¿Debe Chile desarrollar su propia vacuna?


El catálogo de Pfizer alberga alguno de los fármacos más célebres del planeta, como el Viagra y fue el primero en el mundo en empaquetar y distribuir penicilina en la mitad del siglo pasado. Moderna recibió del gobierno de Donald Trump un subsidio de 500 millones de dólares, mientras AstraZeneca trabaja con los mejores científicos de la U. de Oxford y China subvenciona a sus más prometedores laboratorios. Son algunos de las iniciativas más avanzadas en la búsqueda de una vacuna contra el coronavirus. ¿Cómo entonces un laboratorio chileno podría competir con estos colosos farmacéuticos para desarrollar su propia vacuna?

Es la lógica que está desafiando un grupo de científicos del Instituto Milenio de Inmunología (IMII), que desde el verano trabaja en el desarrollo de su propia vacuna contra el coronavirus. Su prototipo, aunque no avanza al trepidante ritmo de Pfizer o AstraZeneca, ya ofrece algunos promisorios avances: el equipo científico ya logró producir cuatro prototipos, los cuales están en la etapa preclínica, es decir, sometidos a pruebas en modelo animal.

El avance es tan promisorio que la vacuna podría iniciar sus pruebas en humanos en una fecha tan pronta como 2021.

Alexis Kalergis, director del IMII.

La pregunta es si tanto esfuerzo vale la pena, considerando que según el recuento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay cerca de 150 laboratorios, universidades y hasta gobiernos, desarrollando una vacuna.

La lista de las justificaciones parte con la eventualidad del fracaso de algunos de los prototipos que se están probando. De hecho, según estimaciones de la misma OMS, solo el 17% de las vacunas llegan a la fase 3.

La importancia de una vacuna propia

Además, aun siendo exitosa, una futura vacuna podría inducir una débil inmunidad, de corta duración o bien podría no ser apropiada para todas las poblaciones. Por eso, un emprendimiento local podría manejar mejor estas variables.

Avanzar en el desarrollo de un prototipo propio, además, puede marcar el inicio del fin de la dependencia de la importación de vacunas y facilitar el desarrollo conjunto con laboratorios foráneos de vacunas en otros tipos de enfermedades. Por eso, la alternativa propia, aunque parezca llegar a destiempo, asoma como una plausible estrategia científica.

Pero más allá si esta vacuna chilena finalmente se convertirá o no en un antídoto sanitario exitoso, lo verdaderamente trascendente en que un puñado de científicos locales trabaje en una vacuna propia, es la creación de conocimiento científico y la instalación de masa crítica.

Por eso, no se trata solo de crear una inyección sanitaria, sino de inocular una buena dosis de desarrollo científico al país.

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