Por Marcelo ContrerasCrítica de discos: Soulwax es irresistible, Richard Ashcroft no tanto y King Crimson siempre cambia
Las novedades tienen al músico de The Verve -y que teloneará el show de Oasis en Chile- con una fórmula que resulta repetida y predecible, mientras que Soulwax consigue lo contrario: sorprender. Tal como King Crimson en sus mejores años.

*Soulwax - All systems are lying
El regreso de Soulwax considera una moral que semeja esas opciones veganas imitando sabores y texturas que por principio rechazan. Los hermanos David y Stephen Dewaele se han propuesto un disco “de rock sin guitarras eléctricas” en un intento de replantear la casilla mediante máquinas, cintas y baterías.
La alergia a las seis cuerdas se arrastra desde el excelente From Deewee (2017), el cisma de este proyecto belga con origen en títulos guitarreros como Leave the story untold (1995), hasta el ingreso progresivo de la electrónica en Much against everyone’s advice (1999), y con mayor acento en su mejor álbum Any minute now (2004). La frescura radical de From Deewee se repite como molde: baterías robóticas con Igor Cavalera nuevamente en el puesto, entre otros nombres, las resonancias cromáticas de Kraftwerk, los cortes enlazados y a la vez separados por unidad, y la cita respetuosa y creativa a distintas fases de la historia de la electrónica, en un paraguas que cubre medio siglo. La misión del rock sin guitarras eléctricas funciona más como enganche promocional, antes que una prueba superada demostrando el punto.
All systems are lying opera competente sobre un terreno ya probado de teclados vintage al cual resulta difícil resistirse, cuando el futuro dibujado por las máquinas irradiaba soledad.
*Richard Ashcroft - Lovin’ you
El ex líder de The Verve construyó una carrera de origen cósmico y psicodélico de notable factura en los primeros álbumes de la banda británica en los albores de los 90, hasta que el super ventas Urban hymns (1997) demostró que adaptarse a una corriente dominante, puede torcer un desarrollo artístico prometedor en términos creativos. Desde que Richard Ashcroft (54) descubrió que podía explayarse replicando una y otra vez medios tiempos guitarreros a la manera de Wonderwall de sus compadres Oasis, perdimos a un compositor inquieto a cambio de un rockstar de lentes oscuros permanentes.
Este séptimo álbum, el primero con material original desde 2018, da el pitazo con Lover, una composición que recurre a un manto de violines cantarines cuyo norte es agitar los recuerdos del mayor éxito de su carrera, Bitter sweet symphony. La siguiente, Out of these blues, se acuesta en esa combinación de guitarras eléctricas y acústicas que convirtieron a Lucky man en un símbolo tardío del brit pop. Heavy news acelera guitarras en un escenario de apenas dos movimientos, para volver a los ambientes zorrones de Oh L’amour. Junto a Mirwais, llega uno de los escasos pasajes en que el álbum propone algo más que bocadillos manidos, en una exploración de dance y electrónica con Ashcroft en falsete. La fórmula devoró a un músico de talento que solía conjugar más vocabulario.
*King Crimson - Lizard (2025 David Singleton elemental mix)
Pocas veces en la historia han existido tantas encarnaciones bajo un solo nombre como sucede con King Crimson. Publicado en 1970, el tercer título del proyecto de Robert Fripp supuso un desafío para oyentes y especialistas, incluso para el propio líder, crítico del álbum durante largo tiempo.
Esta versión para streaming (existe otra en vinilo y compacto de Steven Wilson, que ha remezclado el catálogo de los 70 y 80 de KC) corre por cuenta de David Singleton, productor, ingeniero de sonido y director asociado a Discipline Global Mobile (DGM), el sello fundado por Robert Fripp para administrar la obra de la banda. Singleton se toma licencias radicales y funcionales como suprimir, por ejemplo, la exuberante batería de Happy family.
A 55 años, la combinación de instrumentación acústica de diversa índole contando pianos y flautas, quiebres espectrales alimentados en amplificadores, música de cámara, jazz, funk y bolero en un gigantesco abanico, sigue siendo compleja y extraordinariamente ambiciosa. Robert Fripp, de 24 años en aquel entonces, era la encarnación más genuina del músico progresivo, embarcado en aventuras excesivas por territorios que definía en la medida que avanzaba. El reencuentro con Lizard bajo notoria remezcla cambia los ángulos y las profundidades por completo. No se aligera pero toma aire.
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