No estamos obligadas a ser felices para siempre




A principios de este mes la doctora en psicología e investigadora, Carolina Aspillaga, publicó en sus redes sociales una reflexión que tituló ‘No estamos obligadas a ser felices para siempre’. En ella puntualizó algunas de las alternativas a ese ya manoseado mandato:

Podemos conocernos, acompañarnos y amarnos el resto de nuestras vidas.

Podemos encontrarnos en un momento y luego decidir que es mejor avanzar sol@s.

Podemos amarnos eróticamente y luego hacerlo desde la amistad.

Podemos primero elegirnos y darnos cuenta que no nos gusta estar junt@s.

Podemos amarnos y decidir separarnos porque no nos hacemos bien.

Y finalmente concluyó:

Pero no podemos quedarnos donde no nos sentimos bien, porque ‘felices para siempre’ no es la única forma de felicidad.

Mediante esa publicación, Aspillaga pretendía dar cuenta de que no existe un único camino para vincularse sexoafectivamente. Por lo contrario, hay distintas alternativas y el ‘ser felices para siempre’ no tiene por qué ser el fin último o la máxima proyección en una relación. “No tenemos por qué pensar que el ser felices para siempre con una pareja es el único final adecuado, o el único que nos va generar felicidad”, explica. “A su vez, que esa idea exista como premisa, implica que si no la cumplimos, nos sentimos frustrados o como si hubiésemos fallado. Y eso no es así”.

La publicación venía a cuestionar un modelo instaurado –principalmente en el occidente– que postula, hace ya siglos, que hay una sola forma válida de amar; un modelo, planteado como paradigma absoluto en el que existen roles diferenciados entre hombres y mujeres y en el que solo tienen cabida la monogamia y las relaciones de pareja heteronormadas, ojalá para siempre. Tal como nos mostraron las películas de Disney cuando éramos pequeñas. En ese sentido, la crítica iba dirigida, justamente, hacia la falta de alternativas y el asentamiento de un modelo como único y correcto. “La idea de la eternidad está erróneamente asociada a la felicidad. Pensamos que las relaciones son más valiosas en la medida que duran más. Pero cuando nos damos la posibilidad de cuestionar el por qué una relación tendría que ser para siempre, nos abrimos a la posibilidad de cuestionar también cómo nos sentimos en esa relación”, explica Aspillaga. “También nos damos la posibilidad de vivir el momento, sin mayores presiones o expectativas, y así poder identificar si nos estamos transgrediendo a nosotras mismas o no, si nos estamos pudiendo desplegar libremente o si queremos elegir salir de esa relación”.

Y es que la idea de la eternidad asociada a la felicidad surge desde los mitos del amor romántico; narrativas que históricamente han determinado lo que significa estar enamorados y cómo hay que vincularse en pareja. Uno de ellos siendo que existe un único gran amor de la vida, o un alma gemela. “Si pensamos que eso es así, probablemente nos vamos a quedar en una relación en la que no nos sintamos cómodas en función de que ese es nuestro destino porque es el amor de la vida. Ahí entra en juego otro mito, que plantea que el amor todo lo puede. Para no perder al amor de la vida entonces, aguantamos cualquier cosa. Porque el amor es más fuerte. Y ahí ambos mitos se van retroalimentando”, explica.

Según la clasificación de Fundación Mujeres de España, estos mitos –que han servido para naturalizar nociones muchas veces erradas– son cuatro: Que el amor todo lo puede; que existe un único amor de la vida y está predeterminado; que el amor es lo más importante y requiere de nuestra entrega total; y que el amor implica posesión y exclusividad. “Pero cuando nos cuestionamos la idea de que los únicos vínculos valiosos son los que duran para siempre y están predeterminados, nos damos la posibilidad de ver que podemos amar muchas veces en la vida y a muchas personas, y que eso no significa que hayamos fracasado”, detalla Aspillaga.

Ahí también juega un rol clave lo que entendemos por felicidad, lo que nos han dicho que nos genera felicidad y, por sobre todo, la hegemonía y búsqueda completa de la supuesta felicidad como única meta viable. “Hay un imperativo que plantea que tenemos que ser felices a toda costa y que ciertas situaciones implican más o menos felicidad. Pero es una felicidad armada y no se trata solo de ser felices, sino que de no estar tristes o de no pasar por momentos más bajos. Como si fuese algo que dependiera únicamente de nuestra gestión”, señala Aspillaga. “Ninguno de esos discursos de autoayuda es mal intencionado, pero es necesario hacer una profundización porque son discursos que son individualistas y de la meritocracia. Indirectamente plantean que si te esfuerzas lo suficiente vas a poder ser feliz y, por lo contrario, si no lo eres, es tu culpa. Te responsabilizan de tu éxito y vinculan el éxito a la felicidad”. Discursos que sobre simplifican la complejidad de las experiencias humanas y de vivir en sociedad.

Como explica la psicóloga y terapeuta familiar, Catalina Baeza, no solo no estamos obligadas a ser felices para siempre, la felicidad, o lo que creemos que nos entrega felicidad, no es universal. Tampoco todos somos felices –o nos alegramos– con lo mismo. El ‘felices para siempre’, a su vez, asume un destino, y hace que no nos enfoquemos en el proceso, sino que en esa meta, pasando por alto todo lo que pasa entre medio. “Si nuestra meta es vivir un proceso en el que tratamos de ser felices, eso no está mal. Pero hay que tener claro que en ese proceso van a haber momentos en los que no somos felices, y eso es parte”, explica. “Además, la felicidad es un estado de ánimo más o menos constante de la persona, que no depende de si está en una relación o no. Tiene que ver con tener las necesidades básicas resueltas, y está más cerca de la tranquilidad que de lo que solemos entender por felicidad. Lo otro son momentos de alegría por circunstancias específicas”. Asimismo, tener momentos alegres no garantiza la felicidad y ser supuestamente felices no garantiza momentos de alegría.

La especialista explica que los libros y películas infantiles siempre terminan en el momento en el que la pareja se junta. Pero resulta que no vemos lo que sigue. “De ahí en adelante empieza una convivencia, y esa convivencia no es fácil nunca. Incluso entre personas que se aman. Esa obligación de tener que ser felices en parejas viene de la religión judeocristiana y de esa noción de soportar la pena, la rabia y el maltrato en función del sacrificio y el amor. ¿Pero cómo soportamos eso y nos declaramos felices? Es sin duda muy complicado y muy confuso para quien está viviendo la situación. Porque se va sentir traidora por no ser feliz para siempre pero también si expresa que no es feliz en esa relación y en ese momento”.

En ese sentido, el ‘para siempre’, siempre es una prisión para Baeza. Y a eso hay que sumarle que es necesario hablar de sentirse o reconocerse vulnerables. “Hay una obligatoriedad de mostrarse firmes, fuertes, con los objetivos claros, y con metas a largo plazo y para siempre. Y resulta que en esencia los seres humanos somos flexibles, cambiables y vulnerables. Poder reconocernos así y pedir ayuda está mucho más cerca de un proceso que va encaminado hacia la felicidad”.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.