Expulsar o educar

SEÑOR DIRECTOR:
Mientras se debate la expulsión de niñas y niños en educación básica, la conversación pública oscila entre dos focos: proteger el orden y la tranquilidad inmediata o proteger el derecho individual a ser educado. Pero el desafío ético y político está en equilibrar ambos, sin renunciar a formar en lo más complejo: la convivencia.
La vida escolar está llena de tensiones. Enseñar convivencia es una de las tareas más complejas. Desde esa dificultad, la expulsión suele percibirse como una herramienta necesaria y legítima. Sin embargo, excluir no enseña a convivir.
La evidencia es clara, la expulsión aumenta sustantivamente la probabilidad de deserción, de conductas delictuales y genera problemas emocionales. Pero más allá de los números, conocemos a niñas y niños que se vuelven peregrinos del sistema, que van de escuela en escuela, sin ayuda para aprender a convivir.
El hecho ético es que expulsar a un estudiante en sus primeros años es interrumpir su historia, es decirle tempranamente que su vida ya no merece el esfuerzo de ser educada. Hannah Arendt llamó a ese ser excluido el paria, aquel que pierde no solo sus derechos, sino el derecho a tener derechos.
Los adultos no necesitamos herramientas para castigar, sino mejores herramientas para sostener a esos niños y niñas. La disciplina restaurativa, el apoyo socioemocional docente, comunidades de cuidado y formación profesional en convivencia son caminos posibles, pero todos requieren que aseguremos ciertas condiciones: una disminución de la sobrecarga, más tiempo de reflexión y una normativa que habilite el cuidado.
La escuela no es un filtro moral, es un espacio de aprendizaje. El desafío no es elegir entre orden y compasión, sino construir instituciones capaces de mantener el orden sin excluir de la sociedad y que comunique que todos podemos aprender a convivir.
Viviana Hojman
Psicóloga educacional, Doctora en Educación, Directora de Valoras UC
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