
Lo que significa la ruptura entre Trump y Elon Musk

Por Carl Meacham, exasesor principal del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU. Actualmente representante en EE.UU. de AZERTA.
La ruptura política entre Donald Trump y Elon Musk era tan inevitable como explosiva. Y aunque los fuegos artificiales hayan deleitado a los críticos de Trump, las implicancias más profundas para los republicanos son serias y crecientes.
Esto es mucho más que un choque de egos. Enfrenta a dos de las fuerzas más disruptivas de la política estadounidense. Trump llegó dos veces a la presidencia gracias a su celebridad, dominio mediático y aliados con grandes recursos. Musk, armado con una fortuna aún mayor y el control de una de las plataformas más influyentes del mundo, ahora utiliza esas mismas herramientas contra Trump y el establishment del Partido Republicano.
Musk posee una fortuna de 368 mil millones de dólares. Es dueño de X (antes Twitter), donde cuenta con 220 millones de seguidores. Los republicanos lo veían como un aliado en temas de disciplina fiscal y lucha contra la cultura woke. Ahora, tras el respaldo de Trump y los republicanos de la Cámara a un proyecto de ley de reconciliación presupuestaria de 2,4 billones de dólares -que Musk calificó de “ley de esclavitud de la deuda”-, el empresario moviliza abiertamente a su base en contra de ellos.
Los riesgos son reales. Musk gastó 250 millones de dólares apoyando a Trump en su última campaña presidencial, y otros 15 millones en campañas a la Cámara. Si ahora decide apuntar contra republicanos que considera irresponsables fiscalmente -invirtiendo, por ejemplo, un millón de dólares en 20 carreras clave en la campaña de medio término- podría convertirse en el donante más disruptivo de este ciclo electoral.
Y su influencia va mucho más allá del dinero. Musk ya está instando a sus seguidores a inundar el Congreso con llamadas en contra del proyecto de ley. Ese tipo de presión popular influye en los votos -especialmente cuando los líderes dan señales de debilidad-. Esta semana, tanto el presidente de la Cámara, Mike Johnson, como el líder de la minoría del Senado, John Thune, evitaron responder preguntas sobre los ataques de Musk, una clara muestra de incomodidad política.
Pero el daño potencial va aún más lejos. Los lazos de Musk con el gobierno federal son vastos y profundos. SpaceX, una de sus empresas estrella, mantiene contratos por unos 22 mil millones de dólares con la NASA y el Departamento de Defensa, incluyendo lanzamientos de satélites estratégicos y servicios de Starlink en zonas de conflicto. Cancelar estos acuerdos, como han amenazado aliados de Trump, pondría en riesgo operaciones clave de seguridad nacional.
Además, el breve paso de Musk al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) le dio un conocimiento privilegiado del funcionamiento interno del gobierno federal. Hoy posee un entendimiento de los resortes burocráticos y acceso a información que muy pocos fuera del gobierno tienen -otra fuente de poder-.
La ruptura ya ha abierto divisiones visibles dentro del mundo MAGA. Steve Bannon, asesor de Trump durante su primer mandato, uno de los aliados más cercanos de Trump, atacó a Musk llamándolo “extranjero ilegal” y pidió su deportación -una escalada basada en su antiguo enfrentamiento por el tema migratorio, en especial el programa de visas H-1B para inmigrantes expertos-. Musk defiende con firmeza este programa, esencial para atraer talento global en ingeniería, postura que choca frontalmente con la línea dura de Bannon.
Este cisma está alimentando un debate más amplio dentro del Partido Republicano sobre su política migratoria y el rol de los magnates tecnológicos. Los instintos globalistas de Musk y su defensa de la inmigración legal están en abierta contradicción con el nacionalismo del movimiento MAGA. Los republicanos, que lo aclamaban como un campeón de la austeridad fiscal, ahora enfrentan sus propias contradicciones.
Claro que Trump y Musk podrían aún alcanzar una tregua. Ambos tienen incentivos para hacerlo. Trump necesita donantes y plataformas mediáticas; Musk depende del favor regulatorio y de los contratos federales. El equipo de Trump estaría abierto a un acercamiento, y Musk ha insinuado lo mismo en X.
Pero incluso si las tensiones disminuyen, este episodio ha revelado fracturas que el Partido Republicano no podrá disimular fácilmente, entre el populismo del gasto y el conservadurismo fiscal, entre los leales a MAGA y los libertarios de Silicon Valley.
La ruptura entre Trump y Musk es una señal de alerta. Si Musk profundiza su ofensiva política -ya sea con financiamiento selectivo o impulsando un nuevo movimiento-, los republicanos podrían verse enfrentados a una guerra en dos frentes: contra los demócratas, y contra el disruptor más poderoso del mundo.
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