La bitácora del doctor Hofer: Día 14, destellos de perfecta felicidad


Esta segunda semana comienza y termina mejor con nuestra ciencia ya en marcha. Por fin el sábado por la tarde, tras ocho días en la Antártica, podemos entrar al mar a registrar datos y tomar las primeras muestras de agua. Es una jornada larga y terminamos pasadas las 3.30 am. Exhaustos y bostezando engullimos la cena, que por alguna extraña razón sabe mejor mientras vemos el amanecer sobre bahía Fildes por la ventana. Extrañas ventajas de trabajar en extraños lugares con aún más extraños horarios. Ha sido un buen primer muestreo, pero el grupo aún está automatizando las labores de cada uno en el bote y laboratorio. Somos como un ballet ensayando la nueva coreografía para el estreno mundial en un par de días. Trabajamos para pulir pequeños detalles que nos permitan reducir el tiempo de muestreo, lo que puede hacer la diferencia entre terminar o no futuros trabajos cuando Eolo y Poseidón nos golpeen con todo su arsenal.

Al día siguiente nos toca a los científicos cocinar para toda la base (una tradición antártica) y con todo el amor y empeño hacemos un menú dominical donde la estrella son los rollitos de canela a la Braulio. El lunes, tras la paliza del sábado y la larga jornada dominical, descargo los datos de la sonda que lanzamos al agua y con asombro observo que la temperatura de las aguas superficiales de la bahía está casi igual hace un año (0,4 °C), pero por debajo de los 50 m la situación es muy diferente: este año las aguas están claramente más frías con valores por debajo de los cero grados centígrados.

Esta diferencia de 0,5 grados entre ambos años no parece gran cosa a nuestra mente de homínidos bípedos y terrestres, sin embargo, si lo multiplicamos por los millones de metros cúbicos de agua que hay en la bahía nos muestra una gran diferencia en la cantidad de calor que han acumulado las aguas costeras. Esta circunstancia es aún más curiosa si tenemos en consideración que este invierno las aguas de la bahía apenas se congelaron según me informó mi amigo que estuvo en aquella estación en Fildes.

Como les he comentado con anterioridad, los efectos del cambio climático se notan aquí de forma palpable. Por ejemplo, este año desde que llegamos en noviembre no ha parado de llover. Sí, leen bien: no ha parado de llover. En forma líquida, semicontinua y a veces casi torrencial. A ratos, uno se cuestiona si estamos en Antártica, el continente más seco del planeta, o en una versión más fría del invierno valdiviano. Mientras presenciar la lluvia en la resecada Valparaíso alegra mi espíritu, la misma lluvia en el territorio antártico quiebra algo en el núcleo más interno de mi alma. Es difícil relatar con palabras lo que uno siente desde la primera fila de la platea mientras observa o vive este drama llamado crisis climática. Pero no hemos venidos a lamentarnos y hay nada o muy poco que podamos solucionar como individuos. Armados con una o varias tazas de café y nuestro ingenio, nos disponemos a armar un plan de trabajo semanal para estudiar los temas que hasta aquí nos han traído. Entre ellos, como la entrada de agua dulce (lluvia, deshielo, icebergs, etc.) afecta el funcionamiento de las comunidades de organismos microscópicos en las aguas de la bahía.

La lluvia lava con extrema rapidez la poca nieve que se acumuló en la isla durante el invierno y al derretirse y seguir su inexorable camino hacia el mar arrastra consigo múltiples elementos y sustancias que afectan a los organismos microscópicos que viven en las aguas de la bahía. Por eso, armados con jarras plásticas y bidones salimos a tomar muestras de agua para determinar qué es lo que se está transportando y así poder inferir cómo responderán los microorganismos marinos a estas nuevas condiciones que cada vez serán más comunes y acentuadas.

El primer día muestreamos mientras está gris, frío y ventoso. Las condiciones dificultan nuestro trabajo y confort personal, pero la salida a terreno es corta y regresamos contentos. Un par de días después, volvemos y durante las cuatro horas de trabajo, el mar no paró de salpicarnos hasta que al final incluso nos nevó encima. Es un verdadero espectáculo ver cómo nieva sobre el mar y cómo la nieve se acumula sobre nosotros y el bote, sin embargo, nuestras manos entumecidas y cuerpos mojados parecen no saber apreciarlo, al menos, no en ese preciso instante. El último día de la semana hay poco viento y algo de sol (lo único que hemos visto de Lorenzo hasta ahora). La luz se filtra por una pequeña ventana casi sin nubes y se refleja en las aguas de la bahía y los glaciares. Es una imagen preciosa y sobrecogedora cuando uno la suma el paisaje que nos rodea. Días así son necesarios. Nos dan energía extra para el trabajo en terreno y entregan sentido a lo que hacemos para llegar hasta el fin del mundo a hacer ciencia. Es uno de estos días que como cantaba Lighthouse Family ¨captamos un destello de perfecta felicidad¨.

* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).

Lea las otras columnas del doctor Hofer:

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.