Ministra Camila Vallejo: “Las mujeres tenemos que poder decir ‘hasta acá llegamos’ sin sentir que estamos abandonando a nuestros seres queridos”




Las fotos e ilustraciones que cuelgan de los muros de su oficina en el Palacio Presidencial no están ahí por mera casualidad. A la intención decorativa se le suma otra; y es que la recientemente designada ministra Secretaria General de Gobierno, Camila Vallejo (34), quiso hacer de su espacio laboral uno que homenajeara a las personas que constituyen parte fundamental de su vida. Esos vínculos que, según dice, la hicieron la persona que es hoy. En un mueble alto de madera, de hecho, se encuentra una ilustración que le regalaron sus compañeras y amigas de la universidad, en la que se lee, en la parte inferior, ‘gracias a la geografía’. En la pared principal, debajo del retrato oficial del presidente Gabriel Boric, un dibujo de ella que le hizo llegar una niña y seguidora llamada Matilde. Y en otro muro, justo arriba de una mesita de café, de las primeras imágenes que se preocupó de colgar cuando se estableció en la oficina; una foto con su hija Adela.

En ese gesto, como reflexiona, hay varias finalidades; y es que más allá del significado íntimo y personal, encontrarle a esa foto un rincón en su lugar de trabajo es una manera de decir que independientemente de dónde esté, va a seguir siendo la misma. “Yo soy también, entre otras cosas, producto de mi relación con mi hija, que es la que me ha enseñado tanto en estos últimos años”, aclara. Y es que su carrera política y proceso de maternidad no se pueden desarticular. Adela nació en el 2013, justo antes de que Vallejo fuera electa diputada por el Distrito 26 y, a lo largo de estos años, la ha acompañado en múltiples visitas a terreno, reuniones, actividades cívicas e incluso –situación que no estuvo exenta de críticas, según recuerda Vallejo– al Congreso.

A su vez, el 21 de enero de este año, día en que Gabriel Boric presentó a su gabinete y Camila Vallejo fue nombrada vocera de Gobierno, Adela la acompañó en el escenario y las redes no tardaron en reaccionar; y es que, al fin, entre muchas otras cosas –como la predominante presencia de mujeres, profesionales jóvenes y de orígenes diversos– había niñas y niños arriba del escenario, en una instancia en la que nunca antes se había visto algo así. En esa imagen, colorida y poco estructurada, se estaba visibilizando una realidad compleja de muchas y muchos en una esfera en la que, hasta hace no tanto, cualquier indicio de vida privada venía rápidamente derogado.

Es eso, justamente, lo que este gobierno dice querer revertir. Y es que tras una pandemia que dejó en evidencia, entre otras cosas, una distribución totalmente inequitativa entre hombres y mujeres en cuanto a las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas, y una fulminante crisis de los cuidados –además de producir un retroceso en más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres–, no se puede pretender que la esfera privada y laboral se puedan separar, como si la una no tuviera incidencia en la otra. Y eso, según explica la ministra, el gobierno lo tiene claro. “Pretender que el trabajo reproductivo de los cuidados y la crianza estuviera relegado al ámbito privado y no ver que se trataba de un problema social o de un elemento del cual la sociedad tenía que hacerse cargo, fue como taparnos los ojos por mucho tiempo”, reflexiona. “El movimiento feminista lleva décadas planteando la importancia de valorar y reconocer el cuidado y la crianza como un trabajo y componente fundamental del desarrollo de cualquier sociedad, sin embargo, de manera sistémica se trató de tapar, hasta que nos dimos cuenta que había que hacerse cargo. Porque si no, no solo cargamos en las mujeres esta labor, sino que descuidamos un componente del desarrollo”.

Y es que, como ha quedado en evidencia, es esa la compleja realidad de miles de mujeres que trabajan jornadas enteras sin reconocimiento alguno, labores que por cierto corresponden –según los informes– a un 26% del PIB. “Tenemos que construir medidas concretas para empezar a instalar una sociedad corresponsable en materia de cuidados; no puede ser que adultos mayores queden abandonados, o que sean las mujeres las que los cuidan. No puede ser que en la pandemia la carga principal del cuidado quede en mujeres, enfermeras, trabajadoras de la salud. No puede ser que mujeres hayan perdido la mayor parte del empleo por tener que privilegiar el cuidado de otras y otros en vez de tener un trabajo remunerado”.

¿Es, esencialmente, el cómo concebimos la crianza y los cuidados lo que impide que haya mayor igualdad entre hombres y mujeres? Y, ¿cómo hablamos de corresponsabilidad si el porcentaje de padres que se ha tomado el postnatal parental a la fecha es mínimo?

