Venezuela: hora cero

Maduro dice al diputado opositor Borges que en Venezuela lo espera la cárcel

En el futuro cercano lo realista es esperar que las cosas transcurran por otra vía. ¿Cuál vía? Por parte del gobierno, la huida hacia adelante, es decir la intensificación de la dictadura (...). Por parte de la oposición y la comunidad internacional, un aumento de la presión interna y externa con movilizaciones y nuevas sanciones.



El próximo domingo, Nicolás Maduro se hará reelegir en unas elecciones presidenciales que ningún gobierno plenamente democrático del mundo reconoce. Aquí van las cuatro claves de ese proceso que conviene tener en cuenta.

La Comunidad Internacional

La comunidad internacional no tiene cómo hacer valer su repudio al proceso venezolano por ahora. Por inverosímil que suene, ni siquiera ha sido posible hasta ahora, a pesar de los esfuerzos del secretario general, que la OEA aplique el artículo 21 de su Carta Democrática Interamericana para suspender la participación de Caracas en ese organismo hemisférico. Se necesitarían los votos de dos tercios de los miembros. Aunque los cambios ocurridos en Sudamérica en los últimos años han permitido fortalecer el frente democrático contra Nicolás Maduro, todavía le quedan a la dictadura lealtades caribeñas que complican las matemáticas. Por eso ha sido el propio Maduro -lacerante ironía- quien el 17 de abril pasado anunció que su gobierno se retirará de la OEA (la amenaza ha sido recurrente a lo largo de los años, de manera que el nuevo anuncio es de incierto pronóstico).

Precisamente porque la OEA no ha podido actuar como organización con la contundencia que habría cabido esperar del Sistema Interamericano es que nació el Grupo de Lima, una iniciativa informal más que un aparato internacional con vida propia. Pero hay un factor nuevo: la intensificación de la presión de Estados Unidos sobre Maduro. Mike Pence (vicepresidente), Mike Pompeo (secretario de Estado), Nikki Haley (embajadora ante la ONU) y Carlos Trujillo (embajador ante la OEA) han dado un salto cualitativo en la exigencias que hacen a Maduro a medida que se acercaba la fecha fatídica del 20 de mayo. Hasta hace poco la administración Trump hablaba del retorno a la democracia; ahora habla de un cambio de régimen, sin pronunciar esta frase que tiene connotaciones controversiales en la política exterior estadounidense pero dejando pocas dudas de que eso es exactamente a lo que se refiere.

Es difícil que Washington dé semejante paso retórico sin que detrás haya la voluntad de actuar. ¿Qué puede hacer Washington que no haya hecho ya? Tres cosas: ejecutar decisiones judiciales contra Venezuela, aplicar sanciones petroleras directas u organizar alguna forma de intervención humanitaria. Lo más factible y menos polémico es lo primero. Ya hay, por ejemplo, un fallo judicial contra Venezuela en tribunales estadounidenses por las acciones emprendidas por ConocoPhillips en respuesta a la nacionalización de los activos a manos de la dictadura. El laudo arbitral de dos mil millones de dólares a favor de ConocoPhillips podría ser el motivo perfecto para hincar el diente a algunos activos venezolanos, ya sea buques petroleros o incluso una parte de Citgo, la filial de PDVSA, la compañía estatal petrolera. De hecho, ya han sido intervenidos algunos activos en Bonaire y San Eustaquio, lugares que tienen cierta importancia para efectos logísticos y distributivos en el Caribe.

La segunda opción está en discusión en la Casa Blanca desde hace mucho tiempo pero no se animan a tomarla porque las sanciones petroleras, por ejemplo prohibir las importaciones de crudo venezolano en Estados Unidos o la exportación de productos refinados estadounidenses a Venezuela, afectarían también algunos intereses norteamericanos y a terceros países. Estados Unidos importa de Venezuela algo más de 400 mil barriles diarios (la mitad que hace algunos años), de manera que para Caracas el golpe sería duro. Reemplazar ese destino con Rusia o China -las únicas alternativas realistas- sería muy complicado, entre otras cosas porque los costos de envío son mucho más altos y porque ambos países ya tienen acceso al petróleo venezolano: desde hace ya bastante tiempo Caracas paga a Pekín y Moscú en barriles los créditos otorgados bajo la forma de compra anticipada.

La intervención humanitaria, por último, es una opción lejana, aunque ya la piden exiliados venezolanos como el exalcalde de Caracas, Antonio Ledezma, o el economista Ricardo Hausmann. Ningún país latinoamericano -a estas alturas- apoya esa opción. Pero es evidente que si continúa el caudaloso flujo de venezolanos a los países de la región (particularmente a Colombia) y que si la ya espeluznante crisis interna se agrava, esa carta acabará estando sobre la mesa, con todas las implicaciones políticas que ello tendría por la reapertura de una vieja herida latinoamericana.

La Economía

Uno podría llenar muchas páginas del periódico ofreciendo las estadísticas de descenso venezolano a los infiernos. Bastan, para entender lo que puede suceder en lo inmediato, datos como estos: el ingreso mínimo es hoy 15 veces menor de lo que el Banco Mundial considera el umbral de la pobreza (1,9 dólares al día); solo desde 2013 el ingreso mínimo ha perdido 95% del valor y el desabastecimiento hoy roza el 90%. El retroceso del país está perfectamente resumido por el cálculo que hizo recientemente el IESE, la conocida escuela de posgrado: el PIB venezolano equivale hoy al que tenía ese país en… ¡1955! En solo cuatro años el PIB ha perdido un tercio de su valor.

