Lollapalooza supera su mayor reto

Eddie
Eddie Vedder, vocalista de Pearl Jam, cantó y cerró la primera noche de festival. Sobre el final, se puso una máscara de Donald Trump. Foto: Sebastián Brogca

El evento no tuvo grandes problemas al debutar en un día hábil. Sólo la llegada del público fue más lenta que otros años, aunque igual terminó por reunir a 80 mil personas. David Byrne marcó el mejor show de la primera jornada.


Es muy posible que en cualquier viernes hábil de cualquier otro período del año, las cerca de 10 mil personas que al mediodía aguardaban la apertura de puertas de Lollapalooza Chile hayan estado muy lejos del Parque O'Higgins: en una sala de clases, uniformados frente a su profesor de turno, o atrincherados tras un escritorio para replicar horas y horas de rutina laboral.

Pero este viernes fue un día distinto. Por primera vez en sus ocho años de historia, el evento musical más convocante del país se montó un día hábil, extendiéndose a tres jornadas, en un viernes siempre sinónimo de tacos, horas punta y metro desafiando la paciencia de sus usuarios. Por lo mismo, la afluencia de espectadores en esos primeros minutos fue lenta, aunque no menos efusiva: las poleras negras de Pearl Jam, y las coronas de flores perpetuadas como la alegoría máxima de la cita, adquirían protagonismo en el recinto, a la caza de los primeros números.

A modo de ejemplo, apenas una centena de fans disfrutó del inicio de los chilenos Cómo Asesinar a Felipes, los encargados de abrir todo en uno de los escenarios centrales, el Itaú Stage.

Con las horas, el arribo del público fue creciendo, aunque siempre bajo un porcentaje menor que en las ediciones anteriores a la misma hora. Pero tal panorama a momentos fue alentador. El Perry's stage, levantado en el Movistar Arena y consagrado a la electrónica, no se rebalsó en el inicio de la jornada, marcando una notoria diferencia con esas postales de sudor, frenesí y calor agobiante que se habían dado en los otros años.

Pese a las modificaciones, la cita mantuvo ese espíritu de tolerancia que ha marcado su trayectoria. ¿Ejemplos? Cerca de las 18 horas, la banda danesa de metal Volbeat lanzaba su fórmula gutural y agresiva en el escenario Acer, pensado para las propuestas más alternativas, con una pantalla de fondo que simulaba un gran incendio, con llamaradas que trepaban por todos los rincones. A escasos metros, el ex Gondwana Maxi Vargas asomaba desde las antípodas, era pura buena vibra: letras de pacifismo y esperanza en la humanidad impregnaban una instantánea que semejaba un plácido paseo veraniego.

Tulio Triviño hacía lo propio en el show de 31 Minutos que marcó la mayor convocatoria del escenario infantil Kidzapalooza, mientras que David Byrne no era un muñeco. Era un héroe de verdad. Aunque, claro, tenía aspecto de marioneta: con su pelo cano, su figura esbelta y vestido de gris, estampó lo mejor de la jornada, con músicos y coristas que bailaban a su lado, con baterías sacadas de su eje y hits que fueron escritos hace 40 años.

En ese punto exacto de la tarde, nadie podía reclamar: metaleros, cultores del credo rasta, familias completas y melómanos en la búsqueda de uno de sus faros artísticos gozaban a la par, en una convivencia imposible de rastrear en otras instancias artísticas. Si la democracia aplicada a la política es el menos malo de los sistemas, mirando hacia la música simplemente se convierte en el más idóneo de los ideales.

Con la noche no sólo llegó más gente, totalizando cerca de 80 mil personas, según cifras de los organizadores, lo que hizo que el parque luciera atestado; también siguió latiendo esa oferta disímil del festival. Sinergia llenaba el escenario local con su rock de inspiración criolla y cotidiana, mientras los estadounidenses The National cubrían todo con su espesor sónico y una facha de intelectuales al servicio de las guitarras. Luego, LCD Soundsystem sumaría otro híbrido: electrónica con actitud rockera. O también al revés. Da igual. El proyecto de James Murphy también materializó una de las cimas del debut.

En tanto, los presentes se mostraron conformes con una oferta culinaria cada vez más variada y con un funcionamiento generalizado que no reportó fisuras.

Toda una previa para el número de fondo, los grandes comensales del festín: Pearl Jam. Además, se trata de un acierto. Los organizadores precisamente pusieron a los de Seattle en el día viernes, para asegurarse una convocatoria que no le temería a la jornada laboral.

Y se notó, con una elipse repleta, donde caminar era un reto para los valientes. Fue el cierre de una jornada histórica, que vuelve a consagrar a la cita como única en su especie, y que tiene en las jornadas de hoy y mañana otro desafío para demostrar su sitial de privilegio en la escena nacional y en la memoria colectiva.

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