¿Impasibles?



Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía

Impasibles. Cerca ya de cumplirse un año de los repudiables actos de terrorismo y delincuencia desatados a partir del 18 de octubre pasado, por momentos pareciera que los chilenos lo son. Sí, queda la impresión que no se alteran ni perturban ante estímulos externos que normalmente producirían turbación, desencadenarían una emoción o derechamente inducirían a la acción. La vida cotidiana del país ha sido trastocada gravemente en todo su territorio, la seguridad de las personas abiertamente amenazada, las fuentes de trabajo seriamente amagadas, los locales de abastecimiento habitual saqueados y quemados, los medios de transportes destruidos, el uso de la violencia legitimado y avalado, las fuerzas de orden maltratadas psicológica, moral y físicamente. Con todo, comparado con el total de la población, son solo unos pocos miles quienes organizan y cometen actos vandálicos, otros escasos cientos quienes cohonestan las conductas de los integrantes de la “primera línea”, y únicamente un puñado aquellos que detentando cargos públicos han abdicado de ejercer las responsabilidades que sus prerrogativas les demandan. Pudo haberse esperado algún tipo de reacción masiva contra la ola de destrucción desplegada, o frente a la descarada irresponsabilidad de ciertos políticos, o ante la patológica debilidad gubernativa. No obstante, poco o nada de ello ha acontecido.

Las hipótesis explicativas para este desconcertante fenómeno sociológico son diversas: i. que la ciudadanía mayoritariamente concuerda y apoya la anarco-narco-subversión, cualquiera sean sus consecuencias y resultado final; ii. que el miedo a ser presa de estas “hordas revolucionarias”, si disiente públicamente, la paraliza; iii. que guarda la secreta esperanza de que el inesperado huracán social amaine así como llegó o, por último, lo haga paulatinamente, de puro cansancio y tedio en sus alienadas huestes; iv. que su conciencia se encuentre adormecida fruto del largo proceso de descomposición moral que viene horadando el espíritu patrio por décadas y, lisa y llanamente, no alcance a percibir los enormes peligros que acechan a la nación; v. que esté conteniéndose “a la chilena”, para estallar abruptamente en cualquier instante que parezca colmar sus límites; vi. que plena en virtudes democráticas, esté aguardando pacientemente la hora para manifestar su voluntad en la seguidilla de elecciones que se avecinan, partiendo por el plebiscito del 25 próximo. Caben, por cierto, todavía otras posibilidades de interpretación.

Si el panorama nacional no mejora ostensiblemente en el futuro (muy) próximo, es de esperar que la impasibilidad -real o supuesta- termine. Y que la “mayoría silenciosa”, esa que de norte a sur valora la paz, el orden, el trabajo, la vida familiar y comunitaria, y contar con oportunidades de desarrollo que pueda aprovechar con su esfuerzo, sepa decir de una vez, antes que sea tarde, ¡basta!, y exija a una voz que retorne el sentido común y la plenitud del estado de derecho. Ni más, ni menos.

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