Esta debacle económica, sumada a la violencia criminal generalizada, explica la estampida de venezolanos por la frontera y por avión hacia medio mundo. La migración provocada por este desastre asciende al millón de personas en Colombia, por ejemplo, donde este drama se ha convertido, inevitablemente, en un delicadísimo asunto de política interna.

El Estado venezolano tiene compromisos externos por más de 90 mil millones de dólares, de los cuales unos 60 mil millones tienen que ver con tenedores de bonos que esperan seguir recibiendo su dinero. Pero ya se ha producido en los hechos una suspensión de pagos ("default") por tres mil millones y pronto la cifra aumentará. Maduro ha apelado a recursos delirantes para tratar de obtener un respiro. Por ejemplo, ha lanzado una criptomoneda (moneda digital), el "petro", supuestamente respaldada por más de cinco mil millones de barriles de petróleo. Es el mundo al revés: las criptomonedas nacieron como un recurso de gente que quería protegerse de la erosión del dinero oficial por parte de los bancos centrales, con lo cual las posibilidades que tiene Maduro de obtener confianza para el "petro" son nulas. Esto, sin contar que Venezuela está sometida a sanciones financieras por parte de Estados Unidos y que su economía está en llamas.

Todo lo que pueda hacer Maduro para afianzar su dictadura después del 20 de mayo tendrá que resistirse a las arenas movedizas de esta realidad económica. Es, tras la comunidad internacional, el segundo gran factor a tener en cuenta.

Henri Falcón

El tercero es la resistencia democrática. La oposición había logrado, a partir de 2010, presentar al país y al mundo un frente unido que dio muchos resultados, obligando al régimen a mostrar su verdadero rostro tras muchos años escondiéndolo mediante una elaborada ceremonia del Kabuki. Pero los reveses sufridos en el último año han desgarrado esa unidad. Aunque la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática logró el 16 de julio del año pasado la hazaña de organizar y ganar una consulta popular que llevó a las urnas a más de siete millones de venezolanos contra todas las amenazas oficiales, desde entonces Maduro ha impuesto una Asamblea Constituyente y unas autoridades regionales en comicios ilegítimos no reconocidos por la comunidad internacional que han desmoralizado a una parte de la oposición.

Ante el avance de la dictadura, las tensiones internas se hicieron visibles. El último jirón del desgarrado tejido opositor ha sido la decisión de Henri Falcón de ser candidato presidencial. Se trata de un exmilitar y exgobernador del estado Lara, un connotado chavista hasta que rompió con el régimen y fundó en 2012 una nueva agrupación, Avanzada Progresista, con la que gravitó hacia la oposición. Ante la decisión mayoritaria de la MUD de no prestarse al juego de Maduro participando en las elecciones presidenciales del próximo domingo, Falcón rompió la unidad con la decisión controversial de presentarse como candidato.

La lectura que hace gran parte de la oposición venezolana de esta decisión es que se trata de una operación farsesca de Maduro en complicidad con Falcón para darle la apariencia de proceso competitivo a su reelección. Existe la sospecha de que Maduro podría dejar a Falcón obtener un porcentaje de votos significativos para darle mayor verosimilitud a esta operación e incluso convocar a su "adversario" a formar un gobierno "de unidad nacional". Con ello pretendería socavar a la oposición, que quedaría condenada a la irrelevancia.

Falcón y sus seguidores insisten en que las acusaciones son injustas. Pero en el supuesto difícilmente creíble de que esto fuese cierto, las posibilidades de que Maduro reconozca una derrota son ilusas. En el mejor de los casos estaremos ante un nuevo fraude y una nueva comprobación de que la salida electoral, mientras Maduro y compañía tengan la sartén por el mango, es una quimera.

El Futuro

Muchos esperan en Venezuela un levantamiento militar de mandos medios (los generales y coroneles están celosamente vigilados por el sistema diseñado por la inteligencia cubana y son sobrevivientes de muchas purgas, además de cómplices del crimen organizado en que se ha convertido el régimen en sus máximas instancias). La idea sería que ese movimiento al interior de las Fuerzas Armadas sacara del juego a la jerarquía y abriera un espacio de negociación y transición a la democracia. Pero no hay indicios, todavía, de que esto vaya a ocurrir. Tampoco es dable, a estas alturas, el escenario de la intervención humanitaria. Ambas cosas -antes la primera que la segunda- pueden ocurrir porque un agravamiento de la crisis humanitaria podría recomponer el orden de probabilidades y convertir en inevitable lo que ahora luce improbable. Pero convengamos en que en el futuro cercano lo realista es esperar que las cosas transcurran por otra vía.

¿Cuál vía? Por parte del gobierno, la huida hacia delante, es decir la intensificación de la dictadura, la aceleración hacia la cubanización definitiva del régimen. Por parte de la oposición y la comunidad internacional, un aumento de la presión interna y externa con movilizaciones y nuevas sanciones, acaso petroleras, a la espera de que esa dinámica, sumada a la delicuescencia económica de Venezuela, precipite una quiebra definitiva al interior del aparato estatal del chavismo y por tanto abra la posibilidad de una transición.

No tenemos cómo saber lo que sucederá. Pero sí sabemos que el precio de que Maduro logre la cubanización definitiva será dantesco y que las posibilidades de que la oposición y la comunidad lo impidan en el corto plazo no son enormes. Para desgracia de ese país.

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