Un poco de silencio

LA HAYA: Evo Morales lee un comunicado luego del termino de los alegatos Bolivianos
Rodrigo Sáenz

Algo parece haber salido mal en la primera campaña de La Haya. El grado de decepción de los bolivianos ha sido tan profundo, que ha hecho evidente la inflación de expectativas alimentada de manera inclemente por lo menos desde el 2015. Todo este exceso parece ahora un acto de manipulación.



La Corte Internacional de Justicia ha dado una respuesta severa a la pretensión boliviana. En realidad, más categórica de lo que muchos creían, con la sola excepción de los juristas altamente especializados en obligación de negociar. Para estos, la demanda interpuesta por el gobierno de Evo Morales siempre fue una gran voluta de humo, cuya multiplicación de argumentos, factuales o insustantivos, solo podía tener por objeto empujar a la corte a un fallo más político que jurídico.

No fue así, y antes del mediodía del lunes 1 se desplomó todo el tinglado armado por los abogados bolivianos, pero sobre todo la enorme y prolongadísima puesta en escena del Presidente Evo Morales en frente de su pueblo. Puede ser duro decirlo, pero es así: de su pueblo y de casi nadie más. Fuera de Bolivia, solo los chilenos estuvieron preocupados de su demanda, y siempre como una preocupación de segundo orden.

Más allá, nadie: la recopilación de apoyos internacionales exhibida, entre otros productos, por el Libro del Mar, mostró ser lo que siempre fue: una faramalla, fake news avant-la-lettre. A los bolivianos se les contó una historia que nunca existió. Ha sido la comunicación política en su grado cero, estridencia pura y vacía, convertida en pecado por la contumacia: hasta hoy, algunos diarios oficialistas de Bolivia dan al gobierno de Evo Morales por ganador. Ya no se sabe de qué.

El hecho es que se han producido escenarios nuevos. El Presidente Piñera podrá llevar su política exterior sin referencia a Bolivia y prescindir de esa molestia durante el resto de su cuatrienio. No es cosa irrelevante, porque fue en su primer período cuando Morales interpuso la demanda, acusando al gobierno chileno de incumplir la Agenda de los 13 Puntos, una idea que nunca convenció a nadie, pero que se mantuvo por las leyes de la termodinámica. El Presidente Piñera está demasiado lejos de la tipología política de Evo Morales para imaginar siquiera que pudieran entenderse alguna vez. Pero Piñera ya no necesita preocuparse de eso.

Al otro lado, el Presidente Morales ha planteado la reivindicación marítima como un conflicto de largo plazo y gran escala, del cual el juicio en La Haya sería solo una primera campaña. No lo detendría un fallo, ni dos, ni cuatro, ni ninguna derrota de ningún tipo. Ha confirmado esta percepción con su rechazo a la sentencia -a la que llama "informe"-, y la impresión preliminar es que quiere seguir, y que hasta podría iniciar un esfuerzo para alimentar a los espíritus querulantes con la idea de que la CIJ es injusta y sirve a los poderosos. Eso no estaría desalineado con su discurso previo.

Pero algo parece haber salido mal en la primera campaña de La Haya. El grado de decepción de los bolivianos ha sido tan profundo, que ha hecho evidente la inflación de expectativas alimentada de manera inclemente por lo menos desde el 2015. Durante el proceso, el Presidente Morales se preocupó de envolver a todos los políticos bolivianos disponibles, identificando con cuidado la debilidad de cada uno, incluso a los que han tenido buenas relaciones con Chile. Solo el expresidente Jaime Paz Zamora zafó de esa artimaña, recordando que ninguna reivindicación internacional es más importante que la democracia interna.

Todo este exceso parece ahora un acto de manipulación. La vieja idea de que el pueblo siempre es engañado, que está en el centro de la cultura política boliviana -Melgarejo, Campero, Pando, Ballivián, García Mesa, Sánchez de Lozada-, amenaza con reemerger, ahora frente al único líder que se trataba a sí mismo como uno más del pueblo. El sentimiento de engaño es peligroso. Muy peligroso.

Tampoco hay noticias buenas en el horizonte internacional del Presidente Morales. Desde que interpuso su demanda, sufren de raquitismo el Alba (allá sigue como un embajador desterrado el excanciller Choquehuanca), Unasur y la idea del "socialismo del siglo XXI", sepultada en Quito con la voltereta del Presidente Lenin Moreno en contra de su tutor, Rafael Correa. No están Lula, Dilma, los Kirchner, y el Papa… tiene otros problemas que atender.

Tampoco vienen buenas noticias en la CIJ. La demanda por el Silala -que el gobierno de Chile jamás habría interpuesto de no mediar las amenazas del Presidente Morales- debe establecer simplemente que se trata de un curso de agua transnacional, que atraviesa una frontera y, por tanto, debe ser compartido. Se trata no de un caso de interpretación política ni histórica, sino de mera demostración científica, geológica y geofísica. Peor aún: ya hubo un acuerdo sobre el uso de esas aguas, que se vino abajo solo por el tamaño de los intercambios, el eterno problema de toda negociación con Bolivia.

Como intérprete de la modalidad más excesiva de ese maximalismo endémico, Morales ha creído en distintos momentos que podría asfixiar a Chile con el gas, el litio, incluso el agua, en un territorio donde es justamente el bien más escaso, el único que debería ser siempre objeto de solidaridad. Dos países sensatos tendrían hace ya tiempo un acuerdo general sobre los 18 ríos transfronterizos que comparten. No entre Bolivia y Chile. En cualquier parte del mundo es posible, pero no entre Bolivia y Chile.

Las relaciones entre ambos países no han sido siempre así, pero han sido muchas, demasiadas veces de esta manera. El Presidente Morales exacerbó el rechazo recíproco tal como exacerba la política interna de Bolivia: solo en ese aspecto es novedoso. En todo lo demás, representa el mismo fracaso histórico de gran parte de la clase dirigente boliviana: tratar de obtener beneficios políticos personales de un trauma cultural alimentado por décadas. Y no lograr persuadir a la contraparte de que los beneficios mutuos son posibles.

El resonante fracaso de la primera campaña del Presidente Morales en la CIJ dice una cosa sustancial: no se puede obligar a negociar, ni a Chile ni a nadie, simplemente porque es un contrasentido. Y debido a la abstrusa lógica que tiene esa pretensión, se necesita un tipo de argumento que no está disponible solo porque se le ocurra a un abogado. Menos se puede obligar a nadie a negociar con un resultado predeterminado, porque eso ya es un completo absurdo. No se llama negociación. Por esa senda, Bolivia no llegará a ninguna parte, ni con Chile ni con ninguno de los vecinos a los que a veces también hostiliza.

No habrá ni una ni otra cosa. Si hay suerte, un poco de silencio.

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