La visión del BC sobre el impacto de la biodiversidad y los ecosistemas en el crecimiento

Piñera Industrias de Puchuncavi. 31/07/2019
FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO

Los autores del informe, dos autoridades del Banco Central, afirman que se requieren acuerdos internacionales más que acciones aisladas de los países. “Tomar estas acciones correctivas no es escoger entre un futuro de alto crecimiento pero naturaleza destrozada, y otro de menor crecimiento con naturaleza sana”, afirman sobre esa dicotomía. El ajuste requerido tiene dos caminos: ordenado y gradual o de súbito, “a medida que el crecimiento desenfrenado nos lleve a sobrepasar los puntos de no retorno de la naturaleza”.


“La actividad económica mundial impulsada por el crecimiento explosivo de la población y del nivel de vida desde finales del siglo XVIII ha alcanzado niveles inéditos desde una perspectiva de largo plazo. Igualmente asombroso ha sido el ritmo de degradación medioambiental causada por esta expansión”, parte por señalar un estudio recién publicado por el Banco Central, titulado “Crecimiento Económico y Biodiversidad: Algo Tiene que Ceder”.

El estudio desarrollado por su vicepresidente, Joaquín Vial, y por el gerente de División de Política Monetaria, Elías Albagli, pone en cuestión una idea planteada por la Red de Bancos Centrales y Supervisores para Enverdecer el Sistema Financiero (NGFS en inglés), según la cual “una estrategia exitosa de mitigación del cambio climático no afectaría materialmente el nivel de PIB mundial a largo plazo, constituyendo principalmente un problema de riesgos, cuya gestión exitosa permitiría apuntar a un crecimiento esperado similar”.

Frente a esto, y en base a la revisión de evidencia reciente sobre pérdida de biodiversidad y degradación de ecosistemas como efecto de la crisis medioambiente, el informe sostiene que “cálculos sencillos sugieren que detener sus alarmantes tendencias implicará no solamente gestionar riesgos, sino que también ajustar las expectativas sobre las posibilidades de crecimiento económico y demográfico futuro”, análisis que sus autores reiteran a PULSO.

Según precisan, “la crisis climática y la pérdida acelerada de biodiversidad son dos manifestaciones distintas, pero interrelacionadas, del impacto que está teniendo la actividad humana en la naturaleza”. Citando a la Plataforma de Políticas Intergubernamentales para la Diversidad Biológica y los Servicios de los Ecosistemas (IPBES, sus siglas en inglés), un organismo intergubernamental independiente establecido por los Estados para fortalecer la interfaz ciencia-política, son diversas las fuerzas que explican la mencionada pérdida de biodiversidad, junto con la degradación de los ecosistemas.

Estas serían, según la enumeración de de Vial y Albagli “I) El cambio de uso de suelos (deforestación; transformación de ecosistemas), II) la sobreexplotación de vida salvaje (en particular la pesca de arrastre), III) el cambio climático y sus efectos en precipitaciones y temperaturas, IV) la introducción de especies invasivas, y v) la contaminación de distintas actividades humanas”.

Es en función de lo anterior que consideran que “revertir estas tendencias requiere mitigar cada uno de estos factores. Como todos se asocian de forma directa a la actividad económica del ser humano, es inevitable que su logro requiera un ajuste relevante en las perspectivas de crecimiento, tanto de la población, como de los estándares de vida a nivel internacional”.

Errores de análisis

Según se lee en el documento de 41 páginas, son tres aspectos “clave” que han contribuido al desconocimiento de este problema, no solo en Chile, sino que a nivel internacional. Primero, destacan que “a la hora de formar percepciones, tendemos a sobre ponderar el pasado más reciente y prácticamente ignoramos la historia más larga del desarrollo humano. Este sesgo oculta el hecho de que la población humana y el crecimiento económico de los dos últimos siglos han sido absolutamente sin precedentes”.