La política pública ha ido avanzando en la medida que las mujeres hemos ido demandando cambios. Pero sigue sin ser suficiente e incluso el porcentaje de padres que se toman el permiso obligatorio –ni siquiera el postnatal parental– es menor. Eso ocurre porque a veces la información no llega, pero también porque a veces los hombres están en un entorno que los juzga y critica por hacer uso de ese permiso y no han logrado un proceso de deconstrucción lo suficientemente importancia como para saber enfrentarse a esos juicios. Por eso requiere tratarse en la política pública, pero también en los procesos de divulgación de información y en lo cultural. Ahí hay una tarea pendiente muy grande que requiere de campañas, instancias de diálogo en el sector privado, en el ámbito público, en el hogar y desde lo educativo. Porque desde pequeños tenemos que entender que las tareas de cuidado y de crianza son de todas y todos y que no se es menos hombre por querer hacer uso de un permiso paternal y ciertamente no se es menos hombre o menos responsable con el trabajo por exigir el derecho propio y del hijo a cuidarlo. Son seres humanos que están en proceso de formación y que requieren del cuidado y la mirada en conjunto de la sociedad a la que pertenecen, no solo de una parte de ella.

¿Cómo se reparten la crianza con el padre de Adela?

Hemos construido una corresponsabilidad muy equitativa. En un principio probamos distintas fórmulas pero hace un tiempo llegamos a una suerte de tuición compartida sin haber pasado por tribunales de familia. Nos pusimos de acuerdo y nos distribuimos los tiempos de manera equitativa, y siempre poniendo en el centro a nuestra hija y su bienestar. Pero claro, lo hemos podido hacer porque tenemos una buena relación. No es el caso de todas las parejas y hay muchos cambios culturales por hacer, que a veces implican procesos de deconstrucción por parte de los padres, o superar ciertas relaciones tóxicas. Para qué decir los hechos de violencia intrafamiliar y de género que muchas veces están detrás de una ruptura. Gran parte de la sociedad obstaculiza una adecuada corresponsabilidad en la crianza. En ese sentido, mi situación es privilegiada en tanto hay un entendimiento y relación sana con el padre de mi hija, pero ese no es el caso de todas. Por eso también estamos planteando un sistema nacional de cuidados, que es una de las tareas principales dentro del cambio de paradigma que queremos instalar.

El sistema nacional de cuidados es una propuesta fundamental y contundente pero ambiciosa. ¿Cómo se logra implementar y cuáles van a ser las primeras medidas?

Lo primero es que esta política pública va a ser pionera en Chile. Un sistema de seguridad social no solo para mujeres, sino que también hombres que cuidan y realizan labores que en este momento no son remunerados. Y cuando hablamos de cuidados no nos referimos solo a niñas, niños y adolescentes, sino que también personas adultas o mayores que requieren de cuidados. Por el momento, entonces, lo que estamos preparando son los diálogos sociales para que a fin de año podamos contar con la propuesta de sistema a implementar. Y eso es importante porque si bien hemos tenido conversaciones –incluso durante la campaña– con ciertas organizaciones, necesitamos generar este diálogo para poder tener un sistema que realmente involucre todas las variables de lo que significa reconocer este trabajo y también que nos permita hacer que desde el Estado y la sociedad se realice la corresponsabilidad.

Por un lado está lo que empuja el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género; hay programas que hay que fortalecer y ampliar en el marco de una mirada de sistema, como por ejemplo el Programa de 4 a 7; está lo que viene desde las escuelas y lo del sistema de salud. Tenemos que lograr que todo eso confluya y se fortalezca porque lo prioritario es que exista la posibilidad de elegir. Porque hoy día se está cuidando ‘por amor’, pero ese es un trabajo y hay que reconocerlo como tal. Tiene que llegar un momento en el que las mujeres digan ‘yo llego hasta acá’ y no sientan que están abandonando a sus seres queridos. Tienen que poder contar con organismos –y particularmente el Estado– que cumplan esa función. También tienen que haber agentes comunitarios de cuidado. Pero para todo esto hay que articular varias fórmulas porque las realidades son distintas.

Creo que lo que más busca esta política es socializar los cuidados, involucrar a aquellos familiares que pueden jugar un rol, y proveer espacios comunitarios a los que se pueda recurrir y en los que se puedan hacer capacitaciones. Hay una mirada que es holística del cuidado y es importante entender que no se puede delegar únicamente al sector privado esta tarea porque eso implicaría que solo aquellos que puedan financiarlo contarían con apoyo. El Estado tiene que involucrarse para que todas y todos tengan igual acceso. Esperamos que a finales del gobierno quede el sistema bien diseñado y las primeras señales de implementación.

Chile es de los casos más paradójicos. Si bien hay regulaciones y normativas establecidas en el Código del Trabajo en función de la protección a la maternidad, la premisa sigue siendo apoyar a la mujer para que ella cuide.

Sí, pero la misma crisis de los cuidados que se develó en pandemia hizo que como sociedad, tanto desde el Estado como desde el sector privado y organizaciones de la sociedad civil, estemos buscando maneras responsables de enfrentarla.

