
La era de la oscuridad

Una pareja de jóvenes padres aparece en la pantalla. Cuentan que sus cinco hijos, de 7, 6, 5, 3 y 2 años, enfermaron de sarampión en el último brote ocurrido en Texas.
“El sarampión es bueno para el cuerpo”, ya que “fortalece el sistema inmunitario”, asegura el padre. A su lado, la madre puntualiza que la enfermedad no fue “tan grave” para ellos, y que la “superaron bastante rápido”.
Claro, cuatro de sus hijos sobrevivieron. La quinta, una niña de 6 años de edad, murió de sarampión.
Ninguno de sus hijos estaba vacunado. Pero los padres de la niña muerta, miembros de una comunidad religiosa menonita, dicen que su hija murió “por la voluntad de Dios” y llaman a otros padres a no vacunar a sus hijos. “Nosotros no tomaríamos bajo ningún concepto la vacuna”, enfatizan.
Su fanatismo es tan profundo, que ni siquiera haber provocado la muerte de uno de sus hijos los hace abrir los ojos a la realidad.
Esa entrevista resume como ninguna el momento oscurantista que vivimos. El certificado de defunción dice que esa niña en Texas murió de sarampión. Pero el verdadero asesino fue la ignorancia de sus padres, y su manipulación criminal por parte de líderes religiosos y políticos que no dudan en sacrificar a niños en el altar de su fanatismo.
Más de mil 300 personas fueron afectadas por ese brote de sarampión, que se extendió desde comunidades menonitas en Texas, en que la mayoría de los niños no estaban inmunizados. Dos niñas y un adulto, todos ellos no vacunados, murieron.
Una enfermedad que la ciencia ya erradicó con un simple pinchazo está matando hoy a niños en uno de los países más ricos del mundo.
El grupo antivacunas que difundió la entrevista con los padres es el Children’s Health Defense. Su fundador es el actual ministro de salud de Estados Unidos, Robert Kennedy.
Kennedy es un ignorante sin formación médica ni científica, que hizo una carrera política denunciando a la vacunación como un “holocausto”. Cuando Kennedy se lanzó como candidato presidencial, Donald Trump, otro adicto a las mentiras contra la ciencia, vio una oportunidad. Logró su apoyo, y sus votos, a cambio de ponerlo en el puesto en que más daño podía hacer: a cargo de la salud de 300 millones de personas.
En apenas nueve meses, Kennedy ha sembrado el caos. Canceló fondos para investigación sobre vacunas y enfermedades, despidió a todos los miembros del comité asesor sobre inmunización para reemplazarlos por cercanos, incluidos miembros del movimiento antivacunas. Ahora ellos tendrán el poder para decidir qué vacunas se incluyen o eliminan del programa oficial.
Esta semana, mientras Kennedy defendía su gestión en una sesión del Senado, en Florida ocurría otra imagen extraordinaria. El encargado de salud del estado, Joseph Landapo, anunció el fin de la obligatoriedad de la inmunización a los niños.
Vale la pena ver el video: en los seis minutos y medio que duró el anuncio, Landapo no dio ninguna razón científica para una medida que expone a millones de niños a enfermar o morir de males ya erradicados por la ciencia. En cambio, identifica al programa de vacunación con la “esclavitud”. “Tu cuerpo es tu templo, un don de Dios”, proclama con el tono de un predicador, mientras una audiencia de fieles celebra enfervorizada cada una de sus palabras. Habla de la relación sagrada entre las personas y Dios, del “veneno” de las vacunas contra el Covid, y de cómo inmunizar a niños para proteger su salud es “esclavizar a las personas con filosofías terribles”.
En esos seis minutos y medio, nombra cinco veces a Dios. La palabra “ciencia” no es mencionada ni una sola vez.
Se calcula que en el último medio siglo, las vacunas han salvado la vida de 154 millones de personas; una vida cada diez segundos. Sin la vacunación, 101 millones de lactantes habrían muerto por enfermedades como la viruela, la polio y la difteria. Solo la vacuna contra el sarampión ha permitido que 94 millones de niños lleguen a ser adultos.
Pero nada de eso importa a los miserables que quieren acumular poder explotando los miedos de madres y padres. Kennedy y otros primero usaron el temor al autismo, difundiendo mentiras, desacreditadas hace largo tiempo, que lo vinculaban con las vacunas. Luego usaron el miedo al Covid para el mismo propósito.
Joseph Landapo, el predicador a cargo de la salud en Florida, se hizo famoso durante la pandemia promoviendo tratamientos no probados y oponiéndose a las vacunas. Citaba como fuente su supuesta “experiencia en tratar a pacientes de Covid en la UCLA”. Era falso: jamás había tratado a pacientes en esa universidad.
Un mentiroso engañando a la opinión pública. Currículum perfecto para que el gobernador de Florida, Ron DeSantis, un imitador del estilo Trump, lo nombrara encargado de Salud.
Landapo y DeSantis en Florida; Kennedy y Trump en la Casa Blanca; Bolsonaro y otros a lo ancho del mundo, siguen este camino insidioso, erosionando la fe pública en la ciencia, hasta terminar en lo que vimos esta semana. El reemplazo definitivo de la argumentación por la fe, de la razón por el fanatismo, y de la ciencia por la apelación a la voluntad de Dios.
Voluntad de Dios que se expresa, por supuesto, a través de sus autoproclamados apóstoles en la tierra.
El anti-intelectualismo que profesan estos líderes, atacando sistemáticamente a los científicos y a la ciencia, no es algo casual. Es una estrategia para convertirse en la única fuente de la verdad, tal como lo eran reyes y papas antes del advenimiento de la ilustración.
Hace cinco siglos, Giordano Bruno fue quemado vivo, y Galileo enjuiciado por la Inquisición. Sus delitos eran gravísimos. Usando la razón científica, habían desmentido al poder que aseguraba que la Tierra era el centro del universo, en torno al cual giraba el Sol.
El monopolio de la verdad es una herramienta demasiado valiosa para el poder político y religioso.
Hoy, están tratando de llevarnos de vuelta al Medioevo. De retrotraer a la Humanidad a una era de fanatismo y sumisión absoluta a los supuestos dictados de un Dios que habla por la boca de caudillos ignorantes, brutales y estúpidos.
Y si miles o millones de niños deben morir en el altar de su poder, es un sacrificio que estos criminales están dispuestos a ofrendarse a sí mismos.
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