
Eutanasia en Chile: una conversación urgente
Según la última encuesta Cadem, un 76 % de las personas en Chile está a favor de la eutanasia. El Ejecutivo reactivó el debate y, mientras en el Congreso se ponen de acuerdo en cómo llevar la discusión, la sociedad empieza a hablar sin miedo de algo que antes se evitaba: la posibilidad de elegir una muerte digna.

En abril de 2005, dos reconocidos hombres de 83 años fallecieron a causa de enfermedades terminales. Uno decidió limitar los esfuerzos médicos, quedarse en su cama y murió acompañado de sus seres queridos a los pocos días. El otro estuvo casi tres meses en la UCI y falleció una madrugada, solo, sin su familia. El primero se llamaba Karol Wojtyla; el segundo, Rainiero de Mónaco. ¿Podemos decidir cómo morir? ¿Podemos intervenir en el proceso de nuestra propia muerte?
Con este ejemplo y estas preguntas comienza el artículo Eutanasia en Chile: una discusión pendiente, publicado en 2016 en la Revista Médica de Chile. Allí se explica que, con el aumento de la esperanza de vida a nivel mundial, crece también la complejidad en la atención de pacientes terminales y los dilemas éticos asociados. La eutanasia —del griego eu-tanatos, ‘buen morir’— es uno de los grandes temas de la bioética que enfrentan los equipos médicos en su práctica clínica cotidiana. A pesar de eso, en Chile había sido un tema que no había logrado instalarse con fuerza en la agenda legislativa ni consolidarse como un debate transversal en la opinión pública chilena.
Eso hasta ahora. Tras el anuncio del presidente Boric en su cuenta pública, el Ejecutivo reactivó la tramitación del proyecto de ley —ingresado por primera vez en 2011— con el objetivo de abrir espacio al debate. Y ese impulso político parece haber resonado también en la ciudadanía: según la última encuesta Cadem (mayo 2025), la eutanasia es hoy uno de los temas valóricos que genera mayor consenso en Chile, con un 76 % de apoyo.
Entre las indicaciones más relevantes ingresadas por el ejecutivo está la redefinición del diagnóstico que permite solicitar la eutanasia: ya no se exige un pronóstico terminal, sino que basta con una condición o enfermedad grave e incurable. También se establecen dos modalidades de asistencia médica para morir: una que contempla la administración del fármaco por parte de un profesional sanitario, y otra que permite su autoadministración por el propio paciente, en ambos casos bajo supervisión médica. Además, se elimina la objeción de conciencia institucional, exigiendo a los centros de salud gestionar anticipadamente los recursos necesarios para asegurar que, si se cumplen todos los requisitos legales, el procedimiento pueda llevarse a cabo.
De aprobarse, Chile se sumaría a un grupo reducido de países donde la eutanasia activa está legalmente permitida, entre ellos Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, España, Portugal, Canadá, Colombia, Nueva Zelanda y, más recientemente, Ecuador.

Álvaro Ramis, doctor en Filosofía y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, dice que vale la pena destinar mucha atención y claridad a este debate y cita al teólogo dominico Jacques Pohier, quien sostuvo que la eutanasia voluntaria no es una elección entre la vida y la muerte, sino una elección entre dos maneras de morir. “A veces se plantea mal la discusión cuando se dice que la eustanasia es una ley que busca incentivar la muerte de las personas, cuando es todo lo contrario. La buena muerte es una práctica que es muy antigua en la sociedad y tiene que ver con generar todas las condiciones para que la persona pueda fallecer de una manera digna, evitando sufrimientos inútiles e innecesarios”. Comenta que existe un acuerdo básico que incluso hasta la Iglesia Católica en sus versiones más conservadoras acepta, que es la idea de que el ensañamiento terapéutico es inaceptable. “El punto es que ahí dicen que está bien todo lo que puedan hacer los tratamientos indirectos para el buen morir, es decir, la no acción, pero cuando se trata de generar una acción directa que afecte al paciente, eso es rechazado. Y ahí hay una gran hipocresía, porque lo que se trata de salvar es un principio de doble efecto que dice que si un médico actúa directamente sobre la vida del paciente, estaría cometiendo un crimen, en cambio, si no actúa, pero el hecho de no actuar provoca indirectamente la muerte del paciente, es una persona virtuosa porque ha evitado el encarnizamiento terapéutico”, agrega.
