Esther Duflo, Premio Nobel de Economía 2019: “Este problema se trata principalmente de gestión”

Foto: Joseph Prezioso / AFP

La galardonada economista franco-estadounidense plantea que el control de las consecuencias del Covid-19 depende en gran parte de las medidas que se toman. Pone como ejemplo a Togo, un país pobre y pequeño donde “han logrado limitar realmente la pandemia y se movieron muy rápido para proteger los ingresos con una transferencia de efectivo casi universal”. Además, dice que la crisis económica es una oportunidad para replantear nuestros sistemas de protección social, tradicionalmente basados en la desconfianza.


La precocidad es uno de sus signos. La más joven premio Nobel de Economía (2019 junto a Abhijit Banerjee y a Michael Kremer), tenía seis años cuando su padre la dejó tomar sola el metro de París para ir a ver a una prima.

Fue criada así, independiente y libre, en su Francia natal por padres intelectuales de clase media: profesor de matemáticas él y pediatra ella. “Mis padres trabajaban muchas horas, así que tenías que aprender a estar por tu cuenta. Nos dieron una independencia casi total”, ha dicho. Su padre le enseñó matemáticas y su madre viajaba constantemente por países del tercer mundo. Viendo esas fotos, Esther se preguntaba: “¿cómo es que yo nací aquí, en esta familia, cuando podría ser una niña africana que tiene que cargar agua cinco kilómetros todos los días? ¿Y qué podría hacer yo al respecto?”.

Con esa impronta estudió economía en la École Normale Supérieure de París, pero pronto comenzó a trabajar en MIT, pues consideraba que había mayores oportunidades de cambiar el estado de las cosas en Estados Unidos para los académicos jóvenes. Y tal cual fue: comenzó muy pronto a destacar por su inteligencia y la originalidad de su mirada hacia la economía, y por su aproximación de “mangas arremangadas” versus la de énfasis en teoría económica.

En 2003 fue distinguida como la mejor economista joven por Le Monde. Y pronto fue elegida Young Global Leader por el influyente World Economic Forum por su radical aproximación al combate a la pobreza. Más que seguir poniendo dinero a lo que los donantes consideran sus causas preferidas, con los métodos que les parecieran mejores, Duflo dijo: hay que poner ciencia y datos duros. Para ella, es un imperativo ético tener clara la eficacia de cada dólar que se gasta en ayuda social. Y dejar atrás la ceguera y la egomanía, presentes también en estos grupos. “El gran problema de la lucha contra la pobreza es que a veces los que la combaten se enamoran más de su propia idea en vez de preocuparse del problema que tienen en manos”, me dijo en 2009.

Para ello, diseñó y aplicó la “economía experimental de campo”. Y creó una institución: J Pal Poverty Action Lab. Su método es recolectar información clave de qué pasó con el grupo que recibió la ayuda versus un grupo de control que no. Los resultados son sorprendentes y significaron un nuevo estándar en el trabajo de gobiernos, ONG y organizaciones filantrópicas.

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No está a priori a favor o en contra de ninguna aproximación al alivio de la pobreza, salvo de una: poner recursos donde realmente tienen el efecto deseado según la data. Duflo y su colega Michael Kremer, por ejemplo, alcanzaron bastante prominencia por su campaña “Desgusanar el mundo” (Deworm the world), en que se recolectaba fondos para desparasitar a los niños en África, pues esa era una de las grandes causas de ausentismo escolar, que hacía que las ayudas en alimentos distribuidos allí fueran ineficaces. Con una pastilla que costaba menos de un dólar anual, se superaba el problema.

Otro de sus famosos estudios en India, respecto de los liderazgos femeninos y el efecto de las cuotas (que se aplican en ese país), reveló que cuando la primera mujer es electa, hay sesgos de género. Incluso testeó un mismo discurso dicho por un hombre y una mujer, y cómo era percibido por -las mismas palabras- en voz femenina. Pero una vez que se traspasó ese umbral, ya no pasaba lo mismo con las siguientes candidatas, que eran evaluadas en su mérito sin discriminación de género. Y, más importante aún, que las agendas promovidas por esas mujeres tenían mucho más que ver con las necesidades reales de esas comunidades: agua, educación, salud.

Tal como ella lo ha explicado, la idea es simple: para entender la pobreza y combatirla, se necesitan mejores datos sobre cómo la gente reacciona ante distintas situaciones y comprender su comportamiento. La “evaluación aleatoria experimental” que aplican viene de la ciencia médica (ejemplo: vacunas o fármacos), que hace una prueba de control al azar, con quienes toman placebo, para ver si los cambios que se producen en el grupo que accede al remedio (o beneficio) se pueden atribuir causalmente al programa o producto evaluado.

El año pasado obtuvo el Premio Nobel a los 46 años, siendo la segunda mujer que recibe el Nobel de Economía y la galardonada más joven de la historia. Lo ganó en conjunto a su marido y colega de MIT, Abhijit Banerjee, y a Michael Kremer, con quienes ha desarrollado su trayectoria. La Real Academia Sueca dijo que se debía a su “enfoque experimental para aliviar la pobreza global”.

Post premio Nobel apareció el Covid y el mundo entró a una fase incierta, difícil y económicamente más desafiante en un siglo. Estos factores han hecho que sus opiniones sean requeridas más que nunca, a medida que el virus va dejando un mundo mucho más pobre y desigual, y urge saber qué medidas realmente funcionan.

