El Principito: una historia de amor y rechazo

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El Principito llegó a librerías de EEUU y Francia en abril de 1943 con dibujos de su autor, el piloto Antoine de Saint-Exupéry.

Se cumplen 75 años de la novela corta de Antoine de Saint-Exupéry, un clásico de la literatura que, a pesar de ser el tercer libro más traducido de la historia, hoy divide a lectores en Francia y el mundo: para algunos, sus moralejas son lugares comunes para ingenuos, para otros, es una joya poética y de gran vigencia para la humanidad.


La celebración del Día Mundial del Libro, el lunes pasado, fue una forma de constatar lo que hoy provoca El Principito (1943): cuando el senador Andrés Allamand se sumó al hashtag #YoRecomiendo en Twitter y sugirió leer el clásico de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), porque "no importa la edad que tengas ni cuántas veces lo leas, siempre tendrá un significado distinto", le llovieron burlas, chistes y unos cuantos comentarios de apoyo. "Si ese es el libro que marcó tu vida, es que no has leído nada desde 5° básico", le espetó un usuario, algo parecido a lo que le dijeron al animador Karol Lucero cuando tuiteó que recomendaba el mismo texto. "Se nota que desde los 12 que no tomas un libro", lo criticó una persona en la red social, donde también había un par de mensajes positivos: "(Es) el libro más precioso del mundo, cada línea: una gota de amor, un manual de vida", escribió alguien por ahí.

Han pasado 75 años desde que el cuento filosófico sobre el encuentro entre un piloto y un príncipe de otro planeta apareció en librerías de EEUU y Francia, y a pesar de que es la obra francesa más traducida de la historia -se estima que ha sido publicada en más de 300 idiomas y dialectos- y la tercera más traducida a nivel mundial después de la Biblia y Harry Potter, hoy las opiniones divergentes sobre El Principito prueban que dejó de ser un monumento intocable de la literatura universal. Lectura ineludible en los colegios por su humanismo y reflexiones sobre la amistad, el amor y la adultez, para muchos niños fue la historia de aventuras que los inició en la ciencia ficción o en la literatura en general, pero para otros fue una pesadilla escolar que prefieren olvidar.

"Leí El Principito a los 10 años y su poesía no me tocó en absoluto. Encontraba su imaginería muy anticuada (...). Crecí con un odio visceral a esta obra, un odio que no desapareció nunca. Siempre he tenido la impresión de que el autor mira al lector desde arriba", afirmó Baptiste Liger, del diario francés L'Express, donde hace unos meses se hizo un debate en torno a la obra de Saint-Exupéry. Cada vez que hay una excusa -una película, una reedición, un aniversario-, los medios de Francia discuten la vigencia del libro, tema sensible en un país orgulloso de los clásicos que ha dejado en la literatura universal y gestor de una industria en torno a la novela: postales, poleras y tazas son algunos de los souvenirs pensados para turistas. En Corea del Sur existe un parque temático y en Japón hay un museo.

El Principito es parte de la imagen-país de Francia tal como la Torre Eiffel -no hay que olvidar que es el libro galo más leído-, pero su explotación comercial y su omnipresencia han hecho que muchos lo consideren parte del cliché de lo francés. Frente a eso, gente como el filósofo Laurence Vanin, autor de El enigma de la rosa: las riquezas filosóficas de El Principito (2015), es de los que piensan que hay que escarbar en la superficie para rescatar su profundidad olvidada: "Intemporal y por consecuencia siempre moderno, este cuento exhorta a la metamorfosis. Incita a pensar en el reencantamiento de la mirada y a recentrar al hombre en la humanidad (...) El Principito es un personaje siempre en movimiento, escurridizo porque la idea es indiscutible: la inmovilidad es el camino del absurdo en la vida. El pensamiento sólo se da gracias a una elevación espiritual suscitada por el movimiento y la acción".

Vanin escribió esas líneas luego del estreno de la película animada basada en el libro, un filme homónimo de 2015 que recaudó 97 millones y medio de dólares en el mundo y que funciona como otro indicio de que no todos creen que el niño con el pelo rubio ensortizado pasó de moda. La editorial francesa Gallimard, de hecho, ha publicado en las últimas décadas 17 ediciones en distinto formato, entre ellas, en versión coffee table book, en audiolibro y en edición para la pequeña infancia. "Si El Principito está traducido a 250 idiomas es porque el amor incondicional es un tema comprensible para todas las latitudes. Esta historia le habla a todos los hombres, a todas las culturas y a todas las edades. Una universalidad rarísima en la historia de la literatura", apuntó el escritor francés Alain Vircondelet en el diario Le Parisien al analizar su longevidad.

Riquezas humanas

Hablar mal de este clásico sagrado en Francia significa convertirse en noticia, como le pasó recién al filósofo Raphaël Enthoven, que protagonizó varios titulares en medios locales por decir que no es "el libro de la infancia", sino el "libro de la idea que los adultos se hacen de la infancia", al punto de que, según él, "no hay niño al que le haya gustado la novela".

Es un fenómeno raro, pero así como repele a algunos, a otros fascina al punto de querer homenajearla: el reconocido dibujante francés Joann Sfar hizo una adaptación gráfica en 2010, y en Chile, por estos días, existe un proyecto musical inspirado en El Principito, un espectáculo titulado Toi Toi y que es una "versión existencialista" de la novela llevada al ámbito de la música contemporánea y el teatro, según su creador (también director del grupo La Mano Ajena) Rodrigo Latorre, quien estrenará el show el 15 de mayo en la sala SCD de Bellavista.

La idea, dice, es "abordar la infancia desde la memoria y recorrer aquellos espacios donde se fracturó nuestra relación con el mundo idealizado", uno de los ejes del libro y una de las razones por las que, al parecer, éste le hablaría más a los adultos que a los niños, como dice Enthoven.

Más allá de la originalidad del texto o de sus dibujos memorables -como el de la boa que se come a un elefante-, lo que hizo que esta obra pasara a la historia, dice Alain Vircondelet, es la simpleza de sus moralejas del tipo "lo esencial es invisible a los ojos", frutos del rechazo del escritor y piloto Saint-Exupéry al intelectualismo. "Antes que la vanidad, el Principito prefiere las verdaderas riquezas humanas: regar su rosa, escapar de las ciudades sin alma, admirar el mundo y ser fiel a sus compromisos", escribe el filósofo.

La interpretación menos sensible quizás es la de Alban Cerisier, editor de Gallimard, quien hace unas semanas explicó en la prensa que antes que nada, el libro es un reflejo de la vida de su autor.

"No hay que ver a El Principito como un evangelio ni una Biblia. Saint-Exupéry era lo suficientemente interesado por el mundo como para pensar que su palabra tenía el valor de un evangelio. Con el personaje del Principito, lo que hace es proyectar una imagen de su sensibilidad, de un estado de ánimo, y no de una infancia soñada", advirtió, y aclaró que es un relato inspirado en su infancia, su biografía (fue piloto como el personaje del libro) y en las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. Por lo mismo, sugiere, no estaría mal volver a hojear El Principito, pues mal que mal, como decía André Gide, "uno escribe para ser releído".

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