La hora de los "cucalones"

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"No es el crimen; es el encubrimiento". La frase que se popularizó con Watergate (cuando Nixon cayó, no por espiar a opositores, sino por sus mentiras para encubrir el crimen) explica la espiral descendente en que ha caído Carabineros tras el asesinato de Camilo Catrillanca, y cómo ella tal vez sea, paradójicamente, una oportunidad única para salvar a la institución de sí misma, antes de que sea demasiado tarde.

Enfrentamiento con delincuentes fue la primera farsa. Sexo, mentiras y video fue el título de la segunda: se había mentido por pudor, para ocultar imágenes íntimas guardadas en la memoria de una cámara.

Desacreditadas tales patrañas, lo que queda es una espesa trama de encubrimiento. Esa noche del 14 de noviembre, los cuatro carabineros participantes del crimen fueron retenidos por sus superiores, impidiendo que la fiscalía los interrogara. Fue en Pailahueque, en el mismo liceo en que estudió Catrillanca y que hoy es el centro de las Fuerzas Especiales en la zona. Allí se ideó la estrategia para encubrir su asesinato.

¿Quién la elaboró? ¿Quiénes participaron? ¿Quiénes y cuándo se enteraron?

Una pista la dio ante la fiscalía el destituido exjefe de Fuerzas Especiales de la zona, Jorge Contreras. "Me cuesta creer que el funcionario del Gope que mintió lo hiciera por iniciativa propia", admitió el coronel. "Hay gente que nos hizo mentir, dimos declaraciones falsas", ratificó, enfundado en una armadura de superhéroe, el detenido exsargento Carlos Alarcón.

El video de Alarcón es revelador. Los 140 segundos que grabó y difundió, como si estuviera en el living de su casa, desde el cuartel policial en que está preso, abundan en agradecimientos, cariños y disculpas para sus camaradas del Gope y Carabineros, y carecen de la más mínima muestra de empatía por la mujer embarazada, la hija o padres del joven asesinado.

Parafraseando a Fidel: dentro de la institución, todo. Fuera de la institución, nada.

Es que estas mentalidades de secta no son tan distintas en partidos políticos totalitarios, en la Iglesia Católica o en instituciones militarizadas como Carabineros. Organizaciones autárquicas, jerarquizadas, que se inmiscuyen en la vida íntima de sus miembros, generan un sentido de pertenencia tan fuerte que diluye la empatía con el resto de la sociedad.

Si además operan con una justicia propia, como los tribunales eclesiásticos o los militares, el círculo está completo y es asfixiante. Las faltas, desde violación a menores hasta desfalcos, se tratan como asuntos internos: la ropa sucia se lava en la parroquia, el cuartel o el retén.

¿Cómo romper este círculo?

Un ejemplo virtuoso en Chile es la administración de justicia, hasta hace no mucho dominada por el nepotismo, la corrupción y el besamanos a oscuros ministros que controlaban la Corte Suprema.

La creación del Ministerio Público desmontó esta estructura podrida. Los jueces pasaron de ser amos y señores, a miembros de un sistema con garantías y contrapesos. No será perfecto, pero el aire fresco se respira.

Otro ejemplo es la Policía de Investigaciones. En 1990, el general (R) Horacio Toro llegó como interventor de una fuerza sumida en el descrédito, la corrupción y los vínculos con el narcotráfico. Inmediatamente destituyó a 22 altos mandos y cambió estructuras anquilosadas. Con todos sus problemas y estando lejos de ser inmunes a la corrupción, los "tiras" de antaño hoy son la PDI, una de las instituciones mejor evaluadas por los chilenos.

Lo que Carabineros necesita no es otro cambio de general director. Lo que requiere es una intervención institucional, en que los encargados del poder civil se sacudan de su plácida cooptación, de su fascinación por los uniformes y rituales, y ejerzan su autoridad sobre los planes, procedimientos y platas.

Que se conviertan en "cucalones", reivindicando ese concepto peyorativo para referirse a los civiles que meten las narices en asuntos militares.

Ya hay camino avanzado: la mesa de trabajo por la seguridad pública presentó 150 propuestas, que han sido recogidas parcialmente por el gobierno, con un proyecto que, según el integrante de la mesa Mauricio Duce, "solo soluciona parte del problema".

No es momento de medias tintas. La intervención es urgente.

Carabineros no puede salvarse a sí mismo. Los "cucalones" deben tomar el mando.

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