Con la mayoría de los trabajadores en el sistema formal, es posible apoyar a las personas que pierden su empleo a través del seguro de desempleo o, mejor aún, mediante el apoyo salarial directo a sus empresas.

Entre las miles de reuniones y consejos que le solicitan, la premio Nobel se dio tiempo para contestar estas preguntas de La Tercera vía e mail.

-Su gran experiencia en el alivio de la pobreza será más relevante que nunca. ¿Qué deberían hacer países como Chile?

-Lo más importante es apoyar a los hogares que están luchando económicamente durante la pandemia para evitar que los confinamientos temporales y las consecuencias de las crisis mundiales se conviertan en una gran y autopropulsada crisis de demanda keynesiana. Si las personas pierden su trabajo debido a la pandemia y no reciben apoyo económico, dejarán de consumir y, por lo tanto, no comprarán lo que otras personas puedan proporcionar. Así que estas otras personas también perderán sus trabajos, etc. ¿Qué no hacer? Lo que hace Estados Unidos: detener esta ayuda demasiado pronto. Es una receta de una catástrofe económica.

-¿Hasta qué nivel ve el aumento de la pobreza y la desigualdad después de la pandemia? ¿Políticas como la UBI (Ingreso Básico Universal, por sus siglas en inglés) podrían funcionar? ¿Qué muestra la evidencia sobre la mejor manera de ayudar a las personas en momentos como este?

-En un país rico como Chile, con mucha información sobre la gente, no está claro que el Ingreso Básico Universal sea necesario. Tomemos la pandemia. Con la mayoría de los trabajadores en el sistema formal, es posible apoyar a las personas que pierden su empleo a través del seguro de desempleo o, mejor aún, mediante el apoyo salarial directo a sus empresas (que es como se hizo en Europa). Es fluido y de esta manera se evita gastar recursos en personas a las que les está yendo bien. Este es un hecho más general: en nuestro libro defendemos la UUBI (renta ultrabásica universal) para los países muy pobres con sistemas de información deficientes que realmente no tienen una buena capacidad para rastrear quién es pobre y quién necesita ayuda y quién no.

-¿Qué países, hasta ahora, lo han hecho mejor, en su opinión, combatiendo el virus pero también el riesgo de pobreza en sus países y por qué? ¿Cómo ve a Estados Unidos en este momento?

-Estados Unidos está en una situación terrible, no es muy original decirlo. Los países varían en su respuesta. Mi ejemplo favorito es Togo. Es un país muy pobre y muy pequeño. Han logrado limitar realmente la pandemia (con un poco más de 1.000 casos en total al día de hoy) y se movieron muy rápido para proteger los ingresos con una transferencia de efectivo casi universal. Demuestra que este problema se trata principalmente de gestión.

-Algunos pensadores y economistas también piensan que por el Covid existe una ventana de oportunidad para “resetear” la forma en que producimos, consumimos, vivimos, permitiendo la posibilidad de un desarrollo más ecológico e inclusivo. ¿Cree que es posible?

-Yo creo que sí. Somos criaturas de hábitos. Tendemos a pensar que la forma en que vivimos y consumimos es la única razonable. Pero si nos sentimos empujados a hacer algo diferente, por ejemplo tomar la bicicleta en lugar del auto o el autobús al trabajo, podemos darnos cuenta de que no es tan malo. Además, la pandemia nos está mostrando que, en ocasiones, la naturaleza es más fuerte. Y esta debería ser una buena lección para prestar un poco más de atención a los científicos del clima que nos advierten que en algún momento la naturaleza será aún más fuerte.

-¿Cómo imagina un mundo mejor después de la pandemia?

-Aparte de la conciencia climática, que se espera que crezca, esta es una buena oportunidad para mirar el sistema de protección social de otra manera. Nuestro aparato de protección social se basa en la desconfianza. Cualquiera que necesite ayuda es a priori sospechoso: quizás esté intentando aprovecharse. E incluso si realmente se vieron afectados por una verdadera conmoción, está la idea de que no debemos ayudarlos demasiado para que no se vuelvan perezosos. Pero de hecho, toda la evidencia que tenemos sugiere que recibir ayuda no hace que nadie sea perezoso y que, por lo tanto, podemos permitirnos ser mucho más generosos. Deberíamos gastar muchos más recursos (monetarios y no monetarios) para ayudar a todos los afectados por los shocks (comercio, automatización, enfermedades, financistas sin escrúpulos...). Ahora tenemos un shock que golpea a tanta gente, que todos se dan cuenta de que podría pasarles a ellos mismos. Puede que esto haga que la gente esté más dispuesta a tomar esto en serio.

Sus huellas en Chile

Banerjee y Duflo cofundaron J-PAL en (MIT) en el 2003. El 2009, y gracias al apoyo de Fundación Colunga, instalan la sede para América Latina y el Caribe en Santiago de Chile, en el Instituto de Economía de la Pontificia Universidad Católica, con el objeto de “sustentar, con evidencia científica, el impacto de las políticas públicas para la superación efectiva de la pobreza en la región”. La sede chilena de J-PAL ha realizado evaluaciones en educación, salud, finanzas, mercados laborales, vivienda y servicios urbanos. Tienen 32 programas evaluados y 731 personas capacitadas.

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