Por Claudio Alvarado RojasGobierno de emergencia

Uno de los atributos que llevó al triunfo de José Antonio Kast fue su promesa de articular un gobierno de emergencia. Esta narrativa otorgó una dirección estratégica a su campaña, ayudándole a poner el foco en seguridad, migración irregular, economía y empleo, entre otras urgencias sociales. Es decir, en los temas que más inquietan a la ciudadanía y, en paralelo, permiten convocar al amplio espectro que hoy integra la oposición. Si algo puede unir a Amarillos, Demócratas, Chile Vamos y las nuevas derechas de cara al nuevo ciclo —más allá de su distancia con el gobierno de Boric—, es precisamente ese tipo de materias.
Nada de esto es trivial: si las cosas resultan bien y existe un mínimo de generosidad y visión de Estado en los partidos que respaldaron su opción en la segunda vuelta, el de Kast no será únicamente un gobierno de su propio sector. Desde luego, referentes republicanos y figuras de centroderecha ocuparán lugares protagónicos en su administración, pero el panorama actual invita a un esfuerzo aún más ambicioso. No por azar el expresidente Frei habló de “coincidencias esenciales” al momento de entregar su apoyo simbólico (aunque no explícito) a JAK.
Pero, ¿es realmente posible un gobierno de esa índole, un proyecto de unidad nacional encabezado por Kast? Pocos años atrás ese proyecto habría sido una quimera y de seguro asomaran dificultades en su configuración, desde los egos de moros y cristianos hasta las definiciones programáticas; pero es indudable que el 18-0 y sus consecuencias modificaron la escena e hicieron posible esa clase de apuesta. Una de las paradojas del último lustro es que la intentona refundacional de la nueva izquierda —y su complicidad más o menos velada con la violencia— contribuyó a rebarajar el naipe de un modo inesperado.
En términos electorales, el punto de inflexión fue el histórico triunfo del Rechazo el 4 de septiembre de 2022, y el reciente balotaje sugiere que esa divisoria de aguas sigue latente. En Chile pareciera estar gestándose un nuevo clivaje político —como han planteado David Altman y otros académicos e intelectuales—, que aglutina a distintos orígenes, trayectorias y sensibilidades en favor del orden y la recuperación del país como reacción a la fiebre del estallido, la anomia y la inestabilidad. Un gobierno de emergencia y unidad nacional está llamado a ser consistente con ese espíritu.
En lo inmediato, el desafío es convertir aquella reacción en una fuerza de gobierno constructiva y eficaz. Para ello se requiere una impronta novedosa y a la altura de las circunstancias: la gestión de Kast debe gozar de un sello distintivo, encarnar un auténtico cambio de rumbo y dejar atrás los antagonismos excesivos. El camino no será fácil, pero el Presidente electo ha ofrecido gestos auspiciosos en esa línea. Tanto el respeto que exigió a sus adherentes para Jeannette Jara (curiosa “ultraderecha”) como su decisión de incorporar a exministros con oficio en el proceso de traspaso de mando transmiten —al menos por ahora— una conciencia relevante de lo que está en juego. Al igual que la lógica del gobierno de emergencia, que favorece la colaboración de distintos mundos en ese propósito. Quizá nunca ha sido más cierto: gobernar es priorizar.
Por Claudio Alvarado R., director ejecutivo del IES.
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