Por Pablo Retamal N.Pablo Maurette, escritor: “La cultura siempre está en peligro porque es innecesaria”
Flamante ganador del Premio Herralde de Novela, el escritor argentino disecciona en El contrabando ejemplar la "búsqueda supersticiosa" del origen del declive de su país. Desde su residencia en Italia, el autor reflexiona sobre la "necrofilia" de las pasiones políticas, el sistema de ilegalidad que rige al Río de la Plata desde el siglo XVII y por qué la literatura es un milagro que se impone incluso cuando el mundo parece no necesitarla.

Corrió el riesgo. El escritor argentino Pablo Maurette (46) decidió meterse de lleno en la pregunta que Mario Vargas Llosa planteó con maestría en Conversación en La Catedral: “¿En qué momento se jodió Argentina?”. Y en su tercera novela, El contrabando ejemplar (Anagrama), ensaya una respuesta.
“Uno tiende a preguntarse ‘cuándo se jodió X’. X puede ser un país, pero puede ser también una relación de pareja, una amistad o la propia vida. Tenemos la ilusión de que si logramos identificar el momento exacto en que comienza el declive, entonces quizá podremos revertirlo. Pero el declive es el destino ineludible de todo. Y comienza apenas algo nace. Me interesaba más este gesto —la búsqueda supersticiosa de ese momento mítico— que cualquier posible respuesta”, señala Maurette a Culto, desde su residencia en Italia.
Ese “destino” se habría marcado —según Eduardo, uno de los personajes de la novela— en los tiempos coloniales, cuando Argentina era el Virreinato del Río de la Plata. Eduardo pretende escribir una novela que explique aquello que parece inescrutable: el infortunado destino del país que, durante el siglo XVII, configuró su economía en torno a un sistema de comercio clandestino con ayuda institucional. Las autoridades locales hacían la vista gorda —sobornos y prebendas mediante— ante lo que se conocía como el “contrabando ejemplar”. Ahí, sostiene Eduardo, todo se habría podrido antes incluso de comenzar. Desde entonces, Argentina habría surgido como un país “al margen de la ley”.

Eduardo intenta escribir esa novela, pero nunca pasa del intento: la desidia y luego la muerte, truncan la empresa. Es un amigo suyo, el joven Pablo, quien se propone, primero, apropiarse del manuscrito y, segundo, terminar aquello que Eduardo no pudo concluir. Así, Pablo se enfrenta a un proceso que lo obliga a mirar su propio pasado y el de Eduardo, un viejo y desbordante peronista. El resultado es un puzzle donde se funden las historias personales con el pasado argentino. El ejercicio resulta exitoso y, de hecho, acaba de obtener el prestigioso Premio Herralde de Novela, el mismo que en su momento consagró a los chilenos Roberto Bolaño (1998) y Cynthia Rimsky (2024).
—¿Cómo surgió esta novela?
—Empezó a cocinarse hace muchos, muchos años, cuando escuché por primera vez el concepto de contrabando ejemplar. Luego se fue gestando muy lentamente, con personajes que fueron apareciendo y mundos que me inspiraban: el de los anatomistas del barroco italiano, el de la Buenos Aires perdida del siglo XVII, el de los cuentos folclóricos de la Argentina rural, y así. Finalmente, a principios de 2023, entendí que estaba preparado para empezar a escribir. Dos años y pico más tarde nació esta monstruosidad.
—¿Cómo se dio cuenta de que el contrabando del siglo XVII era la metáfora perfecta para explicar —como señala— la “épica triste” y el “infortunado destino” de la Argentina contemporánea?
—Lejos de ser una metáfora, el contrabando ejemplar describe un sistema económico muy real y literal que rigió en el Río de la Plata durante casi doscientos años, cuando el puerto de Buenos Aires estaba cerrado por orden del rey. En la novela, el personaje de Eduardo se convence de que este pasado de ilegalidad explica el presente. Pero por algo nunca logra escribir su novela. Las novelas que intentan explicar cosas no tienen muchas chances de ser eficaces.
—¿Cree que efectivamente Argentina tiene ese “infortunado destino”?
—No creo en el destino. Si alguien viene del futuro y me dice que en el año 2200 Argentina es el país más rico y poderoso del mundo, no me extrañaría. Pero tampoco me extrañaría si ese mismo visitante del futuro me dijera que en 2200 Argentina ya no existe.
—¿Considera que Argentina sigue siendo un país “al margen de la ley”?
—Esa es la tesis del jurista Carlos Nino. No es mala. Argentina sigue teniendo un porcentaje apabullante de su economía en negro. Es un santuario para el lavado de dinero. Y sigue siendo un país lleno de gente con una fuerte resistencia a la autoridad y a la ley. Pero también está lleno de personas horrorizadas por estas conductas, que quieren a toda costa revertir el hábito de la anomia.

