De Tame Impala a Childish Gambino: noche ácida y ruda en Lollapalooza Chicago

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El cantante estadounidense y la banda australiana, que podría volver a Sudamérica en 2020, marcaron los puntos altos en al segunda jornada del evento. Boy Pablo, el músico noruego de padres chilenos, también pasó con éxito por el lugar.


Aunque empezó de manera oficial el pasado jueves, los paladares más exigentes e inquietos pueden declarar que el Lollapalooza de Estados Unidos tuvo su despegue más en serio recién este viernes.

El debut fue apenas un preámbulo flojo –con The Strokes y The Chainsmokers como números protagónicos- de lo que se vivió 24 horas después, una jornada de mayor espesor artístico gracias a Childish Gambino, Tame Impala y, por sobre todo, Janelle Monáe.

La cantante originaria de Kansas ofreció hasta ahora el mejor show del festival que se hace en el Grant Park de Chicago. Ataviada como una suerte de azafata galáctica, saltó a escena cerca de las 19 horas para demostrar que lo suyo no sólo es soul o R&B, todas etiquetas que se desvanecen cuando despliega una performance que también integra hip hop y rock, con ásperas frases de guitarra zumbando entre percusiones y coros femeninos.

Si su mayor modelo es Prince, el paradigma del artista que quiere ser tan sexual como elegante, Monáe domina sin problemas la comparación, y hasta lo tributa con un guiño al final épico del clásico Purple rain.

Y si su música es exuberante en ideas, su puesta en escena es imponente en recursos: ahí exhibe un cuadro de baile de quirúrgica sincronía, cinco cambios de vestuario, una tarima desde donde parte el espectáculo y un gran trono que la llevan a autoproclamarse reina.

"Estamos luchando por los derechos de las mujeres, de las mujeres trans, los derechos reproductivos, la comunidad LGBTQ +, las personas con discapacidad, las personas de clase trabajadora, las personas negras", dice como si se tratara de uno de sus primeros mandatos como monarca. Pero los discursos esta vez no son necesarios: las canciones de la intérprete (Electric lady, Cold war, Make me feel, entre otras) funcionan como su más clara declaración de principios.

Aunque los nombres de amplio éxito en EE.UU. a veces miran con distancia la opción de bajar a mercados pequeños como Chile, tener a Monáe en la versión santiaguina del evento sería un auténtico golazo.

Algo similar sucede con Childish Gambino, el alter ego del aclamado y mulifacético actor Donald Glover, quizás una de las figuras del espectáculo más relevante del último lustro en Norteamérica. Programado para el cierre de la velada, su música es un puzzle inclasificable: está presentada como hip hop, pero se arma en base a pequeños sermones que van progresando hacia melodías cálidas, hasta rematar en algo así como gospel rockerizado. Conversa con el público, susurra, observa en silencio y luego interprete un par de frases; sabe como manejar la tensión y cierto dramatismo escénico heredado de su faena como actor, en secuencias de puro magnetismo.

De hecho, sobre el comienzo, él mismo se presenta como un elegido que viene a dictar el camino para las masas. "Soy un pastor y les traigo dos órdenes concretas. Primero, que se amen los unos a los otros. Segundo, que en este encuentro que tenemos dejen sus teléfonos de lado y miren el espectáculo con sus ojos, no a través de una pantalla".

Su elástica capacidad interpretativa, su torso desnudo en todo momento–aunque está lejos de tener un cuerpo cincelado y gimnástico- y una barba frondosa de impronta mesiánica completan el cuadro.

Casi a la par con Gambino, la banda australiana Tame Impala asomaba desde las antípodas para marcar que lo suyo no es estallido ni ebullición, sino que un trayecto hacia el trance. Sus temas tienen inventiva e identidad, pero no marchan hacia un clímax, sino que reposan en un tono casi etéreo y contemplativo.

En las pantallas hay imágenes oníricas que parecen escapadas de los shows con que Pink Floyd en 1966 y 1967 sacudía Londres – todo un entramado caleidoscópico y lisérgico-, mientras el líder Kevin Parker canta ensoñado, como si el Lennon en la era Revolver- Sgt Pepper se hubiera apoderado de su alma. Las guitarras y los teclados se cruzan para hermanarse en una psicodelia bien urdida y perfectamente acompañada por los edificios iluminados que decoran el horizonte nocturno y que asoman desde la lejanía.

Tame Impala debería tener pronto nuevo disco, a las puertas de una eventual gira que en 2020 los podría tener de retorno en Santiago.

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Y aunque las estrellas se llevan casi toda la atención y los aplausos de Lolla EE.UU., también hay tiempo para registrar otros nombres, como el grupo de rock retro The Nude Party, adscritos a esa parte de los 60 menos luminosa y que tiene como próceres a nombres más recónditos, como Eric Burdon & The Animals o Question Mark & The Mysterians; la cantautora Maggie Rogers, versátil al minuto de ensamblar pop, folk y pinceladas de country; y Boy Pablo, el proyecto de Nicolás Pablo Muñoz Rivera, músico noruego de padres chilenos que se ha transformado en uno de los más efervescentes nombres del indie global en el último tiempo.

Todo gracias a un par de videos colgados en YouTube y a una propuesta bailable que no abandona las guitarras y el vigor rockero. Presentándose en el tercer escenario de relevancia en el lugar, tuvo una fervorosa respuesta de parte de los presentes.

La oferta de Lollapalooza Chicago es amplia y hoy lo será aún más: J Balvin, una de las deidades del género urbano en la región, cerrará el día para demostrar que el reggaetón ya desbordó a Latinoamérica y hoy es parte del pop planetario.

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