Por favor, que ya suene la campana

escolares


Son las 6:30 de la mañana. Suena el despertador. Debería levantarme; vestirme; tomar un veloz desayuno para no llegar tarde. Las clases debiesen comenzar. Estamos en los primeros días de mayo, pero nada de esto ocurre. Lo cierto es que hoy suena la alarma, y muchos de los niños, niñas y jóvenes del país no hacen más que retroceder cuadras en el recorrido de su educación. Tristemente, la pandemia ha afectado parte de nuestros bienes más preciados: la primera infancia, la adolescencia y su formación.

En el último tiempo se han dado muchos debates entorno a lo que el Mineduc ha hecho o ha dejado de hacer. Ahora bien, nadie puede negar que ha sido el único capaz de tomar una de las responsabilidades más difíciles desde que llegó el Covid-19: determinar qué ocurrirá con el proceso educativo de los estudiantes en Chile. Para quienes crean que esto ya ha sido solucionado con la puesta a disposición de plataformas online, les recordaría que no es tan sencillo como parece. No olvidemos que solo el 87% de los hogares tienen acceso a Internet, de los cuales cerca del 30% solo tiene una escasa conexión móvil.

Este cese educativo, según la Unesco, hoy afecta a tres de cuatro niños y jóvenes en el mundo. ¿Pero qué tan efectivo es el cierre total de las escuelas? Actualmente, 177 países han optado por esta acción, tomada en un inicio por China y Hong Kong, cuya decisión se inspiró en cómo se comportaron otro tipo de Síndromes Respiratorios Agudos Graves, como la influenza H1N1. Sin embargo, lo cierto es que, a pesar de que en otras epidemias esta medida logró atenuar la propagación, no existe evidencia sobre qué tan beneficiosa es en comparación con los costos que conlleva, ni qué ocurriría si se utilizaran otras formas de distanciamiento social que no necesariamente detuvieran el proceso educativo, como lo hacen, por ejemplo, en Taiwán.

Recientemente, The Economist publicó una nota que expone las diversas consecuencias nocivas que traería -de por vida- esta polémica medida. Dentro de ellas se encuentran el aumento en la brecha del rendimiento escolar, lo que, a su vez, disminuirá eventualmente las opciones de un futuro mejor para quienes están siendo afectados por este vacío en su formación. Todo esto desencadenará una avalancha de consecuencias negativas que terminarán por disminuir la movilidad social, y afectar otras aristas como la economía y el trabajo en aquellos países que han decidido prolongar por más de la cuenta esta suspensión total.

Necesitamos que suene la campana. Es fundamental que comencemos a trabajar de forma colectiva en un regreso sanitariamente responsable -en especial si se considera el último y alarmante aumento de cifras-, paulatino, segmentado y personalizado, que permita a quienes necesitan y pueden retomar su educación. Recordemos que aún estamos en deuda con poner efectivamente a los niños primero -no olvidemos los atrasos que hay respecto el Acuerdo Nacional por la Infancia-. ¿Estamos dispuestos a seguir retrocediendo? Está claro que tenemos que protegernos del virus, pero cuidado: lo que hagamos hoy, puede dejarnos para mañana secuelas permanentes e irreversibles.

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