En efecto, ahondando en el desarrollo de este Holoceno (que parte en 10.000 A.C.), el estudio consigna que, en base a avances socioeconómicos y científicos importantes y a la mayor higienización de las ciudades y los hogares, la tasa promedio de crecimiento anual de la población se aceleró desde el siglo XVIII, pasando de 0,47% entre 1.700 y 1.800, a 1,3% entre 1900 y 2000, con un importante salto en el baby boom de 1960 a 1970, cuando ese porcentaje llegó a 2%.

Aunque reconocen que “las tasas de crecimiento poblacionales actuales están comenzando a desacelerarse”, afirman que “ello no será suficiente para estabilizar el tamaño de la población mundial antes de fines de este siglo”.

Esto ha tenido un correlato en la economía. “Mientras que en 1800 se estimaba que el PIB mundial había crecido a algo más de 6,4 veces los niveles del año 1 D.C. —esencialmente a través de la expansión de la población—, hacia 1900 ya se había multiplicado casi por cuatro, alcanzando 24 veces el nivel de 1 D.C. Luego, las asombrosas tasas de crecimiento poblacional y de PIB per cápita durante el siglo XX implicaron una expansión del PIB mundial de dieciséis veces en solo 100 años, hasta alcanzar nada menos que 372 veces los niveles del año 1 d.C. Es más, solo en los últimos 20 años, el PIB se ha vuelto a duplicar, creciendo hasta la casi absurda cifra de 648 veces respecto a nuestro punto de referencia”.

De esta manera, subraya que “en la actualidad, según los datos recogidos por los historiadores económicos, el tamaño de la población humana es 34 veces mayor, y el consumo humano de bienes y servicios per cápita unas 19 veces mayor desde el inicio de la era común”.

Es así que Vial y Albagli plantean que una “incapacidad para reconocer” las particularidades de nuestra época, lo cual “contribuye a una actitud de ‘business as usual’ hacia el daño ambiental”.

Esa incapacidad también tiene sus explicaciones, lo que lleva al segundo aspecto del desconocimiento que contribuye al problema. “La alienación de la naturaleza producto de la creciente urbanización mantiene estos problemas fuera de nuestro radar: la mayoría de las personas simplemente desconoce hasta qué punto se han degradado la naturaleza y la biodiversidad”, se lee en el reporte, que destaca que “la desestimación del impacto humano en la naturaleza entre economistas y ministerios de economía y finanzas, por sus consecuencias en decisiones de política pública, es especialmente preocupante”.

En tercer lugar, el paper sostiene que “si bien el conocimiento científico ha avanzado en documentar la pérdida de biodiversidad, aún no existe suficiente evidencia para estimar su impacto en nuestros procesos productivos y bienestar”.

Agregan en este punto, casi sintonizando con la película de moda “Don’t Look Up”, que “el hecho de que empecemos a pensar en la colonización de otros mundos, totalmente desprovistos de la naturaleza que conocemos, también contribuye a dar la impresión de que tal vez la humanidad pueda sobrevivir e incluso prosperar independientemente del estado de la naturaleza”.

Todo esto no es gratuito, según afirman, pues “dificultan la asignación de incluso escasos recursos para la protección de la naturaleza, en comparación con el creciente apoyo político y económico para mitigar las consecuencias del cambio climático”.

La urgencia ante la degradación

Profundizando diferentes esfuerzos por medir los efectos de la actividad humana sobre el medio ambiente, el paper - que forma parte de la serie “Documentos de Política Económica” del Banco Central - concluye que “el crecimiento de la población y del nivel de vida ha sido en realidad extraordinario en los últimos 200 años. Pero tal crecimiento ha destruido la naturaleza a una velocidad igual de asombrosa. Pese a ser innegable, esta evidencia pasa bastante desapercibida en el pensamiento económico dominante”.

