¿Por qué nos despertamos a comer en la mitad de la noche?




Un estudio publicado en 2013 por The Obesity Society investigó los hábitos de un grupo de voluntarios durante un periodo de dos semanas, descubriendo que a la hora de despertar por un snack nocturno, no influía cuánto habían comido durante el día ni a qué hora se despertaban normalmente. Ni siquiera valía mucho considerar a qué hora habían cenado o disfrutado de su última merienda. Demostraron además que estos antojos nocturnos no eran ni frutas ni verduras, sino que por lo general consistían en alimentos altos en grasa, azúcares y sal.

El estudio concluyó entonces que lo que realmente afectaba a este hábito era el ritmo circadiano de la persona, algo así como su reloj biológico controlado por el hipotálamo, que regula a cada persona de acuerdo a variables biológicas. A la sincronización de los ritmos circadianos se le conoce como cronotipo, que se define como la predisposición que tenemos a experimentar puntos altos de energía o de descanso según la hora del día. Esto es distinto y varía entre persona y persona, por lo que algunos van a experimentar estos picos energéticos más temprano y otros más tarde, por ejemplo.

Según el estudio de 2013, “en las personas que duermen de noche el punto cúlmine en el apetito intrínseco del ciclo circadiano podría promover comidas más abundantes antes del periodo de ayuno que se requiere para dormir”. Entonces, si el organismo no siente que comió lo suficiente antes de acostarse, puede que necesite más para poder pasar la noche de largo.

Otro motivo probable es el aumento de la hormona del estrés, el cortisol, durante la noche. Si bien lo esperable es que su presencia disminuya a medida que termina el día, de tal forma que podamos descansar, cuando estamos muy preocupados por algo es habitual que no podamos dormir bien, y que nos despertemos con ganas de comer algo. El problema es que, según se ha investigado, es más difícil sentir saciedad de noche, lo que puede llevar a atracones nocturnos.

Un estudio de la Universidad Brigham Young, publicado en Brain Imaging and Behavior, que usó resonancias magnéticas para medir la respuesta neurológica a las comidas altas y bajas en caloría durante el día, explica que cuando buscamos este tipo de alimentos en la noche no lo hacemos para saborear solo un bocado, sino que buscamos grandes porciones. La investigación concluyó que el cerebro no considera que las comidas nocturnas sean tan satisfactorias como lo son las diurnas, por lo que no se “siente” satisfecho y pide mayores cantidades.

En la misma línea, cuando estamos estresados buscamos alimentos que nos hagan sentir bien emocionalmente. Y como por lo general fuimos criados en un ambiente en que la ensalada es sinónimo de castigo y el chocolate es premio, creemos que para sentirnos bien necesitamos comer algo con lo que nos sintamos premiados. “Cuando suben los niveles de cortisol sentimos antojos de carbohidratos, sales, grasa. Además, cuando la serotonina, o la hormona que nos hace sentir bien está baja, nos antojamos alimentos altos en carbohidratos para impulsar una sensación positiva en el cerebro”, dice la nutricionista y autora Fiona Tuck al medio Huffington Post.

A diferencia del síndrome de atracón, en el que sentimos una necesidad imperante por comer muchas cantidades, los snacks nocturnos no están necesariamente relacionados a las restricciones importantes de comida o de una dieta súper baja en calorías. Pero lo que comemos a lo largo del día sí puede influir, en cuanto es posible que el cuerpo necesite más grasas buenas, proteínas y carbohidratos complejos. Por lo tanto, una alternativa más saludable es “animar” una fruta con una cucharada de mantequilla de frutos secos, que va a aportar grasa y proteína. O comer una rebanada de pan integral con un poco de palta, por ejemplo. Esto puede enviar señales de saciedad, así como de satisfacción emocional, y al mismo tiempo sumar nutrientes que no encontraríamos en frituras o pasteles.

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