veríamos una clara inflexión, pero hemos descubierto que las cosas no eran tan simples. A pesar de la exitosa vacunación, la epidemia recrudece. Las cifras actuales son alarmantes y el sistema de salud se prepara de nuevo para el estrés de una sobredemanda de camas críticas, a un mes de un decisivo evento electoral.
La continuidad de la crisis sanitaria tampoco será inocua para la recuperación económica y ambos procesos tienen como mar de fondo un deterioro político e institucional donde la violencia sigue siendo un factor gravitante. Una violencia ritualizada que este viernes cubrió con fuego la estatua del general Baquedano, sin que el gobierno pueda controlarla y con la indiferencia o complicidad de no pocos actores políticos.
Porque, al final del día, el problema es político y en el se conjugan un gobierno que en esta materia se ha resignado a su propia incapacidad, y una oposición que en silencio todavía apuesta a que la violencia siga socavando a una administración moribunda. Un gobierno que no quiere mirar la realidad de frente, asumirla y actuar en consecuencia. Que sigue proponiendo acuerdos a sectores que no han estado ni estarán disponibles para ellos. Cuyo canciller -Andrés Allamand- afirmó hace unos días ante la ONU que a poco más de un año del estallido social, “Chile había recuperado su normalidad”.
Y ese es precisamente un aspecto central del problema: que el gobierno funciona o trata de hacernos creer que vivimos en un país “normalizado”, cuando en verdad lo único que se ha normalizado es la prolongación de la crisis: un deterioro brutal de la convivencia y de las instituciones, del orden público y el Estado de Derecho. Donde, como lo demostraron los graves hechos ocurridos durante el verano en Panguipulli, la posibilidad de terminar con las reparticiones públicas en llamas está siempre a la vuelta de la esquina.
El 13 de mayo de 1940 Churchill pronunció su primer discurso como jefe del gobierno inglés. Tres días antes los nazis habían invadido Francia y el primer ministro hizo en esa ocasión la que sería su principal promesa durante la guerra: “Sangre, sudor y lágrimas”. Estamos, sin duda, lejos de algo semejante, aunque más de 20 mil muertos por el Covid-19, y todo lo que hemos vivido en este último año y medio da para pensar. Pero lo mínimo que se le puede exigir a un gobierno en las actuales circunstancias es que no siga vendiendo ilusiones, que diga las cosas por su nombre y no alimente falsas expectativas.
Porque, a pesar de la rápida vacunación, la pandemia va a seguir causando estragos en los próximos meses; la economía continuará viviendo un tiempo crítico, aunque la baja base de comparación disfrace los próximos indicadores de crecimiento. Y Chile está todavía muy lejos de recuperar la normalidad perdida a raíz de la crisis política desatada por el estallido social. Es cosa de ir a mirar el rostro del general Baquedano.
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