Existe una sensación generalizada de que de a poco se está naturalizando que en instancias laborales estén presentes las hijas e hijos. Ejemplo de esto fue el nombramiento del gabinete. ¿De qué manera esta visibilización de mujeres llevando la maternidad al trabajo podría también convertirse en una romantización de mujeres haciendo la pega y por ende una exigencia más en la maternidad?

Que a veces llevemos a nuestras hijas e hijos al trabajo no solo tiene una dimensión simbólica, sino que también un componente de realidad. Somos un gobierno que está compuesto por ministras, ministros, subsecretarias y subsecretarios que están en pleno proceso de crianza, tanto hombres como mujeres. Entonces no se trata solo de dar señales de que es posible ser sujetas políticas, que ciertamente es importante, sino que también de mostrar la realidad. Y esa es la realidad de varias ministras y ministros; hombres y mujeres que ocupan lugares de poder también son madres y padres. A su vez, creo que se trata de una reivindicación importante; la maternidad y paternidad en el ámbito del ejercicio de poder y que podamos avanzar y dar señales de que efectivamente tenemos que pensar maneras distintas de llevar y compatibilizar ambas esferas.

¿Cómo fue conciliarlas en tu experiencia?

Nadie te enseña a ser madre y a mí me tocó aprender mi propio proceso de maternidad siendo parlamentaria, siempre con un alto nivel de exposición y de demanda de trabajo, y ahora siendo ministra. Ha sido una lucha constante por reivindicarnos a las madres en política como sujetas políticas, y también en contra de los estereotipos y prejuicios. Me ha tocado enfrentar duras críticas, como por ejemplo cuando la llevé al Congreso y comentaron que había sido irresponsable. Pero cada vez somos más hombres y mujeres que reivindicamos la posibilidad de ser madres y padres en la política. Tratamos siempre de hacer ver que somos más que solo autoridades y que tenemos otras responsabilidades también. Y que, al mismo tiempo, al ejercer nuestras responsabilidades, seguimos siendo padres y madres. Cuando tenemos actividades los fines de semana, nos preocupamos de que haya espacios para nuestros hijos.

Viendo a Adela y a sus compañeras y compañeros, ¿se nota un cambio generacional en cuanto a cómo abordan ciertas problemáticas sociales?

Las niñas y niños naturalizan la diversidad que hay en nuestro país y en eso nos ayudan a nosotros a correr el cerco. En general, están muy empoderados y críticos en cuanto a lo que tenemos que hacer como sociedad para mejorar. Están preocupados del respeto al medio ambiente, del cuidado a la naturaleza y el cuidado del agua. A propósito de las jornadas laborales, ellos buscan su espacio en la sociedad y exigen el tiempo que requieren para jugar y estar con familia. Adela y sus amistades están despiertos, proponiendo y exigiéndole a los adultos que sean más empáticos. Nos ayudan a darnos cuenta donde están las prioridades. Ella, en particular, está muy atenta a lo que hace el presidente y propone ideas.

¿Cómo emprendemos un cambio en el modelo de desarrollo para que no quede solamente en lo discursivo?

Tenemos un problema sistémico, que tiene que ver con nuestra cultura machista y patriarcal, y con un sistema político pensado desde y para los hombres, de una manera vertical, jerárquica y desde una masculinidad heteronormada, blanca y colonial. Tenemos una economía y un modelo de desarrollo que es extractivista, que no está pensado en el resguardo de lo que es fundamental —como la naturaleza— y que no tiene una perspectiva de género o de clase. A eso se le suma un modelo educativo que sigue esos lineamientos. Por eso es clave construir las bases de un nuevo modelo de desarrollo y una democracia en la que estemos presentes todas las realidades. Lo que estamos empujando en el ámbito laboral, en educación y en cuanto a los cuidados, es parte de lo mismo; una mirada más completa que da cuenta de un cambio social que hay que articular para correr el cero de lo posible. Nos han dicho que es el único modelo, o que esta es la única forma de ser mujer, pero no es así. Estamos en un momento en el que se han evidenciado todas las crisis y estamos en proceso de hacernos cargo, reparar las heridas profundas de la desigualdad y construir alternativas. Y no es solo la desigualdad en sí, es la sensación histórica de que no es posible construir algo distinto, o de que la desigualdad es parte de la naturaleza humana. Pero yo creo que no es así. Todos los que estamos en este gobierno creemos que no es así. Aunque nos hayan dicho que éramos locos y que fumábamos opio por soñar con un país distinto, hemos sido capaces de avanzar y lo vamos a seguir haciendo en la medida que sigamos trabajando juntas y juntos. Y si bien no vamos a lograr cerrar el proceso de cambio en este gobierno, sí podemos dejar iniciado este camino.

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