Por Rodrigo GonzálezLas Locuras: Boleros y melodramas
Directo al streaming en Netflix llega la última película del cineasta Rodrigo García (Con Sólo Mirarte, In Treatment), una historia coral de mujeres atrapadas entre fobias y pasiones. Las Locuras, que cuenta con el chileno Alfredo Castro en el elenco, es también un atormentado relato de la moderna Ciudad de México.

En Ciudad de México, seis mujeres enfrentan entre desesperación y estoicismo los golpes de la vida y de la muerte. Ninguna es demasiado pobre, casi todas son profesionales y hay hasta un par que parecen manejar una auténtica fortuna financiera. Bien podrían ser protagonistas de alguna teleserie latinoamericana clásica y hay que reconocer que esta película tiene bastante de melodrama, pero siempre con una vuelta nueva que sorprende.
Su director, Rodrigo García, ha demostrado ser un solvente narrador de historias femeninas desde su primera película Con tan sólo mirarla (2000) y, de cierta manera con Las locuras cierra un largo arco de 25 años, pero ahora en castellano y en México, el país donde el colombiano creció y se formó. De la misma forma que en aquel debut con Cameron Díaz y Glenn Close o en la posterior Nine lives (2005), el formato elegido es el del elenco coral, una suerte de amuleto de la buena suerte y al mismo tiempo una brújula de sensibilidad para García.

Así como el mercurio del termómetro es el mejor elemento para detectar la fiebre y la hipotermia en el cuerpo humano, tal vez los relatos de mujeres son el perfecto conductor de las vibraciones sociales y emotivas para el director de In treatment (una serie, por lo demás, episódica y sobre quiebres emocionales). Aquí, cada una de las protagonistas le ve la cara a la locura, ya sea desde lejos o frente a frente.
La primera historia se llama Crimen y castigo y tiene de protagonista a Renata (Cassandra Ciangherotti), una mujer de poco más de treinta años que usa tobillera por estar con arresto domiciliario y cuyo paciente padre (el chileno Alfredo Castro) la cuida día y noche ante cualquier intento de un disparate mayor. Claramente la chica tiene una suerte de trastorno bipolar, pero al mismo tiempo escribe y corrige mientras escucha una y otra el clásico Qué va a ser de ti, de Serrat, mostrando signos de un comportamiento obsesivo- compulsivo. De la eventual fechoría que la llevó al arresto no sabemos aún.

Cada uno de los segmentos está unido por uno o dos personajes y cada relato tiene un nombre que alude a algún título literario. Así es como de Crimen y castigo pasamos a La bella durmiente y de ahí sucesivamente a La Educación Sentimental, Viaje a la Semilla, El Sonido y La Furia y La Tempestad.
Aunque no todas las mujeres de la película están tan deschavetadas como Renata hay algunas que cargan con una adicción en receso (la aparentemente muy centrada psiquiatra Irlanda, una ex alcohólica) u otras que enfrentan con temor el avance impetuoso de hombres sin miramientos (el caso de la actriz Soledad, hermana de Renata). También hay alguna veterinaria fatalista (Penélope, que practica eutanasias a domicilio) y no falta la Madame Bovary contemporánea, representada por Ilse Salas, quien aquí descubre el afecto en el mismo sexo, lejos del aburrido esposo de su acomodado hogar. La cámara las sigue con mimo y cuidado, sin caer en la caricatura y dando un especial relieve a la escenografía de Ciudad de México, aquí lluviosa, atormentada y pasional.

Es notable como Rodrigo García es capaz de manejar las cuerdas de un instrumento que podría desafinarse o dar la nota falsa en cualquier momento. Se trata de episodios a veces al borde del drama de folletín, pero aquí hay fe en ese grito o lágrima de honestidad brutal. El episodio más implacable es Viaje a la semilla, que puede que tome su nombre del cuento homónimo del escritor cubano Alejo Carpentier.
De cualquier forma, ese fragmento tiene la moral de un bolero, el género que nació en la misma isla de Carpentier hace ya casi 150 años. Es decir, entre boleros y meloramas estamos en tierra segura.
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