
ONU: no dejemos morir al paciente

Que las Naciones Unidas estén en la UTI no significa que debamos desconectar al paciente. Aunque su burocracia sea asfixiante, que incurra en prácticas clientelistas, o que su falta de diversidad política sea mirada con desconfianza, la respuesta no puede ser dinamitarla.
El camino es la reforma, pero la pregunta es quién debe liderarla. Una parte de la respuesta es obvia: la propia organización. Sucesivos secretarios generales han prometido una ONU más eficiente, con programas racionalizados, mayor transparencia en la contratación y menos espacios para programas y agencias innecesarias. Pero cuando llega la hora de gobernar, se impone la política del “no quebrar huevos” y las promesas se diluyen. Sin un secretario general con coraje para desafiar inercias y asumir los costos, la reforma nunca pasará de los discursos.
Pero es sólo una parte. La responsabilidad más importante recae en las potencias. El Consejo de Seguridad está paralizado desde hace años, atrapado en una composición anacrónica y en vetos que responden más a cálculos de poder que al bien común. La imagen surrealista del Consejo discutiendo “propuestas de paz” en febrero de 2022 mientras Rusia invadía Ucrania es un retrato de la decadencia. Lo mismo ha ocurrido con los estériles llamados del secretario Guterres frente a la masacre en Gaza, bloqueados por la incapacidad –o la falta de voluntad– de las potencias para defender el derecho internacional. Al final del día, los organismos internacionales son exactamente lo que sus miembros (especialmente, las potencias) quieren que sean.
La ONU fue creada para evitar que el mundo repitiera la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Y cumplió. Durante décadas fue decisiva para desactivar conflictos, negociar tratados de paz, asistir a países en desarrollo y consolidar los derechos humanos. Si el planeta ha vivido uno de los períodos más pacíficos de su historia reciente, es en gran medida gracias al sistema internacional construido en torno a la ONU y a la globalización económica, que actuaron como diques de contención frente a los conflictos. La Carta de las Naciones Unidas, por su parte, fue el instrumento fundamental para consagrar principios como la soberanía de los Estados y la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales.
Con la relegitimación del uso de la fuerza sobre la diplomacia y un proteccionismo que viola las reglas comerciales, la tentación de tirar por la borda el sistema internacional es alta. Un escenario de esa naturaleza conduciría inevitablemente al desorden y caos; aunque algunos piensen que lo más efectivo, rápido y flexible es un orden internacional basado en la fuerza.
El debilitamiento del derecho internacional y de los organismos internacionales son una pésima noticia para países medianos o pequeños como Chile, porque justamente el vilipendiado sistema multilateral es el que ha permitido al país ganarse un espacio en el mundo y profundizar su vocación de apertura económica iniciada en los años ´80.
Tarde o temprano, las potencias deberán decidir si quieren mantener viva a la ONU o dejarla morir. Sabotearla puede parecer más fácil, pero es una apuesta peligrosa e irresponsable. Reformar es difícil, pero indispensable. Permitir que la ONU muera en la UTI no solo comprometería la seguridad y la prosperidad global: sería un error estratégico para un país mediano como Chile.
Por Jorge Sahd, Director del Centro de Estudios Internacionales UC
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
4.
⚡ Cyber LT: participa por un viaje a Buenos Aires ✈️
Plan digital +LT Beneficios$1.200/mes SUSCRÍBETE