Por Ascanio CavalloEl Chile escondido
La quinta entrega -la final- del Censo 2024 quedó subsumida bajo la impactante secuencia de los últimos poco impactantes debates presidenciales. Quizás los candidatos no llegaron a saber, por ejemplo, que entre el 2017 y el 2024 se redujeron en 67.709 los miembros de pueblos originarios. Como no desaparecieron ni se fugaron esas casi 68 mil personas, cabe suponer que en siete años disminuyeron los incentivos para autodeclararse originario.
El dato principal del censo es el número de habitantes: 18.480.432, más de cinco millones que hace 30 años y casi un millón más que en el 2017, un crecimiento que está muy por encima del vegetativo. Aunque todavía Santiago aloja al 40% de los habitantes, hay crecimientos fuertes en algunas regiones: 14,8% en Tarapacá (y casi el triple en números netos), 11,2% en Coquimbo, 9,9% en Antofagasta y 9,8% en Arica y Parinacota. El motor del crecimiento poblacional es el norte. Y pocos le han prestado atención.
El incremento general se debe, como es obvio, a la inmigración, que aumentó el número total de extranjeros en 15 veces respecto de hace 30 años, y más del doble respecto del 2017. Los inmigrantes son hoy 1,6 millones, la mayor parte de los cuales llegaron no en una ola migratoria, sino en dos, muy intensas: la primera, entre 2017 y 2019, que atrajo al 33% del total de inmigrantes en el gobierno de Piñera II, y entre 2021 y 2023, ya en la primera mitad del gobierno de Boric, que permitió llegar el 26,8%. En dos gobiernos cambió la fisonomía del país, sin que apenas se dieran cuenta.
Hoy, un 41% de los inmigrantes son venezolanos y su implantación se extiende entre Coquimbo y Ñuble; no, como han creído muchos, en el norte extremo, donde en realidad prevalecen los bolivianos. El promedio de edad es 33,5 años, cinco menos que los nacidos en Chile: ¿No es el retrato de inmigrantes en busca de oportunidades?
No es lo único: un 64,9% de las mujeres no nacidas en Chile tienen 1,96 hijos, mientras que las chilenas tienen 1,97, pero sólo en un 56,6% del total. Los niños inmigrantes tienen una escolaridad media de 12,9 años, más que los 12,1 de los chilenos. Los hombres extranjeros participan en el mercado laboral en un 78,8%, contra el 70,1% de los chilenos; las mujeres extranjeras replican esa primacía: un 58% trabaja, contra sólo el 50,5% de las mujeres locales.
Bastarán unos pocos años para que el reemplazo poblacional lo produzcan los venezolanos y para que los padres y las madres de esos nuevos ciudadanos sean quienes más produzcan. Tendrán más razón quienes los acusan de quitar empleos que los que les atribuyen delitos e inconductas. La amenaza y la condescendencia van mal con este complejo mundo que ya representa el 8,8% de la población del país.
En 1992, los niños significaban el 29,5% de la población nacional; en 30 años han caído casi 12 puntos, hasta un 17,7%. La base de este deterioro es la ya conocida crisis de fecundidad, que ha llevado a que el 70,7% de mujeres con probabilidad de tener hijos en 1992 se haya reducido a 56,6% en 2024. La tendencia es aguda: las mujeres entre 40 y 49 años tienen hijos en un 88,4%, mientras que entre 20 y 29 la cifra baja hasta un modesto 32,3%: un enorme 56,1% menos.
Mientras los niños disminuyen, aumentan los viejos. La tasa de envejecimiento (el número de mayores de 65 años por cada cien menores de 15) pasó de 22,2 en 1992 hasta un inquietante 79 en el 2024. Las regiones de más alta tasa de envejecimiento son Valparaíso (98,6) y Ñuble (97,6). En términos porcentuales, los viejos pasaron de ser un 6,5% de la población a un 14%.
Unas cuantas políticas públicas, con o sin popularidad, adquieren nuevos perfiles a la luz del censo. Por ejemplo, la educación. La tasa de alfabetización (mayores de 15 años que saben leer y escribir) está en un satisfactorio 97,8%, que sube a 99,4% si se mide entre los 15 y los 29 años. Mejor aún, la asistencia a clases en la educación básica llega hasta el 95,4%. Pero en la educación superior, tan enormemente favorecida por los presupuestos en los últimos años, la asistencia llega a un… 46,6%.
Otro ejemplo: la vivienda. Hay 7,6 millones de viviendas en todo el país. El déficit estimado supera el medio millón. Sin embargo, al mismo tiempo hay casi un millón de viviendas desocupadas. Este sinsentido puede tener explicaciones de todo tipo, pero no por eso deja de ser absurdo. Las viviendas que son de propiedad de sus ocupantes llegan al 61,1%, un porcentaje que en el Maule se eleva hasta 70,3%. La mala noticia es que hace poco más de 20 años, en el 2002, los propietarios a nivel nacional alcanzaban al 72,5%. Si esto no es retroceso, cuesta imaginar qué podría serlo. El país ha ido muy por detrás del aumento de su población.
En materia de equipamiento de servicios esenciales, la enorme mayoría de las viviendas disponen de casi todo. Pero ningún servicio alcanza el récord de 93,2% de… internet.
¿Y la migración interna? Parece ser que Santiago, al menos en términos relativos, ha dejado de ser el polo devorador: sólo migra a la capital un 2,7%, aunque eso significa un número cercano a las 200 mil personas. En cambio, hay una poderosa migración hacia las regiones de Los Ríos (10,9%) y Aysén (10,6%). La gente que más cambia de región tiene un promedio de 36 años.
Hay un Chile nuevo, escondido en el censo. La mayor parte de él cambió el curso de la política chilena hace una semana.
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