Columna de Carlos Meléndez: ¿Qué “mal menor” prefiere el establishment?

JOAQUÍN SARMIENTO - TÉLAM


Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

Este domingo, los colombianos elegirán Presidente a su “mal menor”, entre un populista de izquierda radicalizado ideológicamente (Gustavo Petro) y un populista puro de modales extremos (Rodolfo Hernández). Independientemente de quién sea el ganador, vale la pena preguntarnos qué tipo de opción anti-establishment es más amenazante para las élites más poderosas de los países latinoamericanos.

El anti-establishment ideologizado (como Petro) es conocido. Tiene un repertorio con el cual confrontar la agenda del statu quo económico (reforma tributaria), sintonizar con las clases medias (reformas previsionales) y hasta capitalizar miedos telúricos (asambleas constituyentes). Por lo tanto, un proyecto político de estas características es previsible y, hasta cierto punto, “domesticable” por los “dueños” de los países. Los establishments -recordemos- no se derrumban de la noche a la mañana y tienen muchos recursos para resistir. De hecho, no ha habido mayor amenaza -electoralmente competitiva- al establishment chileno que Gabriel Boric y, por ahora, no ha hecho mayor revolución social que el prescindir de corbatas. Si ese es el nivel de rebeldía, no hay para qué asustarse.

El anti-establishment desideologizado (como Hernández) nos conduce a una dimensión desconocida. Sus preferencias programáticas y los valores sociales que endosa pueden ser tan volátiles que hace difícil descifrar la hoja de ruta que guíe sus decisiones políticas. Si además de ello, este oportunista ha tenido escasa experiencia política, su amauterismo degrada la gestión pública. Más daño al establishment lo puede causar un populista novato carente de doctrina que un radical moderado por un Parlamento plural. El caso de Pedro Castillo en Perú demuestra largamente que no se necesita ser chavista para destruir “el modelo”. La ignorancia puede ser realmente bien atrevida contra el establishment.

Pero los establishments económicos suelen tenerle más temor a sus rivales del primer tipo que del segundo pues el histórico anti-comunismo hace lo suyo. Se trata de rivalidades añejas pero vívidas, resucitadas por el chavismo de hora reciente y encarnadas en la memoria a través de la violencia (entre ambos bandos). Así el rechazo a la “amenaza roja” es más visceral, socavando cualquier posibilidad de pragmatismo. En cambio, entre los defensores del statu quo predomina la creencia de que los populistas descafeinados en términos doctrinarios son manejables (“sobre todo un magnate como Hernández”, me confesó un inversionista bogotano). Manuel López Obrador es algo así como el modelo a seguir, un populista que puede hacer daño a determinadas instituciones -como el caso de CIDE- pero “no enrarece el clima de negocios”, como aspiran los empresarios que se ven gobernados bajo “el viejito del TikTok”. Sin embargo, a diferencia del Mandatario mexicano, Hernández carece de un partido solvente (como Morena) y de legisladores propios (2 de 172 diputados y ningún senador). Un presidente con congresistas prestados y ministros “independientes”, tiene un horizonte menos previsible. Solo sabemos que su guion estará a medio camino entre el drama y la comedia.

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