Si miramos experiencias internacionales, Bélgica es uno de los referentes más antiguos en la materia: legalizó la eutanasia y el suicidio asistido en 2002. Diez años más tarde, en 2010, el caso de Tine Nys —una mujer de 38 años que padecía sufrimiento psicológico— puso a prueba los límites de la legislación. Su muerte, practicada por tres médicos, fue el primer caso en llegar a los tribunales en ese país. En 2020, todos fueron absueltos, pero el juicio abrió una discusión profunda sobre cómo se interpretan los criterios de sufrimiento insoportable y si estos pueden aplicarse en casos de salud mental.
En los Países Bajos, donde la eutanasia también es legal desde 2002, el debate ha evolucionado hacia terrenos aún más complejos. Desde 2016 se discute la posibilidad de permitir el suicidio asistido a personas mayores de 75 años que, sin padecer enfermedades graves, sienten que su vida está completa. En 2023, un proyecto de ley volvió a poner sobre la mesa esta posibilidad, generando controversia sobre los límites del derecho a decidir y el riesgo de normalizar el agotamiento vital como razón suficiente para morir.
En nuestro país estamos lejos de ese nivel de discusión. Pero según Ramis es importante sentar la autonomía del paciente como un derecho importante. “En Chile, debido al paternalismo médico, eso no es muy central. Se suele creer que la persona es ignorante, que no sabe o no puede tomar decisiones y que alguien las tiene que tomar por él. Entonces lo primero es darle la palabra y el rol de autonomía a la persona. En segundo lugar establecer todos los controles cruzados que impidan que esto pueda plantearse con desconfianza, sino que generar una estructura sanitaria que tenga tal nivel de confiabilidad que impida que esa voluntad sea vulnerada para que no se aplique en situaciones que no sean pertinentes, es decir, que no estén las causales por las cuales se puede aplicar una práctica eutanásica, que tiene que ver sobre todo con la irreversibilidad de la situación diagnóstica y el sufrimiento innecesario”.
Hablar de la muerte
Miren Asunción Busto es una de las mujeres que conforman el colectivo Usanda, que ha buscado durante varios años la aprobación del proyecto ley sobre muerte digna y cuidados paliativos en Chile.
En enero de 2021 publicaron esta carta en el diario que fue ampliamente difundida. En ella decían: “Hemos vivido, amado, trabajado, disfrutado, sufrido, tuvimos hijos y nietos. Por sobre todas las cosas, hemos cuidado. Estamos contentas y agradecidas de vivir. No entendemos la vida y la muerte como una dicotomía, intentamos integrarla a nuestra vida, porque es parte inevitable de ella. Hemos acompañado a muchos en el proceso de partida. De eso hemos aprendido. Sabemos sobre ese “minuto de bien morir” y de los minutos eternos del sufrir indecible e innecesario por falta de un adecuado contexto social y legislativo".
Miren dice que en nuestra sociedad no nos educan para entender la muerte como parte de la vida, sino más bien se esconde y entonces nos dejamos vencer por un miedo colectivo a ella, como si fuera mala, innecesaria o evitable y, así, sin darnos cuenta, le dejamos la responsabilidad a otros, ya sea Dios, médicos, hijos, etc.

Matías Reeves es fundador del Proyecto Mokita, un grupo de personas que busca naturalizar la muerte en las conversaciones de la vida y quienes han traído a Chile la iniciativa inglesa del Café de la Muerte. Está de acuerdo con que la muerte es un tema tabú en nuestra cultura y dice que la importancia de hablar de ella es fundamental. “Hay una necesidad humana de poder pensar, conversar y compartir lo que uno quiere en torno a la muerte. Hay un valor en sí mismo, porque cuando uno habla o piensa sobre la muerte, está pensando en la vida, su sentido y la existencia misma”.