Según detallan, el análisis debiera considerar que “una diferencia clave entre la pérdida de biodiversidad y la degradación del medio ambiente, con respecto al problema del cambio climático, es que utilizamos la naturaleza no solo para proporcionar energía. De hecho, la naturaleza es inseparable de prácticamente todo lo que producimos, lo que implica que desprenderse de ella es mucho más difícil que transformar la matriz energética que sustenta el consumo humano”.

En función de lo anterior, Albagli y Vial indican en su estudio que “es posible mejorar nuestro factor de eficiencia natural, y será una condición necesaria para evitar una mayor degradación de la naturaleza para cualquier posible escenario futuro”. Específicamente, señalan que “tal como las emisiones de carbono de los combustibles fósiles son el grueso del problema del cambio climático, el cambio insostenible del uso del suelo es el principal impulsor de la pérdida de biodiversidad, lo que apunta a que se pueden obtener importantes beneficios cambiando las dietas o mejorando la eficiencia con la que cultivamos nuestras fuentes de alimentos, lo que pasa por reflejar estos costos en los precios de los alimentos que consumimos”.

Asimismo, en base a la evidencia se sugiere que “dada la función primordial del crecimiento de la población en la degradación del medio ambiente, la aceleración de la transición demográfica debiera ocupar un lugar destacado en cualquier estrategia para lograr un desarrollo sostenible a nivel mundial”.

En tanto, ante la degradación actual, el paper señala que “los países y territorios ricos en biodiversidad, pero pobres y en las primeras etapas de la transición demográfica, serán el principal campo de batalla para la preservación del capital natural, y la única manera de tener éxito será acelerando el crecimiento económico de manera eficiente, tanto en lo que respecta al uso del capital natural como a la expansión del capital humano y artificial”.

Sin embargo, llamando a verificar en la investigación futura, se reconoce que “es poco probable que el progreso tecnológico sea suficiente por sí mismo. Probablemente tendremos que empezar a ajustar nuestras expectativas sobre los niveles de consumo per cápita futuro —lo que tiene implicancias trascendentales para consideraciones redistributivas— así como nuestras opciones de fertilidad”.

En base a el estudio que publicaron esta semana, los autores señalan a PULSO si bien la situación no se resolverá con “acciones aisladas” de cada nación y será fundamental llegar a “acuerdos internacionales que sean coherentes con un grado de redistribución entre países”, sí es preciso tener presente que “la pérdida de biodiversidad tiene un componente local muy importante, en la medida que sus principales causas –cambio uso de suelos, sobreexplotación de especies, contaminación de desechos—son eminentemente producto de los efectos de acciones locales en ecosistemas específicos”.

Así, recalcan que “que tomar estas acciones correctivas no es escoger entre un futuro de alto crecimiento pero naturaleza destrozada, y otro de menor crecimiento con naturaleza sana”, precisando que “el primer escenario existe solo en nuestro imaginario colectivo, informado por nuestro pasado reciente pero que ignora la perspectiva más larga del desarrollo del ser humano”.

Por ello, destacan que “la única decisión es si el ajuste del crecimiento poblacional y de estándares de vida se dará en forma ordenada y gradual, o si se dará de súbito, a medida que el crecimiento desenfrenado nos lleve a sobrepasar los puntos de no retorno de la naturaleza, propiciando el colapso de los ecosistemas que soportan el grueso de nuestra actividad económica y bienestar”. De hecho, subrayan que “la evidencia científica resumida en el trabajo sugiere que la ventana temporal para evitar transgredir estos puntos de no retorno es a lo más dos décadas”.

En este contexto, naciones como Chile serán cruciales, pues Albagli y Vial indican que en los cruciales próximos diez años “el principal ‘campo de batalla’ donde se decidirá cuál de los dos caminos tomará la humanidad serán países de ingreso medio y bajo, pero ricos en biodiversidad. En estos países, sus altos niveles de crecimiento poblacional y legítimo derecho de aspirar a mayores niveles de desarrollo pondrá una enorme presión sobre el remanente de la vida salvaje del planeta”.P

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