Pulso

Desde la cuna hasta la tumba… y más allá

"Dorothy es una heroína. Porque ha destapado la olla. Porque ha puesto en evidencia cómo los recursos se han usado tan alegre y livianamente. Porque nos ha recordado cómo esas platas, generadas por un ejército de ciudadanos trabajando como hormigas, como esclavos, de sol a sol, por una vida entera y más, no pueden repartirse como a los políticos les venga en gana, sin rendir cuentas a nadie".

Los impuestos omnipresentes desde la preexistencia hasta la desaparición humana. Foto: Andrés Pérez Andres Perez

La relación más larga y consistente de su vida no será la que usted sospecha. Se lo garantizo. No es la que tendrá con su cónyuge, con sus padres, sus hermanos o sus hijos. No es la que tiene con su mejor amigo ni con el equipo de sus amores. Ni siquiera la que tiene con el país donde nació. Para probable sorpresa suya, la relación más larga, intensa, diaria y recurrente que tendremos todos y cada uno de nosotros será con una contraparte inesperada: los impuestos. Creo que, después de leer un par de líneas, se convencerá de que esto es cierto.

La primera vez que un ser humano genera un impuesto es bastante antes de nacer, apenas el universo tiene certeza de su existencia: el test de embarazo está gravado con IVA. Una vez conocida la noticia, empieza la preparación para la llegada del nuevo integrante de la familia: cuna, coche, piluchos, móviles. Todo, absolutamente todo, lleva un 19% de impuesto que va a parar a las arcas estatales. De ahí en adelante, los padres no pararán de pagar impuestos día y noche por el hijo que han traído al mundo: chupetes, pañales, mamaderas, colados, zapatos, exámenes, remedios, cuadernos, mochilas, camisas, jumper para las niñitas, pantalones para los niños. Muñecas, pelotas, libros, anteojos, amalgamas y frenillos de dentista. Viajes. Agua, luz y gas. Celular. Tarjeta BIP. El primer trago y el último también, que además del IVA pagan ILA. Igual que los puchos, en los que el IVA, el impuesto específico y el impuesto ad valorem representan un 84% del precio pagado por cajetilla.

Luego viene la independencia económica. Llega el momento de pagar los impuestos a los ingresos: el de 2a Categoría. Si recibe un sueldo, paga. Si hace una boleta de honorarios, paga. Al final de cada año se calculará su Global Complementario. Si le falta, debe seguir pagando; si le sobra, habrá devolución. Mientras más gane, más pagará. Si se compra un auto, pagará IVA y permiso de circulación. La bencina pagará IVA e impuesto específico. Si decide emprender, pagará el F29: todos los meses, IVA y PPM. Si hace una factura, recaudará y pagará IVA. Su empresa pagará patente municipal trimestralmente. Y si le va bien, conocerá lo que es el impuesto a las utilidades: 12,5%, con primera prioridad de pago para las pymes. Este año esa tasa se doblará… Si le va muy bien y crece, dejará de ser pyme y la tasa subirá hasta el 27%. Si tiene la suerte de recibir dividendos, pagará también vía Global Complementario. Si su empresa pide un crédito, debe pagar impuesto de timbre. Como persona también, por un crédito de consumo o hipotecario. Su nueva casa se construirá pagando IVA. Cuando la reciba —aunque ha sido pagada con platas después de impuestos— pagará contribuciones hasta el día en que decida irse o, forzado por los tributos, ya viejo, tenga que salir de ahí. Si se le ocurre arrendarla, obvio, pagará también. Cuando esté jubilado y pagando IVA por un Netflix que consumirá muchísimo, los ingresos que perciba no se librarán del Global Complementario, que lo perseguirá hasta el día en que se muera, cuando pagará el IVA de su sepultura. ¿Usted cree que esto terminó? No… falta el último acto, el que va más allá de la muerte: sus herederos deberán pagar impuesto a la herencia.

Cómo los Estados fueron capaces de crear esta máquina tan perfecta, tan precisa y asfixiante no deja de ser admirable.

Esto es así. Y está OK. El SII lo hace bien y su director tiene impecable trayectoria. Son las reglas que nos hemos autodefinido. Tiene que haber bienes y servicios públicos que un Estado central debe proveer. Pero esta ingente cantidad de recursos implica una responsabilidad muy grande, un criterio de rigor y austeridad que los encargados de administrarlos parecen olvidar. Por eso indigna tanto cuando se pierde el respeto a la plata. Cuando se presupuesta demasiado mal y la deuda pública —que son impuestos futuros—, sube como espuma. Cuando se gasta tan, pero tan discrecionalmente, más allá de si se trata de gastos legales o no. Cuando se queman $ 250 millones en cursos de coaching, $ 50 millones en estudios del chemsex, $ 90 mil millones en fundaciones truchas, y US$ 350 millones al año en licencias falsas. Cuando se compran casas a discreción. Cuando sobran ministerios por todos lados. Cuando se contrata a amigos con sueldos sospechosamente altos y credenciales sospechosamente escasas. Cuando aparecen ñoquis en cada rincón, cobrando horas extras a lo bestia y enfermándose el doble que el resto de los mortales para irse al Caribe. Cuando se plantea que el mejor uso de los recursos es condonar el CAE.

Por eso Dorothy es una heroína. Porque ha destapado la olla. Porque ha puesto en evidencia cómo los recursos se han usado tan alegre y livianamente. Porque nos ha recordado cómo esas platas, generadas por un ejército de ciudadanos trabajando como hormigas, como esclavos, de sol a sol, por una vida entera y más, no pueden repartirse como a los políticos les venga en gana, sin rendir cuentas a nadie.

Ojalá esto esté recién comenzando. Ojalá sea el comienzo de un movimiento imparable para que, de una vez por todas, se limpie el Estado de tanta grasa y tanto abuso.

Emprendedor y Panelista de Información Privilegiada de radio Duna.
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