Por Carlos CorreaEl otoño del patriarca

Un buen síntoma de la soledad que vive el Presidente es la revelación de su ex ministro de Desarrollo Social de la dura respuesta que le propinó por decir que las frases de las autoridades económicas estaban incendiando la pradera en la previa al estallido del 18 de octubre. Aunque el ahora candidato suele victimizarse en sus vaivenes políticos, su frase lee correctamente el clima en la centroderecha.
Se ha instalado el temor fundado que las dificultades de La Moneda puedan llevar a una derrota electoral en los próximos comicios de mayo y se instale una mayoría cultural que haga cambios a la Constitución hasta tal punto, que deje el país irreconocible. La esperanza de muchos en el sector era llegar al tercio que al menos permitiera negociar con los partidarios moderados del Apruebo, o derechamente recurrir al filibusterismo como ocurrió durante tantas veces en la transición.
La asociación con Piñera es veneno en el voto, dicen en los zoom y grupos de whatsapp de los estrategas electorales y, por ello, la derecha se ha lanzado a diferenciarse, incluyendo votar iniciativas con la oposición, como el tercer retiro de las AFP. Con ello ha notificado a La Moneda, que no contará con sus votos para las iniciativas que vengan. También los dardos apuntan al segundo piso, en especial a Larroulet, a quienes muchos ven como una especie de Rasputín, que con su ceguera ideológica va conduciendo al gobierno a su caída.
Piñera ha navegado muchas veces a contrapelo de su sector político. En los inicios de la democracia exasperaba en el Senado, al haber votado No en el plebiscito de 1988 y tener disposición para negociar sus votos con el gobierno de entonces, e incluso haberlos dado para acusar constitucionalmente a jueces por echar en el cajón del olvido procesos emblemáticos de DD.HH.
La operación denominada “Kyotazo” mostró cuán solitario estaba en ese momento. Posteriormente se instaló sorpresivamente en una segunda vuelta contra Bachelet, dejando a Joaquín Lavín en un ridículo absoluto. Su audacia en ese momento también marcó un camino en solitario a La Moneda, donde siempre ha gobernado a contrapelo de los partidos, y buscando rodearse de un grupo propio, donde se mezclan conversos, familiares, asesores financieros y devotos políticos. Por tanto, una rebelión de la derecha es parte de su trayectoria.
Buena parte de su acción política es jugar al filo de la situación, y hasta ahora le ha permitido mantenerse vivo en política pese a jugadas claramente fallidas. Uno de los mejores ejemplos de su estilo es la pantomima de Cúcuta, donde aspiraba nada menos a ser el político que lograra nuclear a América Latina y derrotar a Maduro; algo que los EE.UU. no han logrado. El ridículo posterior, que incluyó una visa con elástico para los venezolanos, fue visto como parte de los riesgos por jugar en el borde. Puede decir, en cambio, que apostó por una estrategia de compra diversificada de vacunas, que tiene al país con los mejores indicadores, a diferencia de otros gobernantes. Esa lógica de apostador riesgoso y distinto de la manada es lo que explica su requerimiento al TC. Pero el problema esta vez es la cercanía de las elecciones, lo que ha hecho más notoria la soledad de otoño que vive el Presidente, por correr un riesgo mayor. Si logra ocupar ese elemento para negociar un buen acuerdo tributario con la oposición, será entonces otra victoria política. Si falla, no será Cúcuta, sino el fin de su gobierno y su larga carrera política, incluyendo legado.
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