Cuenta que en occidente después del siglo XIV empezó a esconderse el tema de la muerte y hoy solo está relegada a las iglesias, hospitales y cementerios, es decir, al espacio más trágico. “Necesitamos naturalizar la muerte porque es algo humano y esperable. Antiguamente, en los velorios en las zonas rurales había duelo y estaba la familia velando a la persona por tres días. El rito de vestirse de negro, de estar de duelo y mostrar el sufrimiento ya no existe. Entonces si fallece mi mamá, al día siguiente voy a trabajar y nadie se entera, en cambio si me vistiera de negro sería distinto, son tradiciones que se han perdido y que reflejaban que antes la muerte estaba más presente en el día a día. Actualmente se esconde, nadie lo habla, se vive como un tabú y eso es perjudicial respecto de cómo podemos entender la vida porque nos llena de miedos y culpas”, dice Matías.
Aclara también que no solo basta con hablar de muerte para tener todo resuelto. “No necesariamente por hablar y pensarlo uno se hace experto, no hay expertos en el tema de la muerte, porque no hay verdades, no hay dogmas, es un tema personal. Nadie sabe cómo enfrentar la muerte de un ser querido. Dicho eso, la ventaja de poder conversar y tenerlo presente, es poder tomar consciencia plena de cómo quiero vivir la vida también”. En ese sentido, leyes como la eutanasia, más que facilitar una decisión, va a permitir haber pensado en el tema antes, porque nunca va a ser una decisión fácil. “El hecho de que esté la legislación habilitada para solicitar un apoyo, una ayuda para fallecer, permite que haya un diálogo, una conversación y eso es significativo y relevante”.
Según una encuesta realizadas por la Universidad Católica, el 70% de las personas en el país declara que le gustaría fallecer en su casa, sin embargo, el 70% de las personas mueren en los hospitales. “Esto es un reflejo de una cultura que no conversa ni dialoga sobre el tema, no desde el punto de vista trágico, sino que de la reflexión, y eso dificulta cualquier decisión llegado el momento”, agrega Matías.
Álvaro Ramis coincide y dice que romper el tabú de la muerte puede ser muy sanador. “Sobre todo en esas circunstancias en las que uno puede anticipar procesos y decisiones”. Se refiere, por ejemplo, a la posibilidad de dejar manifestadas las voluntades anticipadas no solo ante una eventual muerte, sino también frente a situaciones de pérdida de consciencia, como ocurre con enfermedades neurodegenerativas o accidentes graves. “Hay personas que lo dejan por escrito, que conversan con su familia sobre lo que quisieran que se hiciera y lo que no estarían dispuestas a vivir o padecer. Eso permite que el personal clínico actúe con mayor respeto hacia esa voluntad, y que se pueda seguir un criterio que, muchas veces, es del todo plausible. Pero mientras esa voluntad no esté clara, todo queda en duda”, advierte.
Desde esa perspectiva, una legislación sobre eutanasia obliga, al menos, a iniciar conversaciones incómodas. “Nos pone en una circunstancia en la que debemos enfrentar ese dilema, manifestar nuestras voluntades, expresar posturas y, finalmente, decidir. Es una acción que cree en la libertad personal: en lo que cada quien puede o no decir respecto de su propia existencia”, agrega Ramis. En la misma línea, Matías Reeves concluye: “Todo lo que implique anticiparse y hablar del tema ayuda a estar un poco más preparados frente a una situación que, inevitablemente, será compleja. Si se aprueba la ley y uno de nuestros padres toma esa decisión, al menos que lo hayamos conversado antes. Que no sea un tabú lo que impida una buena comunicación ni la libertad de una persona para tomar una determinación tan difícil como esa”.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
3.
4.