Por Rodrigo GonzálezFrankenstein: El síndrome de Tim Burton
A través de Netflix llega Frankenstein, la nueva y ambiciosa propuesta de Guillermo Del Toro. Oscar Isaac como el doctor y Jacob Elordi en el rol del monstruo protagonizan este prodigio visual al que lamentablemente le sobran palabras y minutos.

El cineasta mexicano Guillermo del Toro encontró en Netflix al mecenas corporativo para sus sueños fílmicos y fantasías góticas. Los recursos de la plataforma parecen inagotables y si el ritmo sigue así tendremos muchas más de sus creaciones en el streaming rojo. Así fue con las anteriores y magníficas Pinocho y El Gabinete de Curiosidades.
Esto es bueno desde el momento en que garantiza poder ver a un real autor utilizando todos los medios del sistema, pero no tanto en la medida en que, bueno, una plataforma no es cine. O, mejor dicho, es cine en la casa.

El caso de su Frankenstein es llamativo. Se trata de una de aquellas películas que piden a gritos verse en gran pantalla. En Estados Unidos fue así y es evidente que la percepción que se puede tener de este gigantesco fresco gótico es mejor en las butacas de la sala que en la cama del dormitorio o el sillón del living.
Dicho esto, la película de Guillermo del Toro no es del todo satisfactoria. Es de aquellas producciones a las que se les tiene gana, deseos de buen viaje y respeto por el talento de su director. En este caso, las grandes expectativas chocan contra la realidad de una trama algo lenta en su desarrollo y sobrepoblada de diálogos. Es una lástima que un cineasta tan dotado visualmente confiara menos en el silencio de la cámara que en las bocas de sus personajes.

Pero en los pasajes en que el autor de El Laberinto del Fauno se aplica a lo que mejor sabe hacer, respira fuerte y profundo, dejando una marca difícil de superar. En este sentido, las primeras dos partes de la cinta funcionan mejor que su tercio final. Aquí se cuentan, primero, el encuentro del monstruo en el Ártico por parte de una tripulación danesa y, luego, las experiencias de Víctor Frankenstein y su criatura desde el punto de vista del doctor.
Interviniendo bastante en la novela original de Mary Shelley, Guillermo del Toro describe la despiadada infancia de Víctor, hijo de una madre cariñosa y un padre ausente y castigador. La temprana muerte de su progenitora lo deja al amparo tenebroso de este último, que es médico y se dedica a enseñar los secretos de la profesión a su hijo de manera exigente y cruel, con golpes por cada respuesta incorrecta.

El desprecio por su padre y el luto tras la muerte de la madre transforman al joven Víctor en un tipo ambicioso y con tendencia a la megalomanía. Quiere encontrar la llave a la vida eterna y para esto, ya se sabe, se dedica a recolectar cadáveres en pos de crear una criatura, el venerable monstruo condenado a vagar por los llanos de la incomprensión y el desprecio.
El trabajo del actor Jacob Elordi en el rol de este errabundo freak de dos metros de largo y fuerza bruta está entre los mejores de la larga serie que puebla la historia del cine. Por otro lado, la película es un deleite en lo visual y el castillo en que Víctor desarrolla su experimento quedará en los anales de los diseños visuales de Hollywood.

El problema es que a estas alturas Guillermo del Toro parece estar sufriendo el mismo síndrome que afectó a Tim Burton, cineasta que a partir de cierto momento de su carrera vació a sus películas de sentido y las dejó convertidas sólo en bellos trabajos de cámara y arte. Como grandes libros para poner en la mesa de centro. Como cuadros en el museo.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
3.
4.
















