El último apaga la luz

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La denuncia de una red de prostitución y abuso de menores entre los sacerdotes en zonas rurales remeció a Chile y llevó al Papa aceptando la renuncia del obispo de la zona. Foto: Getty Images.


Ni los más enconados adversarios de la Iglesia Católica pudieron haber imaginado una debacle como la que estamos presenciando. Quiero creer que esos mismos detractores –quizás pensando más en los fieles que en los jerarcas- tampoco deseaban un espectáculo semejante. Por que la verdad sea dicha, a lo menos en lo que respecta a nuestra historia local, este es el peor momento de la Iglesia.

Y cuando uno mira hacia atrás, no sabría exactamente por donde empezar. De hecho muchos se interrogan si lo que estamos presenciando es sólo el efecto de la mayor transparencia y vigilancia de nuestra sociedad hacia una institución que en general siempre fue así; o, más allá de la mejor información, hubo además un proceso de creciente deterioro y descomposición del clero y sus más relevantes figuras. En lo que a mí respecta, me inclino por esto último; y creo que la crisis de nuestra Iglesia se inicia cuando las máximas cúpulas renunciaron tácita o expresamente a lo central de su tarea apostólica y evangélica, que no era otra que acompañar y defender a quienes más sufren, sin importar su condición social, ideas políticas o su calidad de pecadores. Esa fe y aquella práctica de compadecer al próximo, lo que significa padecer con quienes más lo necesitan, fue reemplazada por una actitud moralizante, una retórica castigadora, y todo mediante una palabra fría y lejana.

Fue así entonces, que desde esa práctica reflexiva y desafiante, en la cual la Iglesia éramos todos y sintiéndonos parte de una comunidad de pares; que dimos paso a una fe infantilizante y castradora, liderada y dirigida por una elite eclesiástica que se creyó y presentó como superior. Y fue así que la centralidad de la injusticia y el abuso en el mensaje pastoral, terminó reemplazado por la supuesta rectitud moral (léase sexual), dando inicio a una escalada de hipocresías y culto a la apariencia, las que no sólo vaciaron de sentido su misión y tarea, sino que también fueron caldo de cultivo para la posterior conciencia de impunidad y las atrocidades que nos enteramos a diario.

La última ha sido protagonizada por el excanciller de Ezzati y que antes fuera vice canciller de Errázuriz. Por supuesto que ambos negarán haber sabido algo sobre lo que estaba ocurriendo delante de sus narices o de los delitos cometidos por sus colaboradores más cercanos. Y, también como siempre, recurrirán a ese obsceno eufemismo para seguir insultado la dignidad de las víctimas. Pero a diferencia de siempre, y mientras no lo haga el juicio divino, esta vez la justicia terrenal irá por ustedes; por los que cometieron los delitos, por los cómplices, por los que encubrieron y por todos aquellos que sabiendo callaron.

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