
El rostro del hacinamiento

Por Marioly Torres, investigadora IdeaPaís
En lo que respecta al hacinamiento, el dicho popular “no hay mal que por bien no venga” puede resultar muy atingente. Y es que un fenómeno urbano como este por mucho tiempo no fue tema, salvo por la medición del déficit habitacional; el cual, al parecer, solo era útil para evaluar la gestión pública y privada respecto a la dotación de viviendas.
Sin embargo, en el actual contexto de crisis sanitaria, que involucra largas permanencias en el hogar, el hacinamiento se ha posicionado en la discusión pública, y con justa razón. Esta problemática tiene diversas implicancias: efectos negativos en el bienestar psicológico, relaciones familiares tensionadas, menor rendimiento escolar, transmisión intergeneracional de la pobreza, entre otros.
Según la Encuesta Casen 2017, el hacinamiento afecta a casi dos millones de habitantes y se concentra en los segmentos más vulnerables de la población, como queda en evidencia en nuestro estudio “Los rostros del hacinamiento en Chile”. Así, las personas hacinadas residen en buena medida en viviendas pequeñas (34,7% en hogares de 40 mts2 o menos y 38,8% entre 40 y 60 mts2) y que son lideradas por jefes de hogar que cuentan con niveles mínimos de escolaridad (54,8% ha alcanzado la educación media y 28% solo la educación básica). Este último dato no es trivial, toda vez que, a menor escolaridad, menores son las posibilidades para acceder a empleos y remuneraciones dignas. De ahí que un 50,4% de los hogares hacinados se encuentran en situación de pobreza multidimensional.
Pero, más allá de estas cifras, lo preocupante es que el hacinamiento tiene rostros que como sociedad debemos atender. Entre los grupos más vulnerables al hacinamiento identificamos a las mujeres jefas de hogar y a los niños, niñas y adolescentes. En el primer caso, vemos que las mujeres jefas de hogares hacinados reciben en promedio menos ingresos por su trabajo que los jefes de hogares hacinados. Además, ellas deben enfrentar el cuidado de hijos y la mantención de hogares solas o ayudadas por terceros (un 57,2% no tiene pareja y un 31,3% vive con otro núcleo familiar). En el segundo caso, los niños, niñas y adolescentes son vulnerables, puesto que residen en hogares que ponen en riesgo su proceso de aprendizaje, en particular en tiempos de pandemia, en que la falta de buena conexión a Internet dificulta el acceso a clases online y guías educativas. Son ellos los rostros más impactados por esta vulnerabilidad urbana.
Con todo, pese a los avances materiales que hemos experimentado en las últimas décadas, es importante ser conscientes de nuestra realidad: aún vivimos en un país en donde compartimos territorio con connacionales que sufren a diarios condiciones profundas de vulnerabilidad. La actual crisis sanitaria nos permitió volver a observar al menos una: el hacinamiento. El llamado es a hacerse cargo de esta realidad y no “chutearla al corner”.
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