Cómo le enseño a mi hijo a ser mejor que yo




No quiero que mi hijo coma azúcar, pero yo soy capaz de bajarme media barra de chocolate al día. No quiero que use pantallas, pero me paso cada momento libre mirando Instagram en mi celular. Quiero que tenga el hábito y el gusto por hacer deporte, aunque me vea aquí, toda sedentaria, viendo Netflix. Me gustaría que aprendiera algún instrumento y no lo deje botado en la adolescencia, como yo hice con el piano. Me gustaría que se educara en un colegio más amable y humano que el colegio exitista y competitivo donde estuve. Que si quiere viajar antes de estudiar pueda hacerlo, porque no hay ningún apuro. Quiero que sea más libre, menos culposo y complaciente. Que no se acompleje por tonteras y se sienta seguro de sí mismo, de su cuerpo, de sus capacidades, de sus convicciones. Que no pierda el tiempo y energía que perdí yo, tan llena de inseguridades. Pero ese famoso dicho, de tal palo tal astilla, me preocupa. ¿Qué tanto heredan los hijos de los hábitos y costumbres que observan de sus padres? ¿Es posible criarlos para que no cometan nuestros mismos errores? ¿Presionamos mucho a los hijos para que sean mejores que nosotros? La educadora de párvulos Blanca García, fundadora y directora de Crianza En Flor, que promueve la crianza basada en las necesidades y el respeto de los niños y Directora Ejecutiva de la Red Chilena de Crianza Respetuosa, nos da una guía para madres y padres autoexigentes.

¿Cómo funciona el aprendizaje de los hábitos y valores en un niño?

Está comprobada la existencia de neuronas específicas que se llaman neuronas espejo, que están presentes en todos los seres humanos. La función que tienen es aprender del otro, donde el foco está puesto en el modelo. Los niños aprenden más por lo que observan de nosotros que por lo que les decimos. Pasa también en los colegios; un niño aprende más cuando replica que cuando escucha. Los bebés, niños y adolescente asimilan a través de la observación, el modelo del adulto es guardado dentro su cerebro. Por lo mismo el poder de la imitación es tremendo e ineludible.

Y qué pasa cuando no somos el mejor ejemplo y nos gustaría que aprendiera hábitos más sanos que los nuestros.

El escenario más fácil sería que si no quiero que vea pantallas, en mi casa no haya pantallas, pero esto no siempre es así. En general queremos marcar límites claros frente a cosas que nosotros mismos hacemos y que, aunque sabemos que no son saludables, por constructo cultural no dejamos. Lo importante es saber poner límites de manera respetuosa, para lo que la claridad y la honestidad son claves. Por ejemplo, me puedo tomar un pisco sour, pero no voy a flexibilizar si mi hijo me pide, no le voy a decir que sí. Ahí el límite es claro; hay que explicarle que es para adultos y no para los niños, y que es algo que uno hace desde su responsabilidad. Esto funciona igual con la coca cola, el café, el azúcar, las pantallas, cruzar la calle sin tomarnos la mano. El límite siempre va a ser la expresión del cuidado; cuando como madre o padre te pongo límites, es porque te estoy cuidando. El tema es que esto no opera así cuando el límite es antojadizo, como cuando le pido que se quede quieto sin molestar porque estoy cansada. El norte para los límites desde la crianza respetosa es que son una expresión de cuidado y que nunca va transgredir al niño desde la violencia ni lo voy a poner en riesgo.

Qué pasa cuando como madres y padres los criamos para que tengan las oportunidades que nosotros no tuvimos o realicen los sueños que no pudimos cumplir.

Los niños son ciudadanos libres, sujeto de derecho. Por supuesto que hay necesidades fundamentales como salud, educación, alimentación o abrigo y si uno pasó frío de niño o no completaste tu educación, claro que vas a querer dárselo a tus hijos, ya que son derechos humanos. Pero en todo el resto, en la expresión de este ser humano en este mundo, no se nos puede olvidar que es un ciudadano y ser humano independiente de nosotros, y por ello no debemos obligarlos a realizar la vida que a uno le gustaría haber tenido. Ese niño va a tener que desplegar sus propios dones, deseos, misiones.

¿Así funciona la crianza respetuosa?

La crianza respetuosa es un concepto que refiere a un estilo de crianza cuya base es respetar el desarrollo humano y los derechos humanos de los niños. Hay ciertos hechos puntuales que le dan origen; la convención de los derechos del niño, que cumplió 30 años, donde se les reconoce como ciudadanos y sujetos de derecho; los conocimientos de las últimas décadas en neurociencia y teoría del apego; y una respuesta a las altas cifras de maltrato infantil, que son alarmantes en Chile.

¿Es una respuesta a una crianza más tradicional?

Sí y a una violenta, desde lo físico hasta lo más sutil. Porque algunos crían desde el condicionamiento, muy propio de nuestra cultura violenta de crianza; chantaje, manipulación emocional y condicionamiento conductual. Desde el “Si no haces esto, no te doy esto otro”. No es aprendizaje de valores o habilidades, y lo hacemos así porque no conocemos otra forma. Cuando un ser humano es respetado desde sus primeros años de vida, se arma un cerebro que está lleno de factores protectores, frente a todo tipo de cosas. Saben cuidarse, expresan sus ideas, no se quedan callados.

¿Cómo nos damos cuenta de que no estamos siendo respetuosos?

Los seres humanos desde siempre alegamos. La guagua si tiene hambre va a llorar, si tiene calor se va a quejar, si necesita abrazo se le va a llegar a curvar la espalda para dormir contigo. Si un niño de dos años se frustra, la pataleta está asegurada. Y lo mismo a lo largo de la toda la vida; cuando los niños se sienten vulnerados o no están a gusto lo expresan a través de la conducta. El tema está en qué hacemos frente a eso. Puedes responder con violencia para que no exprese su malestar, que es lo que pasaba en las generaciones anteriores, o confiar en su principio de generosidad. Los niños actúan desde el bien, no son tiranos que nacieron para echarle a perder la vida a los papás. Tenemos que entender que están comunicando algo desde los recursos que tienen. Y nuestra tarea es saber interpretarlos.

Y si nosotros mismos arrastramos esa forma de crianza ¿cómo dejamos de perpetuarlo?

Ahí es clave el autoconocimiento, la autobservación, el hacerse cargo. Hay que meterse en la salud mental de uno mismo. Nadie puede dar lo que no tiene, no se puede respetar si no he sido respetado, no puedo cuidar si no he sido cuidado. Cada uno cría desde quién es, nadie cría desde un libro o un especialista. Nosotros aprendimos de nuestras neuronas espejo y las cosas quedan armadas en tu arquitectura cerebral. Por eso hay que rearmarse con esfuerzo, trabajo y tiempo.

¿Si pudieras identificar una cosa importante que transmitirle a los niños, cuál sería?

Sentirse amados. Los seres humanos nacemos esperando una relación, salir al abrazo de alguien. Porque el amor es lo que sustenta la base humana. Tener tribu, familia. Si hay algo que hacer como madres y padres es amar a tu crío. Y amarlo como es, no como te gustaría que fuera.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.