Roberto Carlos: el hombre obsesivo compulsivo

El cantante más popular nacido en Brasil cumple 80 años como un gigante incomparable, lleno de melodías preciosas, pero también de un mito acrecentado por obsesiones y supersticiones aparecidas desde niño.


Roberto Carlos no sólo parecía un hombre dotado de cierto exotismo: su pelo largo, su apariencia algo desgarbada y su origen brasileño, cantando con ese seseo que adhería cierta multiculturalidad a la escena artística latina de los 70, despertaron un flechazo inmediato en los audiencias hispanohablantes, Chile incluido.

Pero su voz también remarcaba cierta diferencia con el vigor de los españoles (Camilo Sesto, Raphael, Nino Bravo) y el histrionismo de los argentinos (Leonardo Favio, Sandro) que por esos días competían por el cetro AM: lo suyo era un timbre diáfano, suave, que parecía nunca estallar, sino que al contrario, cada una de sus historias era narrada con la calma de un hombre que cuenta sus años de experiencia (sus relatos de amigos, de religión, de una madre que ya no está) sentado en el sillón del hogar, con dosis de dramatismo aunque sin nunca perder la templanza.

A ello se sumaba un aura misteriosa que el intérprete nacido en la localidad de Espírito Santo siempre ha asumido sin reparos. Una estampa que por momentos se torna indescifrable,casi mesiánica, pese a su rostro amistoso y a canciones que nunca superan los tópicos cotidianos.

Desde niño, “O Rei” ha desarrollado un perfil superticioso y obsesivo que se ha acentuado con la adultez. Un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) que desde 2004 lo ha obligado a someterse a un tratamiento, lo que el mismo reveló en una entrevista que dio por esa misma fecha a la revista Veja: “En 2000 supe que sufría de esto. Al principio pensé que podía curarme solo, pero luego me di cuenta de que este problema era algo serio, que también estaba influyendo mi labor como artista”.

El trastorno obsesivo explica su predilección por los colores azul y blanco, tanto en la vestimenta como en su entorno. Detesta el marrón, el rojo y el morado. Siempre entra y sale por la misma puerta. No inicia temporadas en vivo o la grabación de algún disco en agosto, mes considerado de mala suerte en algunas localidades brasileñas. Evita firmar contratos durante luna menguante y elude todo lo que guarde relación con el número 13. Se niega a pronunciar palabras como “azar” o “mentira”, y ha extirpado de sus temas términos como “infierno” y “maldad”. Siempre se preocupa de que los sitios que usará en sus giras tengan el máximo cuidado, lo que a veces lo ha obligado a traer sus implementos.

Cuando regresó al Festival de Viña en 2011, sus representantes pidieron que toda la ambientación de su camarín fuera blanca, mientras que muchos de los muebles que utilizó (sillas, mesas, percheros, tablas de planchar) los trajo desde Brasil. De hecho, su mayor fijación está en la higenización de los lugares que ocupa, aunque sea temporalmente. Como extra, esa vez en la Quinta Vergara pidió pidió tres docenas de rosas blancas.

Aunque muchas reseñas califican al TOC como una enfermedad, en el caso del cantante del millón de amigos, su origen radica en una mezcla de creencias religiosas y arranques supersticiosos que con el tiempo fueron configurando un síndrome siquiátrico. “En su caso, todo se debe a una combinación de factores: una personalidad que siempre fue supersticiosa; una fuerte formación cristiana; una serie de hechos que definieron su vida; y un éxito gigante que allanó el camino para que buscara refugio en lo místico”, ha contado Paulo César de Araújo, periodista que en 2007 editó la biografía Roberto Carlos: em detalhes, considerado el texto más completo en torno al intérprete, pero que fue retirado de las librerías tras una orden judicial impulsada por el propio Roberto Carlos.

El cantante creció con una madre de profunda fe católica y un padre relojero y catequista. Pero, según sus conocedores, el hecho clave que detonó su misticismo fue un accidente que sufrió a los seis años, cuando un tren le arrolló parte de su pierna derecha y lo obligó hasta hoy a usar una prótesis. Es la parte más traumática de su vida y la única que evita tocar en sus entrevistas. “Siempre ha creído que hay fuerzas que han definido su existencia”, ha asegurado De Araújo.

A nivel público, sus giros están fechados en 1970. Ese año, el cantante es invitado por la red O Globo a inaugurar el ciclo de uno de sus estelares musicales más exitosos. A última hora se niega: el programa iba en agosto, el mes maldito. La maniobra obliga a la estación a variar toda su parrilla y a realizar el espacio en septiembre. Los años 70 del éxito global coinciden con su época más religiosa.

Por esos días dejó de cantar para siempre Quiero que todo vaya al infierno, el hit que lo lanzó a la fama y que, según ha reconocido, sólo podría volver a interpretar con la ayuda de su tratamiento.

El cantante en 2011, en una de las noches del Carnaval de Río. Foto: AFP

Su aversión por el número 13 también es habitual. La primera audiencia que enfrentó a De Araújo con la voz de Detalles estuvo fechada para un 13 de abril de 2007, a las 13 horas. Obvio: el cantante logró mover el trámite para el 27. En 2008, una presentación en Uruguay pactada para las 23 horas de un viernes 13 la comenzó con una hora y 10 minutos de retraso, cuando ya era 14. Otros hechos esenciales, como un glaucoma del que su hijo nunca pudo sanarse o un cáncer que mató a su última esposa, también los ha intentado explicar en base a causas extraterrenales.

El cantante ha dicho que en el último tiempo su TOC ha vuelto a aparecer con cierta fuerza ante los protocolos de la pandemia: se lava más que nunca las manos y procura que todo a su alrededor esté perfectamente limpio, sin opción alguna de dar pie a la arremetida del coronavirus. Por lo demás, a sus 80 años, aún tiene varios proyectos en agenda, como una película biográfica dirigida por Breno Silveira, según recalcó en una entrevista reciente: el cantante más popular nacido en Brasil quiere seguir siendo un gigante imbatible.

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