La peor y última mancha de Arturo Salah

Salah

Fue Salah el que hizo grande e inmortal el suceso. De no mediar su prohibición expresa previa, el corro de los jugadores y la camiseta de Beausejour con el Coliqueo a la espalda habrían pasado como un bonito detalle, sin más.


A una semana de conocer el nombre de su sucesor en la poltrona de la ANFP, aunque todavía durará unos días más en el cargo, Arturo Salah dejó escrito un feo epitafio a su gestión. Un sonrojante episodio, gratuito además, que ensucia inevitablemente su balance. Igual que nadie olvidará ya nunca el partido de ayer, aunque difícilmente sea capaz de recordar su resultado, el presidente saliente será memorizado por su torpeza. Por ese gesto emotivo de los futbolistas que precisamente dio la vuelta al mundo gracias al punto de desaire hacia el jefe que conllevaba. El acontecimiento, porque lo fue, colgará ya de Salah como su apellido.

Fue Salah el que hizo grande e inmortal el suceso. De no mediar su prohibición expresa previa, el corro de los jugadores y la camiseta de Beausejour con el Coliqueo a la espalda habrían pasado como un bonito detalle, sin más. Pero el anuncio tajante del presidente los volvió una valiente y conmovedora exhibición de principios agrandada de desobediencia y rebeldía, a la altura de otras posturas simbólicas que se guardan en la retina del deporte como el saludo del poder negro con el puño al aire en los Juegos de 1968 o el reciente himno escuchado con la rodilla en tierra de los jugadores de la NFL. Por mucho que en el fondo se limitara a cumplir con el protocolo habitual de la FIFA, Salah y su "no habrá minuto de silencio", más allá del disparate sin querer (un pecado semántico más que de mala intención) de calificar de accidente la muerte de Catrillanca, es lo que dio altura a lo sucedido ayer en el círculo central del Germán Becker.

Su silencio posterior, mandando al frente a su lugarteniente Andrés Fazio para las explicaciones al bochorno personal, podría interpretarse como un empeoramiento de su posición. Pero en realidad, no. No tenía salida, ni para el reproche a los jugadores por desautorizarle ni para aplaudirlos por lo mismo. Salah estaba a esas horas en un callejón sin salida, puesto en evidencia ante todo el planeta. Para bien, un título en la Copa Centenario, la cuenta corriente federativa saneada, la digestión natural de la era post Jadue… Para mal, la no clasificación al Mundial, los jugadores otra vez mandando a su antojo, la pelea con Claudio Bravo, el Caso Facturas… Da lo mismo. Todo eso quedó reducido ayer al baúl del anecdotario. Los tres años de Arturo Salah en el sillón presidencial de la ANFP quedarán resumidos en un minuto, el de los jugadores de Chile y Honduras abrazados contra la imposición absurda de su jefe. La obra que perseguirá de por vida a Salah. Porque de esa imagen ya se hablará siempre.

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