—La novela introduce figuras folclóricas como el “monstruo querandí”, cuya maldición parece pesar sobre el país. ¿Qué papel juega el mito y el folclore en su reflexión sobre el destino y la identidad nacional, más allá de la historia documentada?
—El monstruo querandí y la maldición del brujo son una de las muchas falsas respuestas a la pregunta tramposa de cuándo se jodió la Argentina. Quizá la más sensata, porque una pregunta así —una pregunta imposible— solo admite respuestas mitológicas.
—Otro concepto que aparece con fuerza en la novela es el peronismo. ¿Cómo se vive hoy el peronismo en Argentina?—Hoy por hoy no sabría decirlo. Estoy muy lejos de las noticias y de la coyuntura argentina. En la novela me interesaba la conversación transgeneracional entre el peronista y el gorila (el antiperonista), sobre todo como herramienta literaria. Es común entre nosotros que la grieta entre el peronista y el gorila sea más una cuestión afectiva que ideológica. El hijo se vuelve gorila porque está en conflicto con el padre peronista, y así. Creo que, si uno rasca un poco, todo lo que se presenta como convicción política e ideología tiene raíces emocionales y, por tanto, irracionales. Me gusta también que el peronista y el gorila, en el fondo, se quieran mucho.
—Eduardo es peronista y siente nostalgia de Perón. ¿Cómo se habla hoy de la figura de Perón en Argentina?
—Sospecho que sigue muy viva, aunque transformada, como es normal que ocurra con las nuevas generaciones que no lo tuvieron de Presidente. Siempre me sorprendió eso. No se me ocurren muchos otros países donde políticos muertos hace cincuenta años sigan tan presentes en el imaginario juvenil. En Italia hay trasnochados que sienten nostalgia de Mussolini, pero ya son pocos. Hay algo de necrofilia en esas pasiones, ¿no?
—Usted vive en Florencia. ¿El distanciamiento geográfico le brindó una perspectiva distinta para escribir sobre Argentina?
—Supongo que sí. Son muchos años fuera del país. Viví en Inglaterra, en España, en Estados Unidos y ahora en Italia. Vuelvo todos los años, estoy muy cerca de Argentina. Pero me gusta ir y venir, estar lejos y cerca. Ser siempre un poco extranjero allá y extranjero de por vida en mi país de residencia. Poder ver de lejos y de cerca. La escritura es mi forma de volver a Buenos Aires.

—El contrabando ejemplar ganó el Premio Herralde de Novela 2025. ¿Qué significa este reconocimiento para usted?
—Es un honor inmenso. Un premio que han ganado algunos de los escritores que más admiro: Marías, Bolaño, Enrigue. Los premios, desde luego, no demuestran nada, pero en el mejor de los casos pueden ayudar a que un escritor se acerque al menos un milímetro más al objetivo central de su vida: tener siempre más tiempo libre.
—En otro plano, ¿cuál es su opinión del gobierno de Javier Milei?
—Hace 21 años que no vivo en Argentina y, para serle franco, no sigo de cerca las noticias. No tengo nada inteligente para aportar sobre esto. Por lo poco que vi, creo que Milei algún día será un gran personaje de ficción.
—¿Cree que la cultura ha sido puesta en peligro por el gobierno libertario?
—La cultura siempre está en peligro porque es innecesaria. Nadie necesita el próximo libro de Vila-Matas para seguir viviendo, ni la próxima película de Tarantino. Ese es el milagro de la literatura, del cine, del arte en general: imponer su existencia aun cuando el mundo no la necesita. Pero si el nazismo y el estalinismo no lograron acabar con ella, tengo la sensación de que no será Milei quien le dé la estocada final a la cultura.

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