La culpa por comer por “ansiedad”




Retomando de la columna cultura de dietas y también rescatando el concepto de hambre emocional del que ya hemos hablado anteriormente, quisiera abrir un espacio para la frase: “Como por ansiedad”. Algo que escucho a diario y podría asegurar que varias también.

¿Qué hay detrás de la ansiedad? ¿Qué tiene la comida, que la gran mayoría recurrimos a ella en estados ansiosos? ¿Porque al pronunciar esa frase, es con tono culposo y de vergüenza? ¿Por qué asociamos esa hambre a algo malo? ¿Por qué solo lo asociamos a la ansiedad y no a otras emociones?

La idea de que debemos “controlar” o “luchar” contra la ansiedad como si en algún momento fuera a desaparecer de nuestras vidas y que la callaremos por completo, es igual de ilusorio que creer que meditar es dejar de pensar. El cuerpo necesita de ansiedad, venimos de las tribus ansiosas, que gracias a eso sobrevivieron.

Creer que con el mindfulness o teniendo mayor fuerza de voluntad voy a erradicar mi hambre emocional es una fantasía que nos ha vendido la cultura de las dietas. El acto de comer nos produce muchísimo placer, nos calma y alivia, al igual que la primera experiencia de calma que tuvimos al tomar leche después de nacer.

Nuestra biología necesita de nutrientes para continuar viviendo, por lo tanto sentir hambre es signo de que hay vida y comer es recordar que seguiremos vivos. Es el instinto primario de sobreviviencia. Sin embargo no solo desde las células es que estamos motivados para comer o sentir hambre. El contacto con los alimentos nos despierta, estimula y genera grandes movimientos emocionales, despertando recuerdos y memorias. Por otro lado comer es una manera de controlar nuestro cuerpo físico y emocional; mecanismo adaptativo frente al trauma y estrés. Por lo tanto comer desde una emoción y particularmente la ansiedad es un acto humano y natural. Continuar negándolo es seguir perpetuando un daño con nuestra relación con la comida.

Un buen inicio para sanar esta relación, podría comenzar simplemente escuchando las emociones que nos generan comer y realmente sentir como estamos comiendo. Observar si cada vez que comemos lo hacemos desde la rabia, la incertidumbre, la ansiedad o la pena. Detenernos y darnos la oportunidad de comer aquello que nos gusta y hacer de eso un momento realmente placentero y no culposo. Validar que a veces sí podemos comer para recordar, sentir confort o darnos cobijo.

Sin embargo, cuando el comer es el única o primer recurso para sostener las emociones, no solo nos genera un conflicto interno que pudiera traer sus efectos secundarios en el cuerpo, sino también nos limitamos a abrir el abanico de opciones para gestionar nuestras emociones.

Más que culpar a la ansiedad, verla como el gran villano y tener la meta de que vamos a poner toda la energía en luchar contra ella; bajemos las armas, dejemos de defendernos de nosotros mismos y comencemos a sentir más y aprender que es una emoción difícil.

Camila Quevedo Truan (@camilaquevedot) es Nutricionista – Health Coach.

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