
El miedo gana cuando la política se rinde

La política del miedo no es nueva, pero en Chile ha dejado de ser una estrategia más para transformarse en el eje central del debate público. En vez de proyectos, hoy compiten advertencias; en vez de liderazgos que convoquen, se ofrecen candidaturas que contienen. Es un fenómeno inquietante, sí, pero no inexplicable. El miedo está ganando, no solo porque se impone a gritos, sino porque nadie más está hablando con claridad.
Es tentador culpar a la derecha por esta deriva. José Antonio Kast ha construido su discurso sobre un país al borde del colapso: asediado por el crimen, la migración, el desorden. No promete bienestar, promete control. Y Chile Vamos, aunque intente parecer moderado, gravita en torno a la misma oferta: seguridad, orden, defensa. En ambos casos, el mensaje es claro: no hay que soñar, hay que protegerse. Puede parecer pobre en ambición, pero resulta eficaz. ¿Por qué?
Porque el miedo es comprensible. Es una reacción lógica ante una sociedad que durante años prometió progreso y terminó entregando incertidumbre. Donde la violencia crece, el estado falla, los procesos políticos decepcionan y el horizonte se achica. En ese contexto, un discurso que promete firmeza y control puede ser emocionalmente más convincente que uno que pide paciencia o sacrificio por un futuro incierto.
El problema es que desde la centroizquierda se ha preferido ignorar ese miedo o, peor, instrumentalizarlo. El mensaje implícito en muchos sectores del oficialismo ha sido: “ les pedimos que nos elijan para que no gane la derecha”. Es una renuncia tácita al rol de proponer. Se gobierna con cautela, se compite con temor, se comunica a la defensiva. Y luego nos sorprende que la gente no se movilice.
Si algo enseñaron el estallido social y los dos fracasos constitucionales es que el malestar existe, pero no siempre se traduce en acción colectiva progresista. Hay enojo, sí. Hay miedo también. Pero si no hay alguien que lo ordene desde la esperanza, se ordenará solo desde la rabia o el repliegue.
La derecha ha sabido leer mejor ese momento. Ofrece soluciones que son regresivas, pero legibles. Se para en la orfandad emocional de miles de personas y les dice: “te entiendo, yo me haré cargo”. ¿Qué dice la centroizquierda? A veces, poco. O peor, dice lo correcto, pero de forma ambigua, con culpa o en clave técnica.
La política del miedo resulta porque ocupa un vacío. No solo de relato, sino de coraje. Coraje para incomodar, para decir verdades difíciles, para convocar sin infantilizar. La centroizquierda debe dejar de pedir confianza a cambio de miedo, y volver a ganársela desde una épica concreta: seguridad con derechos, crecimiento con justicia, comunidad con diversidad. No basta con diferenciarse de Kast, Matthei o Kaiser. Hay que ofrecer algo mejor.
Porque más allá del diagnóstico, lo inquietante es que, frente a este avance del miedo, la respuesta desde los dos bloques políticos no ha sido la esperanza, sino otro miedo. El llamado a “cerrar filas” no convoca por convicción, sino por amenaza. No se moviliza un deseo de futuro, sino una reacción defensiva ante lo que podría venir.
Hablar de un proyecto no puede reducirse a endurecer penas o desplegar más policías. Implica definir para qué queremos seguridad: si es solo para contener el caos o para habilitar una vida con dignidad, comunidad y propósito. Un proyecto político real transforma el miedo en horizonte, y la seguridad en una plataforma para construir futuro, no solo para defenderse del presente.
Chile está buscando orden, sí. Pero también busca sentido. Y si no somos capaces de darle uno, otros lo harán —aunque sea con discursos tóxicos, aunque sea sin horizonte. Por ello necesitamos liderazgos que no nieguen el miedo, pero que no se subordinen a él. Que lo escuchen, lo comprendan y lo trasciendan. Porque cuando la política solo promete contención, no hay proyecto y sin proyecto, lo que muere no es solo la esperanza, lo que muere es la democracia como espacio compartido.
Y cuando eso ocurre, ya no elegimos. Solo reaccionamos.
Por Natalia Piergentili, directora de asuntos públicos de Feedback.
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