Esperanza de cambio


En política, cada vez que se produce un cambio, es inevitable recordar la expresión del Gatopardo: “que todo cambie, para que todo siga igual”. Sin embargo, este no es el caso, soy de los que espera que con la renovación de parte del gabinete se produzca efectivamente un quiebre en la forma en que la coalición gobernante asume, bajo el liderazgo del Presidente de la República, la enorme responsabilidad de conducir el país.

Entre los ministros que salen, me parece, hay mucho talento y buena gestión, como también lo hay entre los que llegan; si solo fuera cambiar unas personas por otras y al cabo de unas semanas concluyéramos que únicamente hemos pasado por un ejercicio de gatopardismo, este habrá sido un esfuerzo inútil, una esperanza derrochada. Pero espero que este sea, por el contrario, un cambio para que muchas cosas no sigan igual, una oportunidad de modificación sustantiva en la gestión del gobierno.

Sería fácil decir que esta modificación se reduce a lo que ya es un lugar común: que el Presidente tome un poco de distancia y tenga un comité político con mayor autonomía, que le brinde más capacidad de gestión. Algo de eso hay, pero en sí mismo es insuficiente; a mi parecer lo central es que el gobierno sea, para empezar, lo único que puede ser: el mejor gobierno que la centroderecha le puede ofrecer al país, con sus ideas y sus prioridades.

Esto supone algunas cosas intransables, como la mantención del orden público, para proveer seguridad material a las personas, y el respeto al estado de derecho, para darles seguridad jurídica. Un gobierno que no se asienta en la ley y el orden no es un gobierno de centroderecha y no puede construir un relato que convoque a sus partidarios, ni fuera ni dentro del Congreso. Sobre ese núcleo común se puede construir la unidad, sobre esa base se puede demandar el apoyo legislativo, se pueden negociar opciones de políticas públicas con la oposición y los distintos sectores sociales.

Da la impresión que, a contar de la crisis provocada por la violencia del último trimestre del año pasado, el gobierno se fue reduciendo progresivamente a una sucesión de movimientos tácticos, de objetivos de corto plazo, comprensibles, muchas veces muy humanos, pero que llevaron a un punto en que se difuminó, primero su programa, después sus prioridades y luego su imagen de equipo al servicio de una causa. Mucho incidió en esto la urgencia de salvar dos amenazas enormes y sucesivas, como fue la inestabilidad generada a contar de octubre y luego la pandemia.

Esta es la oportunidad de cambio que se abre hoy, volver a tener visión de largo plazo, reagruparse sobre las bases del proyecto común. Dar las batallas que hay que dar, no solo para ganarlas, sino para tener el gobierno con un propósito. Esta es mi esperanza de cambio y los nuevos ministros son una buena oportunidad de hacerla realidad. 

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